Durante un auto-examen de rutina una mañana, Erika Vandiver se preocupó cuando encontró un bulto en su pecho izquierdo. Apenas dos meses antes, en febrero de 2009, Erika y su marido Andrew se habían alegrado en exceso al descubrir que estaba embarazada. Esta vez la joven madre estaba preparándose para retener la vida nueva.

Antes de este embarazo, a los 28 años de edad, Erika había sufrido cuatro abortos involuntarios, el último de los cuales requirió su hospitalización durante varios días debido a la pérdida de sangre. “Yo tenía miedo que otro aborto involuntario quebrantara mi salud o mi espíritu”, explica Erika.

El joven matrimonio había mantenido “en reserva” la noticia de este embarazo, sosteniendo sus dedos cruzados, con la esperanza de darle un hermano o hermana a su hijo Simón, de un año y medio.

Inicialmente, la obstetra de Erika pensó que el bulto era un conducto de leche obstruido o alguna otra inflamación relacionada con el embarazo y le dijo a la joven madre que mantuviera la mirada sobre él. Pero en junio el bulto se había vuelto notablemente más grande y doloroso. En este punto, el médico de Erika ordenó una ecografía y biopsia.
Los resultados obtenidos en julio no fueron buenos. La madre, en ese entonces con 20 semanas de embarazo, fue diagnosticada de una forma agresiva de cáncer de mama. “Me sobresalté bastante por el diagnóstico de cáncer, sobre todo porque yo estaba embarazada y todavía no se lo habíamos dicho a nadie”, dice Erika.

Pero las noticias no eran del todo malas. La ecografía reveló también una pequeña niña perfectamente formada, que tenía como fecha de nacimiento el 26 de noviembre, día de Acción de Gracias. Andrew y Erika decidieron llamar Rachel a su bebé por nacer.

Con su cuerpo que estaba siendo consumido por el cáncer, mientras que al mismo tiempo alimentaba esta joven vida nueva, Erika se sentía “al borde de un colapso”.

La clínica le presentó a Erika la opción de abortar a su bebé, a fin de iniciar el tratamiento invasivo contra el cáncer que le salvaría la vida. La investigación en línea de Erika reforzó lo que los médicos ya habían previsto para ella: conservar el bebé y esperar para efectuar el tratamiento (disminuye las probabilidades de supervivencia de la madre), o abortar al bebé y comenzar inmediatamente el tratamiento (aumenta las probabilidades de supervivencia de la madre).

Pero el espíritu de lucha de una madre que protege a su hijo ardió en lo más profundo del ser de Erika. Después de sufrir la dolorosa pérdida de cuatro abortos involuntarios, ella sabía que nunca podría causar intencionadamente daño a su bebé. Erika eligió combatir el cáncer y conservar a su bebé. “No quise abortar a mi bebé”, afirma categóricamente. Por su parte, Andrew nunca pensó en elegir a “uno por encima del otro”. Su mente estaba en dar a su esposa su “apoyo pleno y amor”, y en “ser positivo respecto a su cuidado médico”.

El tumor en la mama de Erika resultó ser triple negativo, al no responder a ninguno de los tratamientos hormonales, tales como Tamoxifin, que sus médicos le habían dado. La quimioterapia fue la siguiente opción de Erika. Pero la joven madre dice que ese procedimiento estuvo plagado de problemas. ¿La quimioterapia interferiría en su capacidad para vincularse con Rachel? ¿Los mutilantes efectos secundarios del tratamiento dañarían su relación con su marido y su hijo pequeño? ¿Cómo ella y su marido mantendrían la intimidad una vez que ella estuviese calva y enferma por completo? Como principal sostén de la familia (Erika era una bióloga forense que trabajaba para su Estado natal de Kentucky) ¿cómo se cubrirían las necesidades de la familia?

Pero los médicos aliviaron las preocupaciones de la madre embarazada por lo menos en una verificación importante, al decir que la quimioterapia con Adriamicina tendría poco o ningún efecto en su hija que estaba creciendo dentro de ella.

La joven madre y esposa sentía que ella “no era tan fuerte como era necesario para seguir adelante”. Pero en medio de estas cargas pesadas, como un rayo de sol, ocurrió algo inesperado: los ojos de Erika se abrieron a la realidad de la compasión que reside en la raza humana. Ella dice que fueron los numerosos buenos samaritanos que se presentaron, justo en el momento adecuado, y que la sostuvieron a ella y a su familia. A veces, el Buen Samaritano era un médico, un compañero de trabajo anónimo, un pariente, un amigo o inclusive un completo desconocido.

Durante mi trayecto he visto a gente dejar su forma de ser para ser amable, cariñosa, compasiva y solidaria. Personas que no conozco en absoluto han donado dinero, han rezado oraciones y me apoyaron a lo largo de este trayecto sin pensar en sí mismos”.

En medio del tratamiento doloroso del cáncer y la incertidumbre de cómo pagar las cuentas y de dónde conseguiría la próxima comida, Erika dice también que encontró consuelo en su fe. “Mi fe ha dado a mi trayecto un sentido”, asegura ella, añadiendo que le da “esperanza la naturaleza redentora del sufrimiento”.

La lucha de Erika contra el cáncer y por llevar su embarazo a término le enseñó cuán bendita era ella realmente. “Es un poco triste que hasta que sucede algo malo, la mayoría de las personas, incluida yo misma, por desgracia, no ven nunca realmente todo lo bueno que los seres humanos logran en el mundo”.

También se enteró de que aceptar la ayuda en realidad puede fortalecer. Dice que antes de su enfermedad ella había sido muy independiente y fuerte, pero ahora aprendió que, al rechazar ayuda, ella en realidad se debilitaba.

El tercer régimen de Erika del tratamiento de quimioterapia en septiembre la hizo sentirse “miserable, quejosa, malhumorada y rencorosa”. Empezó a tener pesadillas frecuentes que incluían a Rachel, lo que provocaba que se despertara de repente en medio de la noche, con su cuerpo temblando incontroladamente. Ella trataba de hacer que la niña se moviera en su vientre a fin de disipar el sueño terrible de que el cordón umbilical se había enrollado de alguna manera alrededor del cuello del bebé, comprimiendo la vida de ella.

Las visitas regulares al médico siempre confirmaron que Rachel estaba vivita y coleando y desarrollándose bien a pesar del tratamiento para el grave cáncer de la madre.

Finalmente, llegó el 26 de noviembre, la fecha estimada para el parto. Las aguas de la madre, ahora sin cabello, rompieron justo a tiempo. Rachel llegó después de sólo tres contracciones. La niña pesaba 8,4 libras (3,81 Kilogramos), tenía cabello negro y rizado. Pasó todas las pruebas “exitosamente”. Andrew y Erika estaban eufóricos. A pesar de que el cuerpo de Erika había sido saturado con el medicamento contra el cáncer durante cuatro meses de embarazo, la pequeña Rachel había logrado llegar a la cima.

“Sé que eres afortunada”,susurró Andrew a su preciosa hija minutos después de su nacimiento.

Erika cree que un diagnóstico terrible durante el embarazo no tiene que oponer a una madre contra su hijo. “Rachel es el aspecto positivo más evidente de este trayecto. Ella es feliz, saludable y muy activa, y una gran bendición”.

Birgit Jones, madre de Erika, piensa que la historia de su hija tiene algo que decir a las madres embarazadas enfermas a quienes sus médicos les dicen que ellas deben elegir entre su propia vida y la de sus bebés por nacer.

“La gran mayoría de las mujeres, y parece que los médicos, simplemente no son conscientes de la posibilidad de tratar el cáncer durante el embarazo, lo que ha sido un éxito durante más de veinte años”, comenta Birgit.

Como una madre que venció el cáncer y conservó a su bebé, Erika anima a cualquier madre que se enfrenta a un difícil diagnóstico durante el embarazo a “detenerse, pensar, orar e investigar exhaustivamente antes de considerar poner fin al embarazo”, agregando que “no hay razón para apresurarse a tomar una decisión sin conocer todos los hechos”.

El trayecto de Erika hacia la salud sigue inconcluso. “Simplemente porque soy una ‘superviviente’ no significa que mi batalla ha terminado”, dice ella. Desde que dio a luz hace dos años, ha pasado por una mastectomía bilateral para asegurarse de que todas las células cancerosas habían sido eliminadas de su cuerpo, por la extirpación de sus ovarios con complicaciones graves, por una histerectomía de emergencia y por una cirugía restauradora de los senos.

El mes pasado, la situación financiera de la familia de la joven se ha vuelto tan desoladora que Andrew y Erika se vieron obligados a tomar medidas para afrontar una bancarrota. A pesar de estos problemas, la familia se alegra por estar unida, todos ellos con vida.

“Quiero que todos sepan que es posible mantener la fe, mientras pasamos por pruebas. Quiero que todos sepan que es posible llevar el embarazo de un hijo hasta el final y recibir tratamiento para el cáncer. Quiero que todos vean lo positivo de mi situación, no lo negativo”, escribió Erika en un reciente blog.