Se presenta como un Congreso de Teología, pero en realidad es, simplemente, la gran asamblea de los militantes hipercríticos con la Iglesia católica, algunos de ellos alejados de la Iglesia o incluso integrados en otras realidades religiosas. Es el llamado "Congreso de Teología" de la "Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII".

La misa con que clausuraron su encuentro del pasado fin de semana no se parecía casi nada a las que celebraba Juan XXIII, por supuesto. Con 800 asistentes (los que caben en el salón de actos del sindicato postcomunista Comisiones Obreras), la edad media está en los 70 años, quizá los 65. Este cronista dedicó un buen rato a observar a los asistentes, para encontrar sólo unas 40 personas menores de 35 años. En su mayoría han venido a ayudar en los tenderetes de las librerías o alguna ONG. También acuden a la misa dos familias con niños. El resto de asistentes peina canas muy canosas, o ni eso. Lo dicho, con todo el respeto a aquellos que hoy  peinan canas.


Responden a esa edad media los dos responsables de animar la misa con los cantos y una guitarra. "Anunciamos el reino de Dios, de paz, justicia y amor, esfuerzo en la lucha de los oprimidos", dice el canto de entrada, un pelín pelagiano. Antes y después, una exhortación a participar... leída. En esta misa todo es leído: no hay espacio para improvisar. Se ha quitado el canon de la Iglesia y se ha escrito otro, la semana antes, y todo el mundo se pega a sus papeles. Y a la silla: en esta misa está prohibido levantarse.

Tanto hablar de "pueblo que camina", pero aquí nadie camina ni en las ofrendas ni en la procesión de entrada (se empieza con todos sentados), ni nada. Tanto hablar de "pueblo que se alza" y de "acción", y aquí todo el mundo quieto en su butaca.

No se puede uno levantar ni en la lectura del Evangelio, ni se levanta nadie a llevar las ofrendas (ya están sobre la mesa: un crucifijo y un evangelio) ni para comulgar (se pasan unos a otros unos cestos de mimbre con las formas "consagradas"... más o menos). Insistamos: aquí nadie se levanta, ni para las peticiones. Y de arrodillarse, ya ni hablemos.


En el estrado, alrededor de la mesa, 12 personas vestidas de civil. Seis mujeres y seis hombres, según el canon de la Ley de Igualdad de la ministra Bibiana Aído. Hay una africana que se cubre la cabeza con un pañuelo: nadie la regaña por esta práctica paulina y preconciliar. "En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo", dice, sentado, "el oficiante" del centro. "El Señor está con vosotros", así, sin subjuntivos. "Y también contigo", responde el pueblo, como si Google tradujese una misa inglesa.

El oficiante lee una introducción, pegado al papel y después anima a "reflexionar sobre nuestra actuación, para acercarnos a la eucaristía más, limpios, purificados...". Se reza correctamente el "Señor ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad".

Sin levantarse ni nada, una mujer de "los 12" lee la Carta de San Pablo a los Colosenses, cuando según la liturgia hoy toca la Primera de Timoteo. Después, cantan una canción que dice "Una ciudad para todos / levantaremos un gran techo común". Y nada de leer Primera Lectura ni Salmos: no hay tiempo para el Antiguo Testamento ni para alabar a Dios (hoy tocaba el salmo 51: "un corazón contrito y humillado tú no lo rechazas").

Otra de "los 12" lee, sentada -todos sentados- el Evangelio: "¿quién dicen que es el Hijo del Hombre? Unos que Juan, otros que Elías...". Mientras tanto, más de mil millones de católicos de rito latino están leyendo en el resto del planeta la parábola de la oveja perdida y la del hijo pródigo.


La homilía del "oficiante principal" dura tres minutos, y dice que hay que ser buenos y seguir a Jesús. Entonces llega el momento en que un camarada lee el manifiesto de la jornada. Es bastante ortodoxo. De hecho, empieza muy bien, proclamando, con el Concilio de Calcedonia de 451 (y dejando fuera de su ecumenismo, quizá sin darse cuenta, a musulmanes, nestorianos y etíopes) que "Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, con dos naturalezas unidas sin confusión" y en Él se unen, añaden, "el Cristo histórico y el de la fe". Uno puede dudar si Tamayo y otros teólogos filoarrianos firmarían esto.

El manifiesto sigue pidiendo a todos ser buenos y luchar por el bien y la justicia. Y añade un párrafo, concesión a las polémicas mediáticas, condenando "la negativa a ordenar mujeres, algo arteramente considerado por la jerarquía como delito grave al mismo nivel que la pederastia". Ya está: no hay más quejas contra la jerarquía.

"Si estamos de acuerdo...", sugiere el lector... y todos aplauden, aunque sin estar muy de acuerdo, porque dos señoras comentan entre ellas "esto es muy light, esto no es un manifiesto, es un resumen". A continuación llegan las peticiones, prefabricadas y leídas por otra señora desde la mesa, sin levantarse.

Después de las ofrendas (que, como dijimos, ya estaban sobre la mesa, para que nadie se levantase) se pasa una bolsa: la colecta, dicen, es "para solidaridad con los hermanos de África y América Latina". La gente es generosa, porque al final anunciarán que se han recaudado 17.500 euros, es decir, unos 22 euros por persona. Mientras pasa la bolsa cantan: "todos unidos, todos a una, todos unidos, todos igual / es nuestra madre la misma tierra, todos hermanos, hijos de Dios".

La plegaria eucarística la recita de pie el "oficiante principal", alzando un cáliz de metal; la señora a su lado alza una oblea de pan: una sola frase basta para agradecer ambas cosas, el pan y el vino.

"El Señor está con vosotros". "Y también contigo". "Levantemos los corazones". "Es justo y necesario". Y entonces toda la asamblea toma un papel y proclaman juntos: "verdaderamente es justo y necesario que te demos gracias, porque nos enviaste a Jesús, tu Unigénito; Él es la luz que nos lleva a ti; agradecidos queremos unir nuestra voz a todos los bienaventurados que nos precedieron..." y el oficiante improvisa algo que no está en el papel: "y cuyas faltas seguro que Tú, con Amor Paternal, ya has perdonado".


Entonces, el "oficiante", él solo y de pie, pronuncia la epíclesis: "que tengas a bien descender con la fuerza de tu Espíritu sobre estas ofrendas..." aunque sin el gesto de las manos sobre ellas, o muy difuminado... Algunos y algunas de "los 12", a escondidas, detrás de la mesa, hacen gesto discreto y privado de orientar sus manos hacia las ofrendas.

Después, toda la asamblea recita leyendo el texto de la narración de la Eucaristía: "tomad y comed todos de él, haced esto en conmemoración mía". Y leen también un texto que va seguido: "recordamos a nuestros seres queridos, y nos duelen las tiranías de los humanos que provocan desastres y calamidades... Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, amén", concluye toda la asamblea.

El Cordero de Dios (recitado) es ortodoxo. El rito de la paz logra el milagro: ¡todos se levantan! Durante 6 ó 7 minutos se dedican a abrazarse, charlar y comentar cuánto tiempo llevaban sin verse (pese a ser el cuarto día de Congreso).

Después, reparten el pan sólo a "los 12" (otra vez sentados) y sosteniéndolo ellos y ellas en la mano recitan el texto del "Señor no soy digno de que entres en mi casa". A continuación se lo comen, y se levantan para hacer circular las cestitas de mimbre con la comunión por la sala. Cada uno se sirve por si mismo de la cestita. "¿Todo el mundo ha comulgado? ¿Sí? Entonces, buen provecho", desea el "oficiante".


Ya solo queda la acción de gracias. En vez de dar gracias a Dios, consiste sobre todo en salir a un micro a darse gracias unos a otros. El único asistente vestido de cura (de negro riguroso y alzacuellos) explica en el micro que viene "de la República Bolivariana de Venezuela" y que en su país van a celebrar un segundo congreso de teología "como este, que nos ha inspirado". La única asistente vestida con hábito religioso, una joven monja sudamericana, explica una experiencia con un pobre borracho en quien vio a Jesús. Otro pide unirse contra "la pantomima de la ONU y los objetivos del Milenio, con ese genocida" (al parecer se refiere al líder ruandés, Paul Kagame: en el vestíbulo una ONG hace campaña contra él).

Y el último en hablar es uno "de los 12". "Este local [del sindicato Comisiones Obreras] es sagrado para mí, y volverá a ser sagrado el 28 de septiembre, cuando nos reunamos cientos de sindicalistas por la noche para preparar la huelga general, para decir que otra economía es posible; estoy seguro de que todos ayudaréis a extender este mensaje", afirma.

"El Señor está con vosotros". "Y también contigo". Se levanta el oficiante, imparte una bendición muy correcta y acaba la misa: "podéis ir en paz".

Este cronista no se va en paz, sino un poco inquieto sin saber si esto le vale como misa de domingo o no.