"La enseñanza de la Iglesia no es una colección de opiniones separadas de unos individuos, sino un testimonio vivo de personas que, unidas en esta iglesia, viven encomendándose a la verdad por ellos deseada, buscada y esperada”, explica el profesor Stanislaw Grygiel, ordinario de Antropología Filosófica en el Pontificio Instituto Juan Pablo II de estudios sobre el matrimonio y la familia de Roma.

Grygiel fue alumno de Karol Wojtyla en la Universidad de Lublin. Fue después consejero y confidente del Pontífice polaco, con el cual compartió una larga y profunda amistad.

Ha sido entrevistado en Il Foglio sobre el debate en curso en la iglesia acerca de la pastoral familiar, a pocos meses del Sínodo extraordinario convocado para el próximo mes de octubre por el Papa Francisco.

Tras las palabras de hace unas semanas del cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga al periódico Kölner Stadt-Anzeiger con las que sostenía que “el tipo de familia descrito en la exhortación apostólica Familiaris Consortio de 1983 casi ya no existe”, dadas “las situaciones inéditas” que han surgido en estos treinta años, el profesor Grygiel recuerda que “las opiniones provocadas por estas nuevas situaciones a menudo lo único que hacen es ofuscar el centro, que es ese Redemptor hominis en el que se constituyen el matrimonio y la familia”.


-En mi opinión, en las entrevistas los hombres expresan sus opiniones personales como individuos y no el testimonio que la persona, y por tanto, la comunión en la que ella vive, da a la verdad. La enseñanza de la Iglesia no es una colección de opiniones separadas de unos individuos, sino un testimonio vivo de personas que, unidas en esta iglesia, viven encomendándose a la verdad por ellos deseada, buscada y esperada. En cambio, el denominado “mundo” vive de opiniones. Encerrado en la gruta del mito de Platón (República), confía en las hipótesis y en la comprobación experimental de las mismas. En su enseñanza la iglesia no busca la eficacia. La iglesia camina hacia la verdad y por eso en el mundo de las opiniones vence cuando es derrotada. La iglesia camina hacia el Gólgota.

»Decir que la Familiaris Consortio es ‘bella’ en sus contenidos, pero que no es válida para la sociedad contemporánea, es una opinión privada que se contrapone al testimonio vivo que la comunión eclesial de las personas da, día a día, a la verdad del matrimonio y de la familia. Creo que hoy vivimos en una confusión de conceptos e ideas.

»La belleza de la verdad que sucede en el acontecimiento del testimonio de comunión de las personas sigue siendo válida para la sociedad. Pero al mismo tiempo sigue siendo difícil, incluso a veces peligrosa, para los propios testigos.

»La belleza de los contenidos de la Antígona de Sófocles es “válida para la sociedad contemporánea” hasta el punto que la censura comunista la había considerado una amenaza para el régimen totalitario. La belleza de los contenidos de la Familiaris Consortio no se puede alinear a las bellezas del espectáculo que con su hermoso cuerpo publicitan distintos productos.

»La enseñanza de la iglesia no promociona la venta de productos; enseña a los hombres el Hijo de Dios Encarnado y Crucificado, ‘centro de la historia y del universo’ (Redemptor hominis, 1).

»La presencia de Cristo en el testimonio de comunión de los cristianos, es decir, en la doctrina de la iglesia, rinde justicia a todas las ‘nuevas situaciones que surgen junto a la familia tradicional’.

»A menudo, las opiniones provocadas por estas ‘nuevas situaciones’ lo único que hacen es ofuscar el ‘centro’ que es ese Redemptor hominis en el que el matrimonio y la familia están constituidos. Es en Él, de hecho, en quien el hombre sigue siendo creado como hombre y como mujer (cfr. Gen 1, 27-28).

»Precisamente por esto, el matrimonio y la familia constituyen el principio (arché) de toda sociedad y de todo estado. En el cuarto libro de las Leyes de Platón leemos que el matrimonio es fuente de la vida en el estado, por lo que las leyes del propio estado, con el fin de evitar que tome un rumbo equivocado, deben basarse sobre el matrimonio. No es el estado quien debe decidir cómo pueden o incluso como deben ser el matrimonio y la familia, sino que son el matrimonio y la familia los que tienen que decidir la forma del estado. El matrimonio y la familia preceden al estado. El estado no puede existir sin los matrimonios y las familias, pero los matrimonios y las familias pueden existir sin el estado. En consecuencia, el estado debería adecuar ‘las nuevas situaciones’ al matrimonio y a la familia y no viceversa. No hablemos de lo que debe hacer la iglesia.

-Es evidente que la iglesia no puede dejar de afrontar las cuestiones que se han ido creando en las nuevas situaciones. Y debe acercarse a ellas siempre con el respeto que es propio del Buen Samaritano hacia los hijos nacidos fuera del matrimonio, los divorciados, los homosexuales.

»Pero precisamente este respeto debido a las personas exige por parte de la iglesia ser testimonio vivo de la verdad que constituye la identidad de estas personas. En este sentido, la iglesia traicionaría al hombre si adaptara su testimonio a las opiniones en las que se expresan ‘las nuevas situaciones’.

»El cardenal Marx tiene razón cuando dice que la iglesia debe ‘necesariamente’ dar una respuesta a dichas cuestiones; sin embargo, esta respuesta debería reforzar de alguna manera la presencia de la Persona de Cristo en medio de nosotros y no alterar, o incluso eliminar, Sus palabras: ‘Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor’ (Jn 5, 14); ‘Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más’ (Jn 8, 11).

»El Buen Samaritano, imagen de la iglesia, no se ocuparía del hombre agredido por el mal si fingiera no ver sus heridas. La verdad es lo que hace libre al hombre y no las opiniones que la evitan. Las medias verdades producen gran confusión en la cabeza del hombre y ofuscan su vista, sometiéndolo a lo que es apetecible a la vista, bueno para comer y excelente para lograr sabiduría (Gen 3, 6). La consecuencia es que él piense que es Dios, por lo que ya no vive en y de la realidad, sino en y de sus subrogados que él mismo ha creado.

»El subrogado de la realidad funciona como la realidad, pero no lo es. Aún hoy me produce náuseas el recuerdo del Kaffeeersatz (sucedáneo del café -ndt-) que bebía durante la ocupación alemana primero, y la comunista después. ¿Quién nos impone ahora los subrogados del matrimonio, de la familia? ¿Quién tiende a sustituir la iglesia con un insípido subrogado, apetecible a la vista, bueno para comer y útil para los poderosos de este mundo? Ningún Kircheersatz (sucedáneo de la Iglesia –ndt-) lleva a la salvación, porque niega la comunión de las personas”.



Juan Pablo II saluda a su ex-alumno y amigo Stanislaw Grygiel

-De ningún modo Juan Pablo II cerró el debate sobre el matrimonio y la familia. Simplemente envió a los cristianos y a todos aquellos que siguen el deseo de la verdad a contemplar cómo son matrimonio y familia en el inicio. Habló de la necesidad de que renazcan continuamente, lo que se cumple volviendo a su inicio.

»Sólo quien contempla el matrimonio y la familia en su inicio, es decir, en el acto de la creación del hombre como varón y como mujer, vislumbra su identidad. En cambio, la familia está considerada como un ‘patchwork’ (trabajo de retales, aquí con sentido de algo fragmentado, -ndt-) sólo por quienes se miran a sí mismos como principio creativo tanto del propio ser como del ser ajeno y comen la fruta del árbol sobre el cual Dios se reservó el derecho.

»Es Dios quien ‘define’ la identidad del hombre y, por tanto, la del matrimonio y la familia. ‘Si Dios no existe, todo es lícito’, escribió magistralmente Dostoievski. En las sociedades formadas por gente que come del fruto de ese árbol son los poderosos o las denominadas mayorías quienes deciden quién puede ser considerado hombre y qué deben ser el matrimonio y la familia.

»Repito, Juan Pablo II no cerró el debate sobre el matrimonio y la familia. Envió a los cristianos para que entraran en diálogo con el ‘mundo’ como testigos de la verdad tam antiqua e tam nova del matrimonio y la familia. El debate abierto y franco del testigo de la verdad del matrimonio y la familia con el “mundo” no pone en peligro su naturaleza sacramental; en cambio, expone al testigo al riesgo de ser ridiculizado, escarnecido e incluso, como escribió Platón, asesinado. Pero sin semejante diálogo la sociedad está destinada a perder la ‘recta vía por la selva oscura’ de las opiniones”.

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)