Simeón "el Salo", loco por Cristo. 1 de julio (Iglesias Orientales), 21 de julio y 3 de agosto.

Es este un santo bastante peculiar, por más que no sea muy conocido. De su niñez se ignora todo, aunque, como se acostumbra en leyendas de santos, se le hace miembro de una familia noble y muy cristiana; que estudió y era muy sabio en lenguas y religión. Sobre los 20 años, y ya esto sí se sabe, por la "vita" que escribió Leoncio de Neápolis a mediados del siglo VII, se fue de peregrinación a Jerusalén, con su amigo San Juan Ermitaño (1 de julio). Al volver, llenos de ímpetu religioso, deciden visitar a algunos eremitas que vivían en el desierto, junto al Jordán. Fueron al monasterio de San Gerásimo (5 de marzo), y hablaron con el abad San Nicon (12 de mayo), que les admitió entre sus monjes. Al poco tiempo aquella austeridad no le convino a Simeón y junto a Juan, pidieron licencia al abad para retirarse y hacer mayores penitencias y austeridades en el desierto. Junto al mar Muerto, hallaron una cueva donde un eremita había muerto hacía poco, y allí se retiraron. El ayuno, el trabajo, la oración, las penitencias, las tentaciones y las victorias eran diarios y abundantes. Allí vivieron casi 20 años, hasta que a Simeón se le ocurrió la idea de que a todas sus penitencias le faltaba la mayor: la humillación pública. Decidió ir al encuentro de las personas, para fingirse loco y que se burlaran de él. Juan, que no compartía esa "locura" (nunca mejor dicho), intentó disuadirlo, pero no pudo, así que se despidieron con gran cariño y Simeón se lanzó a ser el loco de Dios, prometiendo antes a Juan que regresaría a verlo antes de morir.

Se fue a Emesa y allí comenzó a jugar con los niños, peleándose con ellos, como uno más; se metía en las conversaciones y daba opiniones ridículas, caminaba torcido, modulaba la voz para que pareciera un aullido, gritaba sin ton ni son, se tiraba en el suelo, revolcándose en el polvo, el barro, la basura; se metía en las iglesias y tiraba nueces o piedras contra las gentes o los altares, para ser sacado a palos; contaba chistes (supongo que al menos serían buenos). Pero su mayor gloria era que por esas monadas le apalearan, lo insultaran y se rieran de él, a todo esto contestaba con risas, hasta ver que le tenían lástima, entonces contestaba con rabietas y gritos, lo que le atraían más palos e insultos, sobre todo de los niños (ya sabemos lo crueles que pueden ser estos si se lo proponen). Pero la peor humillación que sufrió, porque contenía un pecado, fue la de soportar que una mujer le acusara de ser el padre de su hijo y haberla forzado: el santo calló y la mujer, al parir, lo hizo en medio de grandes dolores hasta que confesó la verdad, y entonces dio a luz serenamente.

Afortunadamente, estas locuras le servían también para atraer a algunos a Dios, pues en medio de sus locuras, decía verdades de fe, exhortaba a la penitencia, y las limosnas que recogía las daba secretamente a las mujeres de mala vida, para que la abandonaran. Liberaba a los endemoniados, sin que los demás lo notaran, contoneándose con sus mismos movimientos de espasmos. A muchos enfermos sanaba con sólo mirarlos. Pagaba a prostitutas para que no tuvieran que acostarse con hombres. Tuvo el don de la profecía: en una ocasión predijo un terremoto y en otra una epidemia que se cebaría en los niños. Esta vida de locuras no le impedía hacer penitencias, como el ayuno: en una ocasión se metió en una taberna varios días, siendo risa de unos borrachos, a los que en medio de risas, les enseñó el mal que hacían y lo importante de convertirse; en esos tres días no comió ni bebió ni siquiera agua. Alguna vez le vieron arrobado en oración, pero siempre pensaban que eran desvaríos de loco, por lo bien que disfrazaba su virtud.

Avisado que moriría pronto, fue al desierto, a encontrarse con su amigo Juan, al que refirió sus locuras y aventuras. Se despidieron y Simeón regresó a Emesa, donde lo acogió un diácono, al que Simeón confió quien era en realidad, ya que este diácono era un santo varón. Simeón le pidió hospedaje unos días, para orar y hacer penitencias en sitio tranquilo. El diácono le ofreció una cabaña apartada y, a los dos días, al no dar señales de vida, fue a verle y lo halló ya difunto. Contó a todos lo sabido, le enterraron con gran solemnidad y comenzaron los milagros en su sepulcro, hoy perdido. El primero fue que, yendo Juan a celebrar un servicio fúnebre, abrieron el sepulcro y estaba vacío, lo que se entendió como una asunción.

El patronato sobre los payasos y titiriteros le viene por ese ser un payaso constantemente. Y no es el único, sino que, sobre todo en las iglesias ortodoxas, este tipo de santos y santas "locos" abundan. Hace poco leíamos de San Andrés de Constantinopla (28 de mayo y 2 de octubre, Iglesias Orientales).


-"Año cristiano". Volumen 7. JEAN CROISSET. Madrid, 1791.