En Venezuela, el padre Luis Toro realiza una incansable labor apologética que resulta en no pocas ocasiones en la conversión de los protestantes con quienes debate o que se acercan a él.  Sin embargo, también enfrenta el creciente fenómeno de la santería, que como contó el seminarista también venezolano Cleyver Josué Gómez Jiménez a CARF, se ha convertido en la "religión oficial del Estado" gracias al presidente Hugo Chávez.

La influencia que está alcanzando esta práctica es enorme, especialmente en las altas instancias políticas. Una muestra de ello fue el primer encuentro cultista santero celebrado en este país en junio de 2021. Según algunas estimaciones, el 30% de los 28 millones de venezolanos siguen de una forma u otra la santería. El antropólogo y especialista Ronny Velásquez eleva esta cifra al 50% de la población.

Un ejemplo de esta labor es una de las últimas entrevistas realizadas por el padre Toro en su canal de YouTube que siguen más de un millón de personas. En ella, el venezolano Pedro Sánchez narra su travesía por este culto que le llevó a perder una fortuna, a parte de su familia y casi, a su propia muerte.  

Un violento comando antisecuestros

Sánchez, que durante 24 años fue miembro de la Guarida Nacional en el comando antisecuestros, relata que su trabajo le ponía en contacto diario con duras situaciones y generó en él una personalidad fuertemente agresiva.

"Todo eso me llevó a preocuparme por todo, menos de pensar en Dios", relata. Llegado un momento su vida se "llenó de desilusión" y trató de llenar su vacío con las mujeres y las relaciones.

Durante aquellos años, Sánchez solo buscaba cambiar su vida y creyó encontrar el modo de hacerlo siguiendo los consejos que le daba una novia espiritista: "Le gustaba mucho leer el tabaco -una práctica de brujería santera-, me dejé llevar y empecé a hacer baños espirituales y leer las cartas".

Consagrado a Orula y la santería 

Sus primeros pasos en la santería le llevaron a realizar una "consulta" al oráculo y a la principal deidad de este culto, Orisha. "Me dijeron que para que cambiase mi vida tenía que hacer la mano de Orula", un ritual de consagración que según la religión Yoruba "tiene como objetivo final recibir a este espíritu para proveer del sistema adivinatorio".

Pero poco después de este ritual de iniciación, que contó con sacrificios de animales y que él mismo no aprobaba, le invitaron a continuar recibiendo rituales "para que mi vida siguiese cambiando".

"Aquello implicaba mayores gastos, viajar y reunir 5 millones [de bolívares], un dinero que no tenía pero que reuní porque pensaba que eso solucionaría mi vida", menciona.

Pero en su fuero interno, Sánchez sabía que no era el camino: "Algo me decía que fuese a misa y cuando iba me tapaba el eleke -una pulsera verde y amarilla santera consagrada a Orula y que sincretiza a San Francisco de Sales-".

Ritos, tiros, drogas y orgías

Lejos de el prometido cambio, relata que los problemas "comenzaron a llegar" y no tardaron en agravarse

Entre otras prácticas que le impusieron en la santería, estaba obligado a vestir de blanco durante un año, no podía comer en la mesa con cubiertos y tuvo que estar con la cabeza tapada tres meses:  "Eran cosas del diablo".

"Un día saliendo del banco de Venezuela me dieron un tiro y casi me matan, perdí mucho dinero que hice trabajando, tenía una vida mundana muy fuerte y me adentré en la lujuria, orgías y drogas y no tenía ni para comer pero sí para comprar comida a los santos", relata.

Para Sánchez "todo se vino abajo" y tomó la decisión de poner fin a su vida. "Me sentía lleno de problemas y colgué una cuerda para ahorcarme, pero llegaron a tiempo de impedir que lo hiciese", explica.

"Bienvenido a la casa de Dios"

El santero, desesperado, recibió una invitación de su novia para ir a un retiro de familias de Emaús y pese a que "no quería estar ahí", recordó el llamado que sintió para acercarse a la Iglesia.

El policía se quedó para "darle una oportunidad", pero mostrando públicamente su pertenencia a la santería. "Bienvenido a la casa de Dios, lo bueno aún no ha comenzado", le dijo el sacerdote.

Conmovido por la acogida y vivencias del retiro de Emaús, sintió que ya no podía dedicar más tiempo de su vida a la santería y fue consciente de "la necesidad grandísima de Dios que tenía".

El domingo, el último día de retiro, tomó la decisión. "Las 30 parejas [que acudieron al retiro] se quedaron asombradas cuando dije: `Renuncio a Satanás y a la santería, desde hoy quiero ser un hijo de Dios´".

Concluido el retiro, acudió al padre Toro. "Nunca olvidaré la cara de felicidad que se le puso cuando le enseñé mi eleke. Me agarró de la mano, me llevó a la capilla y me dijo que me arrodillase. Agache la cabeza y usted comenzó a orar. Cuando abrí los ojos ya no tenía la cadena y desde ese momento sentí una paz muy grande en mi corazón: `Este es el camino, Dios quiere que esté a Su lado´", menciona al padre Toro. Acto seguido, se confesó por primera vez en su vida con el sacerdote en pleno año de la Misericordia.

Sánchez, "ansioso por buscar a Dios" acudió a un retiro en la Iglesia de Coromoto: "Allí terminé de encontrarme con ese Dios que necesitaba y mi vida cambió. Siempre dije que la fe no existía, pero comencé a meterla en mi vida y desde ese momento comencé a creer que hay un Dios verdadero que está todo el tiempo al lado de nosotros, aunque no quería verlo. Dios me dio una lluvia de bendiciones".

La última prueba

Pero aún había cuentas que saldar con su pasado Yoruba: tenía que deshacerse de todas sus pertenencias y restos de animales que conservaba en un antigua casa familiar.

"Llegó el momento de la verdad, pero llamé a los que me dieron todo eso y me dijeron que me lo quedase. Era la prueba que Dios me estaba colocando, y entendí que no quiere tibios. Pensé que llegó el momento de salir, ya estaba en la Iglesia pero faltaba subsanar. Fui con una gran alegría y decisión y lo tiré todo contra el río. Ese día terminé de liberarme de todo lo que me ataba", recuerda.

Y en lugar de servir a las deidades y espíritus santeros, Sánchez comenzó a servir a Dios y a su prójimo. "Mi vida comienza cuando fui a servir por primera vez a Emaús, y para gloria de Dios, la llama no se ha apagado", relata. Ya lleva 23 servicios.