Santoral hoy: 13 de noviembre. Santa Agostina Livia Pierantoni, virgen y mártir. 

Nació en Pozzaglia el 27 de marzo de 1864 y sus padres se llamaron Francisco y Catalina. Fue la segunda de once hijos y la llamaron Olivia. Tuvo una infancia marcada por el trabajo, la austeridad y la sólida piedad cristiana. A los 4 años, recibió la Confirmación. Siendo de las mayores, fue como una madre para sus hermanitos, a los que educaba y cuidaba. Ese fue el germen de su caridad y paciencia para con los demás. Desde los 7 años supo lo que era el trabajo duro, pues fue asalariada en las obras de la carretera Orvinio-Poggio Moiano, portando pesadas cargas de piedras. Además, trabajaba en casa, en el campo, cuidaba los animales. Fue poco al colegio, pero como era de inteligencia despierta y muy aplicada, adelantaba más que las demás niñas. A los 12 la primera Comunión, y poco después se va a Tívoli, a la campaña de la aceituna con otras jóvenes. Por los peligros de estar fuera de casa, en ambientes poco religiosos, Livia asume el cuidado y la instrucción religiosa de sus amigas. Hacen un grupo virtuoso, que no va a los bailes ni se reúne con los jóvenes. Entre todas hacen frente a los jefes inescrupulosos y poco recatados. 

Entre los jóvenes también tenía predicamento Livia, y causaba admiración. Su madre quería un buen matrimonio para ella, siendo hija mayor y de grandes aptitudes, no estaba dispuesta a que tuviera un esposo cualquiera. ¡Y anda si no tuvo el mejor Esposo! Según crecía en edad y madurez, su vocación a seguir a Cristo la conminaba a una opción radical. La caridad y el servicio eran sus impulsos.

Después de alguna búsqueda, tuvo acogida entre las “Hermanas de la Caridad” fundadas por Santa Juana Antida Thouret (23 de mayo). El 23 marzo de 1886 entró al Postulantado en la Casa General, en Roma, para prepararse para ser una verdadera sierva de los pobres. Al año siguiente tomó el hábito añadiendo el nombre de Agostina, con el deseo de ser la primera santa de ese nombre (en realidad hay al menos otra y muy anterior, pero ella no lo sabía). Fue enviada al antiguo hospital del Espíritu Santo, una fragua de sacrificio y caridad, donde se forjaron santos como Camilo o Carlos Borromeo. A pesar del gran aporte de la Iglesia a la caridad y la enseñanza, la persecución religiosa en Italia, avanza. El anticlericalismo se confunde con el anticristianismo y todo lo católico huele a monarquía y falta de libertades. El hospital pronto sentirá la injusticia: expulsan a los religiosos capuchinos y se prohíben las imágenes religiosas. Las monjas no son expulsadas por lo probado de sus servicio y el temor a la protesta popular. Agostina logra erigir en un rincón oculto, un pequeño eremitorio con un altarcito y una imagen de la Santísima Virgen, a la que confía su obra, la salud y la paz de sus enfermos. Pide por ella misma, para tener fuerza y paciencia, para no flaquear. Y la Madre de Dios la sostiene, pues la caridad de la Hermana Agostina no tiene límites, por ello se contagia de tuberculosis, enfermedad de la que sana por milagro.

Ella destaca entre todos por su paciencia y amabilidad, incluso con aquellos que son hostiles a la religión y a las monjas. Entre estos hombres ásperos y desagradecidos, que muerden la mano que los ayuda desinteresadamente, llama la atención Romanelli, un hombre obsceno y violento, amigo de crear peleas. Este hombre fue expulsado del hospital, por un desagradable suceso con las mujeres en la lavandería del hospital. Antes de ser echado, tropieza con Sor Agostina, a la que amenaza. Le escribe cartas amenazantes con expresiones como "¡Te mataré con mis propias manos!", o  “¡no te daré más de un mes de vida!" Y lo llevó a cabo: el 13 de noviembre de 1894, teniendo la religiosa solo 30 años, Romanelli se coló en el hospital y la golpeó fuertemente en la cabeza, asesinando a la religiosa. Las últimas palabras de Agostina fueron para perdonar a su agresor.

El asesinato conmovió Roma, a creyentes y hasta a algunos enemigos de la Iglesia, que sabían de la abnegación y bondad de la hermana Agostina. El pueblo acudió en masa a los funerales, venerando el cuerpo de la mártir de la caridad. Fue beatificada el 12 de noviembre de 1972 por el Beato Pablo VI (26 de septiembre) y canonizada el 18 abril de 1999 por San Juan Pablo II (22 de octubre) y en 2003 fue declarada patrona de los enfermeros italianos. 

 

Fuente:
http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_lit_doc_19990418_pietrantoni_sp.html