Más de cien recién nacidos asesinados seccionándoles la columna vertebral... y sin embargo el juicio contra el responsable, el médico abortista Kermit Gosnell, ha intentado ser ocultado por los grandes medios de comunicación, en uno de los casos más escandalosos de falta de ética profesional que se recuerdan en la prensa norteamericana, y por ende, mundial.

Basta comparar con el justificado eco mediático que ha encontrado la tragedia de las tres jóvenes de Cleveland cautivas durante diez años. Una de ellas llegó a sufrir cinco abortos a golpes a manos de uno de los criminales detenidos, Ariel Castro. Los infanticidios de Gosnell no han merecido ni una centésima parte del tiempo televisivo que ha cubierto el secuestro. Era la imagen de toda la industria del aborto la que estaba en juego y han sido los grupos provida y la libertad de Internet las que han conseguido romper el silencio...

La prueba de la eficacia censora es que sólo un 7% de los norteamericanos está siguiendo de muy cerca el caso Gosnell, y un 18% bastante de cerca: un 25% total frente al 54% que no lo sigue en absoluto y el 20% que lo sigue "algo". Es el porcentaje más bajo de seguimiento de una gran noticia de las más de doscientas que han servido de base a investigaciones demoscópicas de Gallup desde 1991, que dan una media de seguimiento del 61%. Un baldón en la ética periodística de los grandes grupos de comunicación.

Que esa falta de seguimiento se debe a la censura de los grandes medios de comunicación y no a la posición de los norteamericanos sobre el aborto, lo prueba otro aspecto de la misma encuesta: según el estudio de campo realizado entre el 2 y el 5 de mayo, el 58% querría que todos (20%) o casi todos (38%) los abortos fuesen ilegales, frente a un 26% que quiere que sea legal en todos los casos (la posición del presidente Barack Obama) y un 13% en la mayoría de los casos. Es una prueba del viraje radical que está dando la opinión pública en todo el mundo. En Estados Unidos ya hace tiempo que las encuestas han consolidado una mayoría provida, obligando a los republicanos pro-abortistas (aún fuertes en el aparato de su partido) a disimular su postura, y a los demócratas pro-abortistas (hegemónicos en el suyo) a mitigarla.