Una de las armas más poderosas en el arsenal pro-vida es el testimonio auténtico de aquellos que han promovido y ayudado a realizar abortos, y que más tarde vieron la luz. Personas como el doctor Bernard Nathanson, Carol Everett y Abby Johnson tiene información y conocimiento que nos ayudará a ganar la lucha contra la industria del aborto.

Jewel Green Allentown, nativa de Pennsylvania y madre de tres hijos, ha tomado la valiente decisión de hablar finalmente a favor de la vida. En su primer testimonio a favor de la vida, le habló a Live Action sobre su sufrimiento provocado por el dolor del aborto cuando era una adolescente, y sobre su trabajo durante varios años en una clínica abortista.

Ésta es su historia:

“Mi primer bebé cumpliría 22 años esta semana.

Yo tenía 17 años, había abandonado la escuela secundaria y consumía drogas, pero cuando la señora que efectuaba abortos me dijo que estaba embarazada, yo ya pensaba en mí misma como una nueva madre.

Todo el mundo quería que yo abortara… excepto yo.

Yo en realidad dejé de consumir drogas, fui a la biblioteca y consulté un libro que se llama Under 18 and Pregnant [Menor de 18 años y embarazada] y comencé a leer para prepararme. Programé mi primer control prenatal. Mi novio era implacable. Estoy omitiendo deliberadamente los detalles de la violencia, tanto real como velada, pero finalmente cedí a la insistencia de mi novio para no tener nuestro bebé.

Me llevó a la clínica de aborto el 4 de enero de 1989, pero literalmente me agoté en la esperanza de salvar a mi bebé.

Dos días después, el 6 de enero de 1989, con 9 semanas y media de gestación, tuve un aborto. Esto casi me mata. No, no el procedimiento quirúrgico, sino las secuelas psicológicas. Intenté suicidarme tres veces después de mi aborto y finalmente terminé, durante un mes para recuperarme, en una sala psiquiátrica para adolescentes en un hospital de la comunidad.


Yo fui obligada a hacerme un aborto, pensaba que al convertirme en una consejera en una clínica abortista podría ayudar a otras como yo para hablar realmente de sus sentimientos sobre el tema, explorar seriamente sus opciones y ayudarlas a tomar una decisión honesta e informada, o ayudarles a abandonar una situación abusiva.

Trabajé en una clínica abortista durante cinco años (de los 18 a los 23 años), no en la que me había efectuado el aborto. Empecé atendiendo el teléfono, luego en la recepción de los pacientes y en la aceptación de pagos, luego aprendí asistencia médica y ayudé en el laboratorio, auscultaba signos vitales en la sala de recuperación, e hice “platos” en el área autoclave (volveré a esto). Entonces, después de dos años de trabajo en la clínica y comenzar la universidad para estudiar psicología, me capacité como consejera.

La experiencia de “asesoramiento” no fue lo que yo había esperado. Casi todas las mujeres embarazadas que llegaban a una clínica abortista para “asesorarse en opciones” ya habían tomado la decisión, sólo querían ver las instalaciones y tener sus preguntas contestadas y tal vez disipados sus temores. Y la mayoría de las mujeres que acudían sentían que no tenían otra opción. Algunas pocas eran verdaderamente ambivalentes.

Aquí es donde fallan el movimiento pro-aborto y las clínicas. Claro, teníamos una pequeña notebook con los nombres y números de dos agencias locales de adopción, pero nunca fuimos capacitadas ni se nos enseñó cómo funciona el proceso de adopción que se podía explicar a las mujeres. Teníamos el número de teléfono de la oficina local de WIC, de la asistencia pública, etc., pero una vez más, no sabíamos nada del proceso, en caso que alguna vez alguien preguntara por los detalles. Si una mujer embarazada quería saber más sobre estas alternativas, lo mejor que el “consejero de opciones” podían ofrecer era una hojita de papel autoadhesivo con un número de teléfono garabateado a toda prisa.


Durante mi estancia en la clínica, yo era una firme partidaria del derecho al aborto, si bien que sabiendo todo el tiempo en mi corazón que yo sentía que lo que había hecho estuvo mal, que perdí a mi bebé y que deseaba que las cosas pudieran ser diferentes para mí. En retrospectiva, puedo ver que por rodearme de personas que creían que estaba bien abortar bebés, yo estaba esperando que algún día aprobaría el aborto de mi bebé. Esto nunca ocurrió


Marché dos veces en Washington, DC, apoyando el derecho al aborto. He hecho presión en Harrisburg (la capital de Pennsylvania). Me he unido a David Gunn, Jr., para presionar en el Congreso que se aprobaran sanciones más duras contra los militantes activistas anti-aborto que acosan a las mujeres embarazadas, ponen bombas en clínicas de aborto, intimidan a personal de la clínica, y matan médicos (como el padre de David, el doctor David Gunn, quien fue asesinado por un “activista” anti-aborto), pero inclusive entonces yo no estaba de acuerdo con los gritos de guerra como “¡Aborto a petición y sin disculpa!” que se cantaban en estos encuentros. Esto era -y es- mucho más complicado que aquello.

Después de graduarme en la universidad con un título en Psicología dejé mi trabajo en la clínica para trabajar en el turno noche en una línea telefónica para crisis de adolescente durante un año, antes de mudarme a Nueva York para asistir a la escuela de post-grado. Después de obtener mi maestría en Psicología, me mudé de nuevo a mi ciudad natal y trabajé a tiempo parcial en la clínica a través de gran parte de mi siguiente embarazo.


Recuerdo que un sábado por la mañana (un gran “día de procedimientos”, cuando se programaron más de 20 abortos y por lo menos una docena de manifestantes se encontraban fuera, de pie a lo largo del largo camino que conducía al estacionamiento de la clínica), cuando tenía alrededor de seis meses de un largo y muy visible embarazo –mucho más lejos que el límite de la clínica de 16 semanas para abortar- que un manifestante me gritó, “¡Tu bebé te ama!”.

Sonreí para mis adentros. Cuando entré y empecé a ayudar a la enfermera a preparar la sala de recuperación, le dije a ella eso, se enojó y horrorizó. Inclusive entonces –como una empleada activa en la clínica- decirle a una mujer embarazada que su hijo la ama, no me pareció una cosa tan cuestionable para decir, o inclusive gritar, a una mujer evidentemente embarazada.


Identificarme como pro-vida, sin embargo, no llegó sino hasta muchos años después. Después de finalmente perdonarme a mí misma por abortar a mi primer hijo, tuve la oportunidad de ver el mundo en forma diferente. Después de dos fracasos matrimoniales, pude finalmente comprometerme y mi marido y yo hemos estado casados durante once años. Después de dar a luz a tres hijos y sentir la vida creciendo dentro de mí y conocer el implacable amor abrumador que una madre puede sentir por un niño, he sido capaz de reconocer por fin que sí, que la vida comienza en la concepción.


Pero no fue sino hasta tropezar con enlaces a vídeos de Abby Johnson en YouTube, y luego de leer su libro Unplanned, que pude decir en voz alta que yo era pro-vida. Fue la conmovedora historia de Abby y su testimonio valiente y honesto lo que me ayudó a unirme abiertamente a las filas del movimiento pro-vida.

Y aunque ahora me considero pro-vida, simplemente no puedo acatar a los extremistas que dentro de las filas del movimiento a menudo actúan sin censura a través del liderazgo vocal de la posición. Yo estaba en la recepción cuando la clínica fue invadida el 22 de julio de 1992, lo que más tarde conocimos como “el miércoles infernal”. Seis personas corrieron a la sala de espera con un artefacto de metal con múltiples tubos adjuntos que todos supusimos era una bomba, hasta que ellos deslizaron sus brazos dentro de él y comenzaron a cantar. Estuvieron en la sala de espera “atados” a esa cosa durante siete horas, mientras que agentes de la policía local, del Estado y del FBI intentaron negociar con ellos y quitarles el dispositivo. Ellos orinaron en la alfombra. Las funciones diarias de la clínica continuaron en otras partes de la instalación.

Ninguna de las mujeres cambió de parecer como resultado de esta invasión.

Yo también estaba trabajando en la recepción el día en que dos clínicas de Boston fueron atacadas por un hombre armado en contra del aborto, quien hirió a cinco personas y mató a dos. El pistolero se mantuvo en general durante muchas horas antes de ser detenido. Boston está a cinco horas de auto de donde yo trabajaba y yo me quedé en la recepción (mi tío, un sargento de la policía, insistió después de ese evento y durante una semana en que yo llevara un chaleco antibalas cuando iba trabajar). Uno de los ex directores de la clínica en que yo trabajaba tenía su casa dividida en dos, otro director de rutina tenía rutinariamente su casa rodeada con piquetes y ha sido seguido en varias ocasiones desde el hogar al trabajo por vehículos sospechosos. Tiene que haber una mejor manera de promover la causa de la vida.


Hablando de eso: el aborto termina la vida. Esto no está en cuestión ni debe estarlo. Ésta es una verdad fundamental. He trabajado en la sala de autoclave donde los “productos de la concepción” (como muchos partidarios pro-elección – y consejeros clínicos abortistas llaman al feto y a la placenta) eran reorganizados y contados para asegurarse que “teníamos todo”. Para los abortos tempranos, esto significaba derramar el contenido de la jarra en el agua para visualizar las vellosidades coriónicas. Para los abortos de aproximadamente 8, 5 hasta 12 semanas, esto significa contar las manos y los pies, asegurándose que la columna vertebral y las costillas y el cráneo estaban presentes, se entiende la idea. Para los abortos donde la edad gestacional del feto estaba en cuestión, sobre todo si existía la posibilidad que fuese un “¡uy!”, es decir, un embarazo terminado más allá del límite legal de la clínica de 14 semanas (desde la última menstruación), los pies eran medidos para determinar una más segura edad gestacional.

Trabajar en la sala de autoclaves nunca, nunca fue fácil. Veía a mi hijo perdido en cada frasco de partes de bebés abortados. Una noche después de trabajar autoclave, mis pesadillas sobre los bebés muertos eran tan espantosas, terribles e intensas que se reunió con el director de la clínica para hablar de mis sentimientos.

Ella fue muy comprensiva, abierta y honesta, directa y dolorosamente rotunda cuando me dijo: “Lo que hacemos aquí es poner fin a una vida. Pura y simplemente eso. No hay duda de este hecho. ¡Tienes que ser de acuerdo con esto para trabajar aquí”. Después de unos pocos días rotados fuera de la sala de autoclave, sentí que estaba de acuerdo con esto, y Dios me ayude, volví allí.

Cuando en mi cuarto año en la clínica se obtuvo la aprobación para hacer abortos de hasta 16 semanas después del último período de menstruación, una mujer renunció y dos miembros del personal – incluida yo misma – se negaron a trabajar en los “días finales”. Mi jefe se mostró muy comprensivo y me programó para trabajar esos días con las pacientes ginecológicas no embarazadas.


Para mí, yo sé en mi corazón que nunca volvería a poner fin a un embarazo –nunca– ni que trabajaré de nuevo en una clínica de aborto. Si alguien a quien amo se enfrenta a un embarazo no planificado, me gustaría hacer lo mejor para ayudarla a encontrar una manera de mantener el embarazo y dar a ese bebé una oportunidad – ya sea por convertirse en un padre, u ofrecer al niño en adopción.

Hay demasiadas vidas inocentes próximas a ser eliminadas en nuestro país antes que tengan la oportunidad de tomar su primera bocanada de aire, y como nación deberíamos hacer lo mejor. Tenemos que hacerlo mejor. Tenemos que proporcionar los recursos reales para las mujeres embarazadas que afrontan un embarazo no planificado. Las mujeres y los niños de nuestro país merecen algo mejor. Después de todo, a veces las mejores cosas en la vida no son planificadas.

Feliz día de no-nacimiento, no-bebé. Te extraño todos los días. Amor y lágrimas, mamá”.