Se abre el telón, y se nos ofrece a la vista un hogar en completo desorden. Y adivinamos que hay alguien contemplando la escena y culpándose: "Soy un desastre".

Estaríamos, en cualquier caso, ante un "desastre" en el fondo anecdótico, como lo es que la ropa esté o no donde deba estar. Pero ha servido a unos creativos publicitarios para ejemplificar visualmente esa sensación de "no llegar" o de "fracasar" que acongoja a muchas madres hipersensibilizadas por factores externos (ideas ambientes, medios de comunicación) respecto a dónde está el secreto de lo que deben ofrecer a sus hijos.

Y, efectivamente, una voz en off empieza a explicar: "En cierta ocasión, una joven madre admitió con franqueza que había empezado a ahorrar para pagar la terapia que necesitarían sus hijos como consecuencia de sus fallos como madre".


El texto que acompaña al vídeo es de Jenet Jacob Erikson, profesora en la Escuela de Vida Familiar de la Brigham Young University, en Utah (Estados Unidos), y está basado en un artículo que publicó hace un año en Deseret News, donde explica que "después de dos décadas de cuidadosa investigación sobre múltiples factores del desarrollo infantil, el National Institute of Child Health and Human Development [Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano, dependiente de la Administración norteamericana] concluyó que la sensibilidad materna, expresada en forma de interacciones de amor y acogida, es el factor predictivo más fuerte y más consistente del desarrollo infantil, incluso cuando la madre no pueda estar con su hijo durante buena parte del día".

Este hecho, que corrobora experimentalmente lo que dicta la evidencia, contrasta, según sostiene la profesora Erikson en dicho artículo, con el continuo "bombardeo de contradictorios consejos de expertos sobre todo tipo de cosas, desde cómo acostar a los niños y darles de comer correctamente a cómo guiarles a través de las emociones al tiempo que se les disciplina". Se crea así una cultura que puede llegar a "estresar la fragilidad emocional de los niños" y hacer concluir a la madre que todos los problemas a los que deberán enfrentarse sus hijos en el futuro "podrían haberse prevenido si ella hubiese seguido tal o cual consejo".

En realidad, sostiene la autora, en la preparación de los hijos influyen más los factores vinculados al amor maternal que cualquier otra suerte de habilidades prácticas. "Las observaciones del neurólogo Alan Schore sobre el desarrollo cerebral muestran que, incluso sin ser consciente de ello, las madres tienen una capacidad única para aportar los bits óptimos de interacción amorosa que permiten al niño comprender sus emociones y relaciones".

"Es el amor", continúa Erikson, "el que permite a una madre que tiene un niño con un problema cardiaco calmarle y sostenerle durante toda la noche, aunque se le rompan los brazos por el peso; es el amor lo que capacita a una madre para hablar y escuchar noche tras noche a un adolescente sobre sus conflictos; es el amor el que la lanza a estudiar formas de ayudar a su hijo autista y luego a llevarlas a cabo esforzadamente durante años; es el amor el que anima a una madre en su lucha contra sus propias adicciones para darle una vida mejor a su hijo; es el amor el que pone de rodillas a una madre para rezar por su hijo, mucho tiempo después de que ha crecido, cuando su corazón le dice que está en dificultades muy lejos del hogar".

Así que tener la casa ordenada podrá ser más conveniente que tenerla desordenada, pero donde se decide la formación de los hijos es en otro terreno. En el que describe este bellísimo vídeo. [Debajo del vídeo, traducción de las palabras en off.]



En cierta ocasión, una joven madre admitió con franqueza que había empezado a ahorrar para pagar la terapia que necesitarían sus hijos como consecuencia de sus fallos como madre.

Quizás muchas hemos sentido algo similar como madres.

Hoy se nos bombardea con consejos sobre todos los aspectos posibles de ser madre, llevándonos a sentir que todos los desafíos que nuestros hijos experimentarán en la vida podrían prevenirse si hubiésemos seguido esas “mejores prácticas”.

Trágicamente, esto nos ciega sobre la fuente real de la influencia sin parangón de una madre: el poder de su amor.

Su amor se hace carne en cientos de miles de actos de cuidado y sensibilidad. Actos de amor que forman el núcleo de la percepción que tienen los niños sobre su propio valor y su capacidad.

Es este amor, expresado en pequeños actos ordinarios, el que convierte a una madre en la más fuerte y más consistente influencia en cualquier aspecto del desarrollo infantil. Los actos diarios de amor de una madre son el poder que prepara a un niño para, realmente, ser.