Santa Edigna de Puch, virgen dendrita, reclusa. 26 de febrero.

El término "dendrita", viene de la palabra griega "dendron", o sea, árbol. Y se refiere a eremitas que vivían en o bajo árboles. Así como muchos ermitaños se dirigían al desierto, las cuevas, hubo quienes hacían de los árboles su ermita. Algunos se hacían una cabaña entre las ramas, otros simplemente vivían sobre ellas. Aunque los sitios preferidos por estos anacoretas eran los bosques profundos, aislados, también los había establecidos cerca de las ciudades o pueblos, y sus árboles eran punto de reunión para oir su predicación, hacer oraciones, etc. El origen de esta fascinación por los árboles hay que buscarla en épocas anteriores al cristianismo, y mucho antes aún: en el paleolítico. El árbol es fuente de vida, de medicinas, de protección, de alimento, así que eran seres mágicos y adorados por los antiguos. Y no tan antiguos, en el caso de los dendritas cristianos, después de su muerte, los árboles en los que vivieron (o supuestamente vivieron) se convierten en objeto de culto, en reliquia sagrada; en ellos se efectúan ritos medio mágicos con los que atraerse la protección del santo.

La 

"vida" de Edigna es lo suficientemente legendaria, como para desconfiar bastante de lo que nos ha llegado de ella. Según estas leyendas, era descendiente de una estirpe regia y santa: Hija de Enrique I, rey de los merovingios y de Ana de Kíev, hija de Iaroslav, Gran Duque de Kíev, y por tanto sobrina nieta de los Santos Boris y Gleb (24 de julio, 25 de septiembre y 2 de mayo, traslación de las reliquias), y bisnieta de San Vladimir I el Grande (15 de julio). Pero se conocen perfectamente a los hijos de Enrique y Ana: Felipe, Roberto, Hugo y Emma (a esta se ha intentado poner como que es Edigna, pero solo es aprovecharse de que se desconoce de Emma).

Pues eso, que era una princesa real y al llegar a la edad de matrimonio, pues le buscaron marido, y como no quiso, se disfrazó de labrador y escapó, en 1074. Se encontró con un campesino que llevaba un carro tirado por bueyes que consintió llevarla un tramo. Llevaba el campesino un reloj de arena, un gallo y una campana (a saber para que), y sucedió que, habiéndose dormido Edigna sobre el carro, al pasar por la aldea de Puch, el gallo cantó, la campana repicó y el reloj se detuvo milagrosamente. Se despertó Edigna, preguntó al campesino lo que sucedía y este le contó lo que había pasado con los objetos y el gallo. Lo tomó Edigna como señal del cielo y, pidiendo al campesino el reloj, el gallo y la campana, se encaminó a la aldea, junto al río Ampel. Había junto a la iglesia de San Sebastián un tilo con un hueco en el tronco, en el que se metió Edigna, para no salir nunca más. Allí comenzó una vida de penitencia, oración y apostolado, consolando y aconsejando a la gente, enseñando a leer y la religión a los niños, sanando a los enfermos e intercediendo por animales y cosechas, socorriendo a los pobres.

Ponía paz en las familias, unía parejas, deshacía amoríos pecaminosos, cocía pócimas y aplicaba unguentos con un aceite "milagroso" que destilaba el tilo y que continuó manando después de su muerte, hasta que unos quisieron venderlo, y el arbol dejó de manar. Allí vivió Edigna durante 35 años, hasta que murió cerca del año 1109. Fue enterrada dentro de la iglesia parroquial, aunque el sitio de su sepultura estuvo perdido hasta 1978, en que fueron encontradas las reliquias en unas reformas dentro de la iglesia

Se le invoca contra todo tipo de enfermedades de personas y animales, En la región es patrona para hallar objetos y ganado perdido, a la hora de la muerte, de los jueces y procesados injustamente. Su devoción aún es firme y el árbol donde vivió, recibe muchas visitas y exvotos de los fieles. Una supuesta mano suya se venera en la iglesia de St. Edigna de Hofdorf.
 
 
Algunos historiadores han afirmado que se trata en realidad de una antigua druida pagana, cuya memoria se guardaría en la zona, a pesar de la fe cristiana. Al ver la Iglesia la veneración de los lugareños al árbol, habría cristianizado a la antigua druida, haciéndola una virgen reclusa. A saber.