Cuando Guillaume se levantó el verano pasado, en uno de los encuentros de la comunidad del Emmanuel en Paray-le-Monial, para ofrecer su testimonio de conversión, tenía cerca a Magali, su esposa. Ella fue uno de los dos pilares que le condujeron al bautismo. El otro, un niño autista a quien hizo una pregunta absurda.

¿Ciencia y fe? Imposible

Esta historia sorprendente nace para Guillaume al comenzar sus estudios universitarios y abarca su ciclo completo de licenciatura y de postgrado, hasta la lectura de su tesis doctoral en Física Cuántica. Guillaume tiene ahora 48 años, así que hay que remontarse treinta años atrás.

En la facultad conoció a una compañera de clase, Magali, muy creyente y practicante. “Para mí eso era raro”, explica Guillaume, “porque en aquel entonces Dios era para mí una hipótesis inútil e incluso dañina. La ciencia y la fe no podían estar juntas”. Él ni siquiera estaba bautizado, pues creció en una familia no cristiana.

Eso no impidió que se enamoraran: “Me educaron en los valores de la tolerancia, así que no me importaba que ella fuese a misa, y alguna vez incluso la acompañaba. Pero contemplaba todo aquello desde la distancia. No intentaba comprender realmente lo que ella vivía, ni qué significaba aquello para ella, aunque era consciente de que era algo enormemente importante”.

Guillaume no entra en detalles, pero algo se quebró entre ellos: “Nuestros caminos se separaron”. Fue entonces, a raíz de esa ruptura, cuando él empezó a plantearse la cuestión de Dios.

Guillaume, ofreciendo su testimonio en Paray-le-Monial en el verano de 2021.

En ese proceso sucedió el hecho que resultaría decisivo. Fue en el verano de 1998 y él colaboraba con un asociación de ayuda a niños discapacitados À bras ouverts [Con los brazos abiertos], fundada en 1986 por Tugdual Derville, uno de los portavoces de Manif pour Tous. 

Charles-Étienne

Además de un trabajo en grupo con los niños, los fines de semana lo hacían en binomio, para suscitar en los pequeños una relación de confianza y "encuentro" con su responsable. Guillaume empezó esta actividad dos fines de semana con sendos chicos, Nicolas y Benoît, y luego llegó el tercero, que como era la festividad de la Asunción de Nuestra Señora, era largo, de cuatro días.

Debía compartirlo con Charles-Étienne, un niño autista de 11 años que causaba bastantes problemas: “Tenía un gran problema de comunicación. Nunca te miraba a los ojos y rechazaba el contacto físico, salvo que fuera, como en ocasiones, violento”. Tuvo algún incidente con otros chicos del grupo y por la noche Guillaume, despertado por el ruido, fue a su habitación y le encontró tirando todos los objetos por el suelo. Hubo que vaciar el cuarto.

“Si el fin de semana hubiese durado dos días, habría sido un fracaso. No hubo ningún ‘encuentro’. Afortunadamente, era de cuatro días”, celebra Guillaume. Porque en la mañana del tercer día, Charles-Étienne aceptó que le columpiara: “Fue un momento extraordinario, él estaba contento”.

A mediodía comieron en un picnic, tras el cual los demás se echaron a dormir la siesta. Pero no su inquieto y hosco binomio, así que se fueron a caminar hasta el río.

Una pregunta absurda

A todo esto, Guillaume seguía dándole vueltas a la cabeza a sus reflexiones sobre Dios: “Empezaba a cuestionar mis razonamientos tan sabios”, dice. Pensaba en ello durante aquel paseo cuando llegaron a la orilla: “Allí hice algo que puede parecer completamente increíble, absurdo desde un punto de vista científico. Nunca lo habría hecho si lo hubiese pensado cinco minutos”.

Y continúa: “Aunque Charles-Étienne no hablaba, le planteé una cuestión y quería una respuesta. Le dije: ‘Charles-Étienne, quiero que me digas quién es Cristo’. Naturalmente, no me contestó. Pero se sentó y yo me senté a su lado, para reposar un poco. En el fondo de mi ser, yo tenía la certeza de que iba a responder a mi pregunta. Entonces el Espíritu Santo sopló de nuevo, le miré y le dije: ‘Escucha, Charlie, no has respondido a mi pregunta. Quiero que lo hagas’. Y entonces ese niño me miró a los ojos por primera vez, cogió mi rostro entre sus manos, y me abrazó”.

“Y ahí estaba yo, impactado hasta un punto al que jamás nadie me había impactado”, añade Guillaume: “Me puse a llorar -¡lágrimas de alegría!- durante veinte minutos. La única palabra que acertaba a decir era ‘Gracias’”.

Aprendiendo a rezar

Tenía la certeza de que aquel abrazo era la respuesta a sus interrogantes de los últimos meses: “Pero yo soy muy cabezota y lento para las cosas de la fe, y si en aquel momento me hubieseis preguntado si tenía fe, os habría respondido que no. El Señor todavía tuvo que seguir acompañándome un poco en ese camino. Sin embargo, algo había sucedido que yo no podía ocultar”.

Por las tardes, los jóvenes que acompañaban a los chicos tenían un momento de oración, en el que Guillaume estaba presente, sin participar. Aquel día, sin embargo, musitó un breve rezo: “Me vinieron de golpe estas palabras: ‘Gracias, Señor, por el regalo de Charles-Étienne’. En el fondo de mi ser había una alegría que yo quería compartir”.

La semana siguiente quiso hacerlo con otras personas de su entorno, familiares y amigos, pero no encontró la acogida que esperaba: “No sabía qué hacer. Entonces pensé en la oración del sábado anterior”. Acudió a una iglesia y encendió una vela: “Sentí un silencio, pero un silencio realmente habitado. Hice la experiencia de la oración”.

Una fe que nace

Alguien le recomendó entonces hacer un retiro ese verano con los hermanos de San Juan, precisamente en silencio y sobre la oración: “Vete, te conviene”, le dijeron.

Fue “terrible, muy duro”, porque no estaba acostumbrado. Pero también muy aleccionador: “Ignoraba que en el silencio hubiese tan grandes enseñanzas”.

En el retiro también había tiempo para la formación, donde asimismo se sentía extraño (“¡Y ya no os hablo del rosario!”, bromea): “Todos los que se sentaban a mi lado compartían algo, un punto de partida, salvo yo. Y, según un planteamiento científico, si la hipótesis de partida no es buena, uno puede razonar todo lo que quiera… pero la conclusión no vale nada”.

Eso sí, Guillaume tenía claro que “algo había pasado”: “Si algo había en la Iglesia, Charles-Étienne me había hecho tocar ese tesoro. Y aunque había en la Iglesia cosas que no me gustaban, yo no podía tirar a Jesús por el desagüe. Me dije a mí mismo: ‘Aunque ahora no comprendes, quizá un día comprenderás’”.

Magali

Decidió retomar su contacto con Magali, que se encontraba en Israel, en una estancia de fin de carrera. E iniciaron una relación epistolar, en una época en la que aún no se habían genaralizado el correo electrónico ni el teléfono móvil: “Le escribí contándole lo que estaba viviendo, y lo extraordinario es que ella vio lo que yo aún no podía entender. Comprendió que había pasado algo. Y cuando regresó, decidimos comprometernos y emprender juntos una preparación para el matrimonio por la Iglesia”.

Lo hicieron con el sacerdote de la comunidad de San Juan que había predicado el retiro, a quien fue planteándole sus dudas cara a cara. El religioso le animaba a bautizarse: “Yo no estaba preparado para el bautismo. Así que nos casamos sin estar yo bautizado”.

La hora de dar un paso

Pasaron muchas cosas, aclara Guillaume sin especificar: cosas que, de una forma u otra, le fueron acercando cada vez más a Dios: “Al cabo de un tiempo, tenía la impresión de que ya no avanzaba. Miré hacia atrás en mi vida, y empecé a considerar todos los regalos que había recibido. Me hice este razonamiento: ‘Sí, Guillermo, está bien, pero no es Navidad todos los días’”.

Había pasado el momento de solo recibir y había que empezar también a dar: “Durante la preparación al matrimonio meditamos mucho sobre el compromiso. Ahora comprendí que me faltaba dar un paso hacia el Señor y comenzar a preparar el bautismo”.

Fueron dos años de catecumenado de adultos. “Al final, en la noche de Pascua recibí cuatro sacramentos”, celebra: “Bautismo, eucaristía, confirmación y matrimonio”.

"Has escondido estas cosas a los sabios, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25)

Guillaume insiste en que es “lento y con la cabeza dura” en las cuestiones de fe: “Así que me hicieron falta aún muchos años para comprender realmente lo que había pasado con Charles-Étienne. Lo primero fue entender que aquella pregunta que le hice no había venido de mí, sino que fue el Espíritu Santo quien me inspiró. Y comprendí también que a través de Charles-Étienne, Jesús vino personalmente a mi encuentro”.

“En la Biblia”, concluye, se dice que “los pequeños –como Jesús les llamaba (Mt – ocupan un lugar muy importante. Y la respuesta que ese pequeño me dio, abrazándome sin palabras, me explicó verdaderamente el corazón de la fe: el amor de Jesús que se expresaba para mí, personalmente, a través de ese niño”.