Apenas unas horas antes de la beatificación del padre Bernardo Hoyos, monseñor Ricardo Blázquez tomó posesión como arzobispo de Valladolid, y lo hizo en una ceremonia donde estuvo acompañado por los cardenales Antonio María Rouco Varela, Lluís Martínez Sistach, Agustín García-Gasco y Carlos Amigo Vallejo.

En su homilía, el ex presidente de la Conferencia Episcopal Española (2005-2008) y hasta ahora obispo de Bilbao invitó a desechar el miedo que a veces atenaza a los cristianos: «Nos asustamos o por los fantasmas que con la imaginación nos creamos o porque el viento contrario sopla violentamente; unas veces sentimos miedo porque dudamos de que el Señor cuide de nosotros y otras por la experiencia de nuestra debilidad para afrontar el presente y proyectar apostólicamente el futuro... En nuestro tiempo sentimos los cristianos, la Iglesia, con particular incidencia tanto la magnitud de los desafíos que nos acechan como la fuerza del Señor, que nos conforta y consuela diariamente. Pero las dificultades no nos paralizan; más bien, nos impulsan a poner en el Señor nuestra confianza, a redoblar los esfuerzos y así llegará la barca a la otra orilla.»

En el turno de recuerdos y agradecimientos, Monseñor Blázquez destacó que llega a una tierra «rica en santos», y entre ellos (por nacimiento o vinculación geográfica) citó la figura del palentino Anselmo Polanco, el último de los trece obispos asesinados durante la Guerra Civil, obispo de Teruel cuando, el 7 de febrero de 1939, ya con la contienda perdida por el Frente Popular, fue martirizado en Cataluña.

Y mencionó también a dos escritores. Uno, sacerdote, José Luis Martín Descalzo: «La Iglesia en España le debe mucho; aunque murió prematuramente, podemos decir respetando siempre los designios de Dios, levantó una obra admirable, de la cual bastantes libros continúan siendo muy leídos», afirmó el nuevo arzobispo.

Al otro le dedicó la intervención más prolongada, y también la más expresiva: de Miguel Delibes, fallecido el 12 de marzo, dijo monseñor Blázquez que «fue un testigo sobrio y sin doblez de la fe cristiana, recibida en su familia, y que a medida que avanzaba en la experiencia de los años la consideró más vitalmente como su luz y su camino». Es más, dio un paso adelante y le puso como modelo, invitando «a quienes se hayan enfriado en la fe a seguir la trayectoria de este hombre tan excelente como discreto que supo conservar lo que se debe conservar sin complejos».

Ensalzó de manera particular la posición de Delibes ante el aborto, asunto sobre el cual el autor de La sombra del ciprés es alargada, El camino o Cinco horas con Mario «nos recordó públicamente un par de cosas básicas: el ser humano que se forma en el seno de la madre posee una alteridad individual diferente de la del padre y la madre; y segunda, es un ser humano sumamente débil, que deben proteger todas las personas que quieran apoyar verdaderamente a los débiles. No entendía Delibes que se pudiera coherentemente seleccionar qué personas débiles defender y cuáles dejar en manos del poder destructor».