La sexoadicción es una preocupación social en alza, sobre la cual ponen también su atención los moralistas. Los especialistas prefieren denominarla trastorno hipersexual, una denominación más neutra porque el término "adicción", desde el punto de vista clínico (y también para una valoración ética de la responsabilidad individual), tiene un significado más estricto que en el lenguaje coloquial.


Veamos, en efecto, cuatro historias con desenlaces muy distintos.

Curtis era un broker felizmente casado y padre de tres hijos. Un buen día su mujer descubrió que durante años había acudido una vez al mes a sesiones de "masaje". Tirando del hilo, confesó que veía pornografía todas las semanas y asistía tres o cuatro veces al año a locales de striptease.

¿Sexoadicto? Se trataba en realidad de una personalidad narcisista acostumbrada a salirse con la suya en todo. Se consideraba un marido fiel, dado que no había tenido sexo real con otras mujeres. Durante la psicoterapia posterior, comprendió la frustración de su esposa y su propia inmadurez. Aumentaron la frecuencia de sus relaciones y dejó de usar pornografía. Las cosas mejoraron mucho en el matrimonio.

Keith tenía 47 años cuando fue detenido y despedido de un trabajo importante y lucrativo. Había situado una cámara debajo de la mesa de su despacho para grabar indiscretamente a mujeres de cierta edad. Parecía ser feliz con su compañera, pero no tenían hijos: jamás había podido consumar su relación, ni con ella ni con ninguna otra mujer. De niño había sido víctima de una relación incestuosa.

¿Sexoadicto? Más bien cautivo de una parafilia de origen traumático.

Ulrich, marido y padre ejemplar, frecuentó en la treintena una terapia de pareja para tratar la falta de deseo sexual de su mujer. Sin éxito. A los cuarenta, esa situación le convirtió en impotente. A los cincuenta descubrió internet. De golpe empezó a beber, a engordar, a faltar a su trabajo... y a almacenar pornografía infantil. Cuando le cazaron, el registro evidenció que tenía una amante. El divorcio y la cárcel llegaron a la vez.

¿Sexoadicto? Un caso más de personas que, ante una situación vital causante de depresión o ansiedad, recurren al sexo como evasión y acaban entrampadas en él.

Graham era un abogado internacional de 51 años, rico y sibarita. Su vida cambió cuando, durante un viaje de trabajo fuera de su país, conoció un prostíbulo de lujo. Se gastó dos mil dólares en una noche rodeado de vampiresas exquisitas y comida y bebida de primera. Durante los dos años siguientes visitó una docena de lugares similares en cada ciudad extranjera que visitaba.

Su mujer empezó a notar que ella ya no le interesaba sexualmente. Se lo dijo, y él acabó admitiendo su vicio: “Soy adicto a este género de vida”, confesó Graham, “y me encanta, pero no puedo continuar con ella y seguir casado. Mi esposa es maravillosa y nuestra familia, extraordinaria”. Tras tres meses de tratamiento, escogió su familia. Cambió los lupanares de fábula por un hobby abandonado: tocar el violín.

¿Sexoadicto? A pesar de la sensación del paciente de ser un sexoadicto, su psiquiatra prefierió hablar de infidelidad pura y simple. De hecho, de estas cuatro historias clínicas es la que los especialistas menos encuadrarían como sexoadicción.

Estos cuatro casos proceden de la consulta de Stephen B. Levine y están recogidos, entre otros, en una publicación de 2010 del Journal of Sex & Marital Therapy: "What is sexual addiction? [¿Qué es la adicción sexual?]".

Como se ve, Levine es poco partidario de generalizar la idea de sexoadicción. Y no es el único entre los investigadores consultados. Nos adentramos pues en una encendida polémica entre especialistas, pero asimismo presente en los medios al haberse visto implicadas en los últimos años celebridades como Tiger Woods o Michael Douglas.


Si hoy introducimos las palabras “sex addiction” en la base de datos del National Institute of Health [Instituto Nacional de la Salud] de Estados Unidos, nos encontraremos con casi tres mil referencias de estudios publicados en los últimos años.

Pero el término es reciente. El primero en utilizar la expresión “adicción al sexo” o “sexoadicción” fue, en 1983, el psicólogo Patrick Carnes, en un libro célebre, Out of the Shadows. Understanding Sexual Addiction, donde estableció una doble sintomatología que ha servido de base a readaptaciones posteriores. Puede verse en el cuadro siguiente:



-Frecuentes encuentros sexuales.
-Masturbación compulsiva.
-Búsqueda de nuevas parejas por aburrimiento de las antiguas.
-Fracaso al reducir el exceso de comportamientos sexuales problemáticos.
-Implicación en actividades sexuales sin excitación psicológica.
-Consecuencias legales del comportamiento sexual.
-Uso frecuente de pornografía.

-Pensamientos obsesivos sobre sexo.
-Racionalización de la continuación del comportamiento sexual excesivo.
-Sentimiento de culpa por continuar con el comportamiento sexual.
-Soledad, aburrimiento y/o ira.
-Depresión, baja autoestima.
-Vergüenza y secretismo respecto a la conducta sexual.
-Indiferencia hacia la pareja habitual.
-Falta de control en aspectos de la vida no vinculados al sexo.
-Deseo de suprimir o evitar emociones desagradables.
-Preferencia por el sexo anónimo.
-Desconexión entre el sexo y la intimidad.

(Fuente: Gold & Heffner, Clinical Psychology Review, vol. 18, n. 3, 1998, adaptada. Puede verse una sintomatología algo diferente y más actualizada en el trabajo publicado en septiembre de 2014 por Christian Nordqvist en Medical News Today: "What is sexual addiction (compulsive sexual behavior)? What causes sexual addiction? [¿Qué es la sexoadicción (comportamiento sexual compulsivo)? ¿Qué causa la sexoadicción?]".)

Unos expertos piensan que la palabra adicción debe reservarse a la dependencia respecto al consumo de sustancias: tabaco, alcohol, drogas, etc.

Otros expertos consideran que puede hablarse con propiedad de adicción al sexo y a otros comportamientos (el juego, el uso de internet, el trabajo, la comida, ir de compras) vinculados a las nuevas formas de vida y ocio de las sociedades desarrolladas. Y aplican a la adicción al sexo los criterios diagnósticos que definen la dependencia respecto a sustancias químicas.

En esta línea, un estudio de 1990 publicado por J. Robertson en  American Journal of Preventive Psychiatry & Neurology sostuvo que “las experiencias psicológicas son experiencias químicas en el cerebro”, y que el adicto no lo es tanto a una determinada actividad en sí misma, como a los efectos neuroquímicos que esa actividad produce en el organismo. Con la presencia, por ejemplo, de la dopamina, que media los circuitos neuronales que se ocupan de la búsqueda de actividades novedosas o excitantes.


La literatura especializada de los últimos años recoge dos hechos llamativos que parecerían abonar la consideración como adicciones de determinados comportamientos.

Por un lado, en el cerebro se activan las mismas zonas en el caso de la compulsividad vinculada a sustancias y en el caso de la compulsividad vinculada a comportamientos.

Por otro, medicamentos eficaces para la adicción a sustancias pueden ser eficaces en las adicciones conductuales.

Pero no hay que sacar conclusiones precipitadas: “Es un área insuficientemente explorada y no hay datos concluyentes, pero lo clave es que desde el punto de vista del proceso neurobiológico subyacente, el cerebro de las personas con sexoadicción sí parece tener muchos elementos comunes con los adictos a sustancias, y los procesos neurobiológicos son parecidos”, nos explica el médico español Juan Matías Santos, doctor en Psiquiatría, profesor de Neurociencia de la Universidad de Atacama (Chile) y profesor del Centro de Perfeccionamiento Jurídico Ricardo Núñez, de Córdoba (Argentina).

Como dato añadido, la comorbilidad de la sexoadicción con el abuso de sustancias existe y no es pequeña, pero según los estudios oscila entre el 25% y el 71%: una oscilación demasiado amplia para extraer consecuencias.


Esta discusión quedó por ahora zanjada cuando en 2013 se publicó el DSM-V (Diagnostic and Statistical Manual [Manual estadístico y diagnóstico]), quinta edición de la conocida “biblia” diagnóstica de los psiquiatras.

Por un lado, abrió la puerta a las adicciones de comportamiento e incluyó la ludopatía. Pero no la sexoadicción. La menciona, pero como una posible entidad a incluir sólo cuando venga avalada por  investigaciones que hoy por hoy no resultan concluyentes. Por ejemplo, un estudio de 2013 en Socioaffective Neuroscience & Psychology sugiere que la sexoadicción sólo sería un deseo sexual particularmente intenso, pero no un trastorno.

Evidentemente, la discusión científica no versa sobre la naturaleza negativa -indiscutida- de determinadas pautas de comportamiento sexual, sino sobre su asimilación a procesos de dependencia física. En cualquier caso, está incrementándose el número de instrumentos y de escalas validados que puedan ser útiles para la evaluación y medición de la sexoadicción, y dentro de ésta, del uso de pornografía, sobre todo en la red. Porque lo que sí ha ganado aceptación entre la comunidad científica internacional es la idea de que existe un “uso problemático de internet”: pornografía, ludopatía, consumo excesivo de tiempo, relaciones románticas y sentimentales, cyberbullying...


La pornografía online. Una nueva adicción, de Óscar Tokumura (Voz de Papel): uno de los trabajos más actualizados y completos sobre las consecuencias individuales y sociales de este consumo característico de la era internet.


Para la evaluación moral de la sexoadicción son importantes también las conclusiones que pudiesen asociar el trastorno hipersexual con algunas patologías psiquiátricas.

También en esto los resultados científicos varían. Menos en el caso del trastorno de ansiedad (comorbilidad del 42-46%) que en el caso de la depresión (comorbilidad que oscila entre el 33% y el 80% según los estudios). Pero los psiquiatras no consideran que la comorbilidad, esto es, la presentación simultánea de tendencias de adicción sexual con trastornos de ansiedad graves o estados depresivos, sea donde haya que poner el foco al estudiar este fenómeno.
 
Porque hay otras comorbilidades reconocidas: con los trastornos de la personalidad, con la disminución de la calidad de vida (en buena parte por la culpa que generan estas conductas), con el menor rendimiento laboral y el mayor absentismo y con comportamientos de riesgo, incluidos los sexuales, que llevan a tasas considerablemente superiores de ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual) entre los adictos a la pornografía.

Asimismo, en los dos últimos años varios trabajos científicos han ligado la adicción a la pornografía con la ludopatía, especialmente on line. Otro dato, y no menor, es la asociación fuerte que existe entre el uso de la pornografía y el comportamiento violento, sesgo aún más marcado en adolescentes.


Lo cierto es que, aunque aún falten datos de investigación para determinar la adecuación del término desde el punto de vista investigador, desde el punto de vista clínico puede hablarse de “adicción” cuando se dan dos elementos: incapacidad de la voluntad para poner freno a la conducta, y daño objetivo al entorno personal, familiar, laboral y económico del paciente.

Y en el caso del sexo el patrón de conducta está bien establecido y es crecientemente disruptivo de la integridad psicológica y emocional del sujeto y de su inserción social: situación de ansiedad o angustia, seguida de comportamiento sexualmente adictivo que pretende reducirla, seguido de vergüenza, frustración o culpa, seguido de una nueva situación de ansiedad... y de nuevo el sexo para calmarla.


¿Qué valor sociológico y moral tiene esta discusión científica?

Desde el punto de vista individual, un teólogo moral clásico, siguiendo a Santo Tomás, no tendría mayores problemas en calificar la situación: tanto la concupiscencia antecedente como el hábito voluntariamente adquirido y no retractado aumentan la voluntariedad del acto, pero disminuyen su libertad.

¿También en el caso de delitos? El doctor Santos, que también enseñó Psiquiatría Forense en la Universidad de Cardiff y es docente del Máster de Psiquiatría Legal y Forense de la Universidad Complutense, añade que “el consenso en la jurisprudencia es que el trastorno hipersexual puede ser un atenuante, pero nunca un eximente, a diferencia de otras patologías como los trastornos psicóticos, en donde puede llegar a la inimputabilidad”. Y enfatiza que la delincuencia sexual no se puede explicar sólo en función de trastornos hipersexuales ni está directamente vinculada a la pornografía en trabajos científicos consistentes con otros.

Y luego está por medio la voluntad como atributo humano. En un artículo publicado en 2005 en The American Journal on Addictions en controversia con P.R. Martín, N. M. Petry advierte de lo fácil que resulta acudir al expediente de la “adicción” para huir de la culpa, y subraya que “caracterizar un mal hábito como una adicción tiene como consecuencia medicalizar los síntomas y quitar la responsabilidad al individuo ”.

Extremando este argumento, en agosto de 2003 uno de los columnistas más prestigiosos de The Lancet, Mike Fitzpatrick, en un artículo titulado Addiction Myths [Los mitos de la adicción], había denunciado la “industria de la adicción”, lanzando una bomba muy debatida después en esa misma publicación: “He encontrado más gente que ha conseguido librarse de las drogas mediante la fuerza de la voluntad que quienes han tenido éxito en un programa de desintoxicación”.

En lo que sí coinciden todos los especialistas es en que la hipersexualización de nuestra cultura y la falta de educación moral, entendida como sentido del límite, del deber y de la responsabilidad, dificultan el control de los impulsos, que en última instancia es lo que transforma un comportamiento libre (virtuoso o pecaminoso) en una patología.

Fijémonos en dos puntos clave: la banalización e incluso recomendación de la masturbación y la ubicuidad de la pornografía (soft e incluso hard) en medios de comunicación y en internet. Ambas pautas culturales, que se consideran "avances" propios de la "liberación sexual" de mayo del 68, son sin embargo fuente de esclavitud: los mejores y más caros programas de tratamiento de sexoadictos instan a sus pacientes, como primer paso para la curación, a no masturbarse y a no usar jamás la pornografía. Se da así la paradoja de que aquello que se fomenta, violentando la moral natural, es, una vez convertido en enfermedad, lo primero que se prohíbe.

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