El «Estado de Mínima Conciencia» (EMC) es difícil y complejo de definir, como complejo es definir en sí mismo el término conciencia. Existe un relativo consenso en, al menos, algunas de sus características básicas: el afectado sufre una grave lesión cerebral pero presenta ciertas funciones fisiológicas como la apertura de ojos espontánea, el ciclo sueño-vigilia o, en algunos casos, responder a órdenes sencillas afirmativa o negativamente.

A veces incluye una relativa intención de movimiento hacia el entorno, o conductas afectivas que no son un comportamiento reflejo o automático. Muy frecuentemente son pacientes que han evolucionado desde estados vegetativos o el coma hacia la recuperación de funciones neurológicas, pero que permanecen siempre pobres a la estimulación.

Hace pocos años, varios científicos del Departamento de Fisiología, Biofísica y Neurología de la Universidad de Washington lograron amplificar la actividad cerebral de un paciente en EMC mediante técnicas de estimulación cerebral. El estudio se publicó en la revista Nature y supuso todo un revuelo en la clase médica, que hasta entonces había considerado el Estado de Mínima Conciencia como un camino sin retorno para el paciente. Además, casos como el recientemente sucedido de Scott Rutley suponen, de nuevo, un avance más en un campo de la ciencia médica que hasta ahora se consideraba casi como un imposible.

Investigaciones como éstas, con progresos tan sorprendentes, ponen en tela de juicio la opinión de los partidarios de la eutanasia, proclives a practicarla en el momento en el que los pacientes entran en un estado vegetativo al que se le presupone la «no conciencia».

Cuando se considera que la calidad de vida está determinada por la capacidad autónoma de regirse, inclinarse hacia la postura pro suicidio asistido es simplemente el lógico paso sucesivo.

Para el profesor Giovanni Battista Guizzetti, neurólogo experto en el Centro Don Orione de la ciudad de Bérgamo y autor del libro «Terri Schiavo e l´umano nascosto» (Terri Schiavo y el ser humano escondido), explica que «las pruebas han demostrado que la corteza cerebral de los sujetos en estado vegetativo no está muerta, y dan respuestas concretas a los estímulos externos que ofrecemos».

Pero, por desgracia «fuera de los ejemplos de excelencia, de los grandes profesionales que realizan un trabajo extraordinario, a la comunidad científica no le importa este problema en absoluto», lamenta en una entrevista concedida el mes pasado al periódico Il Sussidiario.

Es más, añade con tristeza, «hay gente en estado vegetativo que necesita cuidados muy particulares, y a veces tiene que esperar durante años para poder tener estos tratamientos. Hoy en día la medicina no quiere saber nada de estas personas».

«Comenzamos a ver recuperaciones después de diez años: una persona de nuestro centro ha hablado después de doce años, así que no es un callejón sin salida. A través de los años, siempre se obtiene algo. Son recuperaciones pequeñas pero significativas. Por eso, nunca se debe interrumpir el tratamiento», asegura convencido.

Pero, aún más, advierte que, incluso en los casos en los que no existe mejora alguna, no estamos autorizados a no atender a estas personas y abandonarlas: «La conciencia no puede ser el motivo para proporcionar cuidados a una persona».

De hecho, cuando la medida no es la persona, sino la conciencia, «se toma una deriva muy peligrosa: ¿qué hacemos con las personas que no tienen un estado de conciencia?».

«Es necesario decir las cosas claras, si no, esta deriva incluirá también a los discapacitados, a los enfermos de Alzheimer, a los ancianos y a muchos otros a los que se decidirá no atender, dado que no son recuperables», advierte.