En febrero se conoció -y la reacción mundial pudo mitigarla- la purga que planeaban hacer los editores de Roald Dahl (Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda) sobre la obra infantil del escritor para adecuarla a las exigencias de la cultura woke. Se anunció que se haría también con Agatha Christie (una de cuyas obras más célebres, Diez negritos, se publica ahora bajo el título Y no quedó ninguno) y con el creador de 007, Ian Fleming, y hace años se retocaron numerosas expresiones de Enyd Blyton (Los cinco, Torres de Malory) al gusto de los estereotipos feministas. No son, ni mucho menos, casos únicos de autores cuya lectura no manipulada exige rastrear ediciones viejas.

La tijera de la corrección política tiene unos ejecutores, que eluden el apropiado nombre de censores para presentarse como "sensitivity readers" [lectores para las cuestiones sensibles]. Giuliano Guzzo ha dedicado un artículo a estos "controladores del pensamiento único", husmeadores de expresiones potencialmente 'ofensivas', en el número 228 (mayo 2023) del mensual católico de apologética Il Timone:

Los "sensitivity readers"

Si leéis Il Timone, es porque ellos no trabajan para nuestra revista. Si no fuera así, ¡adiós!, el mensual sería redactado de nuevo totalmente, de arriba abajo. Incluso podría acabar en la basura, quién sabe. Lo que es seguro es que tendríamos problemas con un sensitivity reader, literalmente "un lector para las cuestiones sensibles" y, de facto, un controlador del pensamiento único cuya tarea es validar los textos antes de que sean puestos -o permanezcan- a disposición del público.

Para entendernos, no tienen nada que ver con los -nunca demasiado alabados- correctores de galeradas. Porque los sensitivity readers no buscan errores, sino ofensas, aunque sean potenciales. Es más, buscan sobre todo contenidos "potencialmente ofensivos", cosas que el lector medio no notaría pero que ellos, gendarmes de la corrección política, desencovan implacablemente entre líneas: simples palabras, a veces solo alusiones. Nada que ni de lejos pueda ser sospechoso de sexismo, racismo, homofobia u otros escapa a su radar.

Una escena de 'Charlie y la fábrica de chocolate', en la versión cinematográfica de Tim Burton en 2005. No solo cuestiones raciales o sexuales, también las alusiones al aspecto personal son objeto de la lupa de la corrección política.

Prueba de ello es lo que ha sucedido con Roald Dahl, autor de libros amados por millones de niños y jóvenes de todo el mundo como James y el melocotón gigante Charlie y la fábrica de chocolate, el cual, treinta años después de su muerte, ha visto a su editor, Puffin Books, eliminar de sus creaciones cualquier palabra considerada "incorrecta", como "gordo" o "feo". Los lectores sensibles también han sido determinantes en los meses pasados para modificar el lenguaje de algunas novelas de James Bond, de Ian Fleming. 

Jóvenes, LGBT y woke

Vale, muy bien, pero ¿cuál es el perfil de este trabajador invisible y, sin embargo, por lo que parece, valioso hoy en día? ¿Cuál es su identikit? Como si fuera una especie de agente secreto, el "lector para las cuestiones sensibles" no actúa a cara descubierta. Es decir, sabemos que el sensitivity reader está entre nosotros, pero no se sabe concretamente quién es. O al menos, no siempre. Y cuando entra en acción, ya es demasiado tarde: la guillotina de la censura ya ha caído.

"Oficialmente o no, lo usan las editoriales más importantes, y las agencias especializadas crecen", explicó a principios de enero un artículo publicado en Le Monde. Suelen ser jóvenes recién licenciados, conocedores de los debates culturales internacionales y con algún tipo de competencia editorial y literaria. Surgieron en el mundo anglosajón, pero hoy los sensitivity readers están muy activos en Alemania, Francia y parece que están empezando a debutar en Italia. Para evitar problemas futuros, hay autores que ya los utilizan.

El escritor escocés Irvine Welsh, autor de Trainspotting, para la redacción de su thriller The Long Knives, que en parte trata de personas trans, decidió utilizar un sensitivity reader transgénero para evitar perderse entre pronombres equivocados, asteriscos y otro tipo de líos. "Al principio era hostil a esta práctica, la consideraba una forma de censura", explicó Welsh, añadiendo que "sin embargo" su "experiencia ha sido muy positiva. El lector ha sido un apoyo en lo que intentaba hacer: equilibrado, meditó lo que me dijo y fue muy clarificador". 

Cada vez hay más injerencias

Hay personas que, en el ámbito editorial, sostienen que esta figura siempre ha existido. Sin embargo, el sensitivity reader ha empezado a tener éxito desde hace pocos años. Parece que el año 2020 fue decisivo para su afirmación profesional. Tras la muerte de George Floyd a manos de la policía, las peticiones de mayor atención a los temas vinculados a la "diversidad" e "inclusión" aumentaron.

En París, la agente literaria Susanna Lea -entre cuyos clientes están Marc Levy y Riad Sattouf- ya ha utilizado un lector sensible. Barbara Epler, directora de New Directions Publishing y que publica al español Javier Marías, el mexicano Octavio Paz y a Ezra Pound, ha admitido: "Para todo lo que publicamos buscamos la opinión de nuestros empleados y les consultamos sobre lo que podría causarles asombro o incomodidad". Obviamente, no todos los autores aceptan de buen grado las "opiniones" de los lectores sensibles. Algunos, entre los cuales podemos enumerar a Lionel Shriver y Kate Clanchy, se sienten ofendidos ante la idea de recibir una valoración de este tipo.

El inglés Anthony Horowitz contó a  The Spectator que cuando le asistió un sensitivity reader para representar un personaje de los nativos americanos, lo percibió como que "una persona externa le decía lo que tenía que escribir". Es verdad, técnicamente no es censura. El lector sensible no tiene poderes coercitivos formales. Sin embargo, hace propuestas correctivas que, utilizando las palabras de El padrino de Francis Ford Coppola, 'no se pueden rechazar'. 

Militantes progresistas

Que el lector sensible está politizado es verdad. Lo sugiere el hecho, como hemos dicho, de que se trata a menudo de jóvenes recién licenciados y, por consiguiente, embebidos de ideología woke. Lo admiten ellos mismos. La revista Vice entrevistó recientemente a una profesional del sector que ha aceptado presentarse públicamente: Philippa Willitts, que ha trabajado en revistas, blogs y libros para ofrecer servicios tanto de corrección de galeradas como de edición especializada. Basta leer sus declaraciones para hacerse una idea del nivel de ideologización de los lectores sensibles.

Willitts, atenta sobre todo a los temas LGBT, sostiene que no se puede ocupar de temas raciales porque no es negra: "Como mujer blanca, no puedo decir nada respecto a la raza". Habría mucho que objetar sobre una consideración de este tipo, pero sigamos. Porque lo mejor lo ha dicho cuando, interpelada sobre el hecho de que ella y sus compañeros a menudo son de izquierdas, esta sensitivity reader declaró: "Creo que sí, es así, pero no es algo malo". Como diciendo: nosotros, los militantes de la izquierda del caviar, estamos al mando y no vemos dónde está el problema. Efectivamente, desde su punto de vista, su discurso es impecable. Pero toda persona a la que le importe la libertad de expresión no puede más que temblar, sabiendo que antes de ser impresos los libros son, y serán cada vez más, revisados por quien no considera un problema su propio sectarismo.

El Winston Smith que George Orwell, en 1984, había imaginado como trabajador comprometido en arreglar textos y ensayos del pasado para no contradecir al partido, ya es una realidad.

Traducción de Helena Faccia Serrano.