A pesar de que estudios científicos consistentes hablan de que el 64% de las mujeres norteamericanas que abortan son presionadas para ello, los abortistas siguen camuflando sus objetivos bajo la palabra choice [elección]: el derecho de la mujer "a decidir".

Un caso típico de la actitud de la industria del aborto ante esas mujeres es el de Iman Essiet, recogido por LifeActionNews.


Iman, que vivía en Brooklyn (Nueva York) se quedó embarazada con 16 años. En lo profundo de su corazón sabía que el aborto estaba mal, un pensamiento que no tenía fundamento religioso para ella porque era atea. En más de una ocasión había declarado a sus amigos que nunca se sometería a un aborto porque lo consideraba un asesinato.

Pero las personas no siempre actuamos con coherencia cuando llega el momento. "El bien que quiero no hago, y hago el mal que no quiero", lamentaba el mismo San Pablo (Rom 7, 19). Cuando se vio ante la circunstancia de ser madre tan joven, fue débil y acudió al Margaret Sanger Center de Planned Parenthood, la organización que mata a 300.000 niños antes de nacer cada año, saludada recientemente por Barack Obama con un "¡Dios bendiga Planned Parenthood!". Ante la asesora del abortorio, no hubo asesoramiento alguno. "¿Quieres hacer esto?", le preguntó. "Sí", fue la palabra llave para poner en marcha el proceso. Nadie le preguntó a la niña por sus padres: "Aquel día yo era adulta", ironiza ahora Iman. Pidió que la sedaran, pensando que así sería más sencillo de asumir.

¿Entendía completamente lo que estaba haciendo? Iman afirma que no, y que ni conocía ni la informaron de instituciones de adopción o de ayuda a la embarazada. Ella sintió que no tenía más alternativas que el aborto o la pobreza como joven madre soltera, y la consejera de la clínica la confirmó en esas ideas.


Iman tapó el aborto como pudo en su conciencia. Una prima de su novio la animaba a salir: "No te quedes sola en casa o te sentirás triste". La vida continuó un tiempo, pero no mucho después volvió a quedarse embarazada. Pero esta vez estaba dispuesta a defender la vida de su hijo.

Su hermana, con quien habló por teléfono, la instó a abortar de nuevo. Su familia se reunió con ella para presionarla en el mismo sentido. El padre de la criatura no quería hijos. La madre de Iman le recordó lo rápido que podía "solucionar" el problema. La madre de su novio la llamó y le dijo: "Mi hijo no es bueno, no tengas un hijo suyo".

Ése volvía a ser el panorama para Iman. De nuevo todo la conducía al mismo abortorio, y aunque se resistió, acabó cediendo al acoso de su entorno en pleno. Sentada de nuevo ante la consejera del Margaret Sanger Center, fue esta vez más tajante: "No quiero abortar. Mi familia me está forzando a ello". A la abortera del paraíso de las decisiones libres no se le movió un músculo de la cara.

"¿Puedo ver la ecografía?", pidió Iman. "No, absolutamente no", zanjó la trabajadora de Planned Parenthood. "Sé que si hubiese visto a mi niño, lo habría conservado", llora tiempo después su madre.


La joven, aún casi una niña, salió de allí endurecida. Estaba furiosa con su familia por haberla obligado a aquello. Nadie la había ayudado, ni siquiera su hermana, a quien no podía perdonar. Se hizo insensible a todo y empezó a recurrir al aborto cada vez con menos remordimiento: "Se desconectó de sus propias emociones y de su propio dolor", escribe Christina Martin, quien recoge su testimonio, y abortó aún otras tres veces más. Su vida entró en un agujero sin fondo.


Hasta que en 2010 su vida espiritual dio un giro radical. Habia empezado a aceptar a Dios en su vida y a conocer a Jesucristo. Entró en una iglesia y escuchó al predicador afirmar que las madres que abortan vuelven a ver sus hijos al morir. Para Iman, quien luchaba en vano por enterrar el recuerdo de los cinco suyos, fue un pensamiento sorprendente y consolador. Siguió yendo al templo buscando el amor que necesitaba desesperadamente.

Semanas después, conversando allí con una madre y su hija, le propusieron acompañarlas, junto a un grupo de mujeres, a una marcha de 21 días para pedir que se acabe con el aborto. El recorrido sería en Texas, desde el mayor abortorio de Houston hasta el Tribunal Supremo de Dallas, donde dio sus primeros pasos el caso Roe vs Wade que legalizó el aborto en Estados Unidos en 1973. Iman desveló a las dos mujeres su historia, pero eso no hizo sino reforzar la invitación. Así que aceptó y se unió a Back to Life [Regreso a la vida].


Esas tres semanas le abrieron definitivamente los ojos sobre la realidad del aborto en su país, y sintió que Dios la llamaba a consagrarse a la oración para pedir el fin de esa lacra. Su familia, por supuesto, intentó disuadirla, incluso algún amigo cristiano. Pero esta vez no hizo caso más que a su conciencia, y perseveró, y empezó a trabajar en un centro de emergencia de ayuda a la embarazada, situado en Brooklyn a igual distancia de dos abortorios.

Años después de su conversión, Iman lidera ahora Bound4Life, una organización provida de su barrio neoyorquino, y el pasado viernes 7 de junio se sumó a una vigilia de oración ante una clínica abortista. ¿Cuál? El Margaret Sanger Center, donde sus cinco hijos fueron eliminados.

"Iman ya no se avergüenza de sus pasados errores", concluye Christina Martin: "Ahora lucha valientemente por la vida... y no está sola".