El Ayuntamiento de Madrid, que preside Manuela Carmena, quiere prohibir la instalación en el término municipal, "tanto en terrenos de titularidad pública como privada", de "circos que exhiban animales salvajes en sus espectáculos".

Es la nueva campaña de los grupos ecologistas y animalistas, reflejada en una iniciativa de Podemos (Ahora Madrid) y el PSOE contra la que se movilizarán las empresas afectadas. Están en peligro muchos puestos de trabajo directos e indirectos, pues no en vano el adiestramiento de animales forma parte esencial del espectáculo circense.


Comentando esta decisión, el escritor Juan Manuel de Prada publicó este lunes un artículo en ABC titulado Teología del circo, donde evoca a Ramón Gómez de la Serna, quien opinaba que el circo "tiene toda la ingenuidad, la claridad y la gracia primitiva y edénica".

"Quienes dan esta gracia primitiva y edénica al circo son los animales", apostilla Prada, "que vuelven a hacer amistad con los hombres y se pasean a su lado, como lo hicieron con Adán y Eva... Aquella paradisíaca candidez... en que nuestra naturaleza aún no estaba averiada y nos revolcábamos sobre la hierba con los animales, buscándoles las pulgas o las cosquillas, mientras sus rugidos y barritos y graznidos –pentecostés de lenguas paradisíacas– sonaban como un ronroneo risueño y agradecido".

En él los niños, que "aún no tienen conciencia de la avería irreparable que nos expulso del paraíso", vislumbran "un mundo que los mayores les han escamoteado, por morder el fruto del árbol prohibido". Los pequeños pasan ese rato viviendo "en el segundo capítulo del Génesis", y "los adultos que los acompañan salen del circo con una melancolía muy honda, casi con una rabieta inconsolable... porque acaban de recibir una inolvidable lección de teología".


Se invoca para la prohibición la pomposa Declaración Universal de los Derechos del Animal, utilizada por el demonio como tentación: igual que "prometió a nuestros primeros padres que serían como dioses, engañifa delirante que con los años sólo ha acarreado a los hombres berrinches de impotencia", ahora el demonio se ha inventado "otra trampa inversa, pero igual de delirante (y más acorde a nuestra época bajuna), que consiste en prometer que los animales serán como los hombres".

"Ambas teologías tramposas persiguen un mismo fin", concluye Prada: "Alterar el lugar que al hombre le fue asignado en la Creación: subalterno a Dios, a quien debe adoración; superior a los animales, sobre los que debe ejercer un dominio justo".