Este jueves 20 de enero se cumple un año de la explosión de gas que destruyó el edificio parroquial de La Paloma, en Madrid. Las imágenes dieron la vuelta al mundo en lo que fue una tragedia en la que perdieron la vida cuatro personas, entre ellas el sacerdote Rubén Pérez, que llevaba poco más de seis meses ordenado, y David Santos, un joven padre de familia numerosa y feligrés de esta parroquia.

Esta explosión, sin embargo, propició que se conociera más en profundidad una de las parroquias más vivas de Madrid. No es sólo castiza, por albergar la Virgen más querida por los madrileños, sino profundamente evangelizadora y misionera.

La Paloma es un signo para el Camino Neocatecumenal. Allí Kiko Argüello y la ya fallecida Carmen Hernández anunciaron las catequesis y desde esta parroquia se llevó posteriormente el Evangelio a numerosas partes de España y a países de todos los continentes.

Precisamente de esta parroquia han surgido en las últimas décadas decenas de vocaciones a la vida religiosa y a la misión. Uno de estos “hijos de la Paloma” es el sacerdote José Manuel Santos Capa, que lleva casi treinta años como misionero en Zacapa (Guatemala).

José Manuel Santos, con el párroco de La Paloma, Gabriel Benedicto y el obispo de Zacapa, monseñor Ángel Antonio Recinos.

Este religioso de 65 años experimentó una juventud turbulenta y alejado de Dios. Se fue de casa, sus padres no sabían donde vivía. Cayó en las drogas y en la fornicación. Tras encontrarse con Dios llegó a La Paloma, su casa, donde su fe fue madurando hasta sentir la llamada a dejarlo todo por Cristo.

En la misión destaca sobre todo su trabajo en la cárcel, donde nos cuenta el testimonio de cómo Dios acontece entre presos que viven sin esperanza y con graves delitos a sus espaldas. En prisión se han llegado a formar comunidades donde los propios presos ya evangelizan a otros presidiarios. Son vidas transformadas tanto para los que siguen en la cárcel como para los que logran salir de ella. Así nos lo cuenta en esta entrevista:

-¿Dónde estabas y cómo te enteraste de la explosión en La Paloma?

-Yo estaba en Zacapa y me avisó un hermano por WhatsApp: “La Paloma ha explotado”. Cuando le llamé, me dijo: “Voy ahora mismo para ella”.

-¿Qué sentiste en ese instante?

-Al principio no daba crédito a lo que veía. Parecía que había caído una bomba. Imágenes desoladoras.

-¿Cómo lo viviste? ¿En algún momento pediste cuenta a Dios por lo que ocurrió?

-Sentí dolor. Primero, por los fallecidos. Y también por lo que significa para mí La Paloma. Pero la fe vino en mi ayuda, y viene. No se cae un cabello sin que Dios lo permita. Y san Francisco decía que si a un hermano se le quema la comida le puedes regañar; pero si se quema el convento, esto lo pasa a la fe. Dios es el dueño de todo y el más interesado en evangelizar. Él sabe por qué. Detrás también está el misterio de la cruz. Jesús murió solo y fracasado. Y el demonio no podía entender que ese que tanto había odiado, y que disfrutaba por así decirlo encarnizándose con él, le estaba venciendo en la cruz por su humildad y abandono al Padre. Y también se podría pensar que su padre era un monstruo porque no le ayudó; y, sin embargo, sí le ayudó. Le dio fortaleza para cumplir su misión de amar hasta el extremo y de perdonarnos todos los pecados. Y resucitándolo lo ha hecho Kyrios. Jefe que lleva a la vida para todo el que invoca su nombre.

También este acontecimiento ha podido sellar con la cruz la predicación que se ha hecho a tantos países a través de La Paloma. Y la predicación que se ha hecho en este tiempo de pandemia y que a tantos ha ayudado desde sus confinamientos.

También me venía una palabra muy fuerte: a Jesús se le acercan las mujeres en su Pasión, desconsoladas, y Jesús les dice: “No lloréis por mí, porque si con el leño verde hacen esto, ¿qué no harán con el leño seco?” Es como decir “no lloréis por La Paloma, llorad por vosotros mismos, si vienen acontecimientos de muerte como los que están llegando y no os encuentra preparados. Os encuentra sin fe. Hace mucho tiempo que te olvidaste de buscar a Dios o se enfrió tu amistad con Jesucristo, o nunca te interesó esto”. Y no tienes una respuesta ante el sufrimiento. O descubres que la fe que tenías era algo superficial ante el miedo a la muerte o al Covid.

No digamos nada del mundo actual, con su endiosamiento, y la inversión de valores: aborto, eutanasia, ideología de género, la homosexualidad institucionalizada. El hombre que juega a ser Dios, y Dios que le abandona a su propio corazón, porque respeta nuestra libertad. Quizá cuando se canse de no encontrar nada regrese como el hijo pródigo, y Dios pueda vestirle con el mejor vestido, revestirle de la inmortalidad, con la victoria de su resurrección. Y sentirse amado y perdonado, y recobrar la dignidad de hijo de Dios, recreando en él su imagen y semejanza que el pecado había deformado terriblemente. Y llevarle al banquete de bodas con el Cordero para siempre, siempre, siempre. Para toda la eternidad, como decía Santa Teresa.

- ¿Qué significa La Paloma para ti?

Yo escuché las catequesis del Camino Neocatecumenal a los 16 años y me salvaron la vida. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Poniendo mi cuerpo a su servicio. Mi cuerpo que antes utilicé para pecar y hacer lo que me dio la gana. Ahora para aceptar su voluntad sobre mí, y hoy esta voluntad es que llevo en Zacapa 28 años.

-Llevas casi tres décadas en la misión, ¿cómo se mantiene ese vínculo con tu parroquia de origen? 

¿Mi vinculación con La Paloma? Es vital. Yo no me considero un llanero solitario, “madrileños por el mundo”. Soy parte de un cuerpo: el cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia. Esta Iglesia se concretiza en la diócesis de Madrid, en la parroquia de La Paloma, en mi comunidad neocatecumenal, que reza por mí, y que yo rezo por ellos. Y su oración me sostiene en las pruebas. Por eso cada año que vuelvo a la misión voy a pedirle la bendición a mi obispo -hoy el cardenal Carlos Osoro- y a mi comunidad.

-¿Cuál es tu misión en Zacapa (Guatemala)?

-Aquí llegaron dos familias en misión españolas y un presbítero del Camino Neocatecumenal en el año 1989 pedidas por el obispo de esta diócesis, Mons. Rodolfo Quesada, y enviadas por el Papa San Juan Pablo II a unas zonas pastorales que se les asignó.

Estas dos familias ya se volvieron a España y ahora estoy con una familia guatemalteca y con un seminarista. La misión empieza por estar en comunión entre nosotros todos los días. Cada uno con nuestros caracteres y nuestras formas de ver las cosas. Después viene atender la cuasi-parroquia de san Francisco Javier, cuya iglesia fue construida por una de las familias en misión que llegó aquí al principio. Pastoral normal de niños, jóvenes, adultos; iniciación cristiana a través del Camino Neocatecumenal… Este año hemos empezado con unos oratorios para niños del padre Gonzalo Garbó que están siendo una experiencia buenísima de encuentro con el Señor. Y, como dice el Papa Francisco, también ir a las periferias. Y el Señor nos ha llevado a los pobres, a los presos, al hospital regional, a la residencia de ancianos… Y también todos los días salimos a la calle a dar una palabra de testimonio a las personas con las que nos encontramos.

Celebración de la Nochebuena en la nueva capilla de la cárcel con obispo Ángel Antonio Recinos.

- Centrándonos en la misión en la cárcel, ¿cómo es la situación de los presos?

-En la cárcel entré en el año 2000, cuando se inauguró. Nadie me llamó allí. Estuve dos años leyendo el Evangelio en un corredor al que daban distintos sectores separados por rejas. Leía el Evangelio, cantaba unos salmos, y nadie me hacía ni caso. Después, nos dejaron pasar al Sector IV, que era el menos peligroso. Y empezamos una evangelización que dio como fruto una pequeña comunidad que se dispersó al darles ya la condena a varios de ellos y pasar a otros centros. Después, estaba un poco desanimado y pensaba retirarme.

-¿Existió para ti un punto de inflexión?

-Hubo un acontecimiento que me tocó. Degollaron a una feligresa, era responsable de una comunidad neocatecumenal, y cogieron al asesino. Fui a verle y le confesé. Y empezó a caminar en una comunidad. Luego la abandonó a la cuarta catequesis, y se hizo evangélico. Pero pienso que la sangre de esa hermana y el perdón que seguro le dio (que es el perdón de Jesucristo en ella, que yo materialicé con la confesión), está detrás de esta experiencia. La comunidad no era muy numerosa pero la Palabra, cuando encuentra a alguien que no tiene nada que perder porque ya lo ha perdido todo, es poderosísima. Y los ecos me animaron a permanecer ahí y a perseverar.

-¿Viste hechos extraordinarios?

-Pude ver cómo se daban muchos milagros: hermanos que querían salir para vengarse porque un enemigo les había metido injustamente, y después, cuando metían al que les acusó tenían la oportunidad de hacerlo no lo hacían, y perdonaban; familias reconstruidas… Fruto de esto hemos celebrado varias bodas, comuniones, confirmaciones de presos, bautizos en la vigilia pascual… y todo esto vivido en comunidad.

Esto también fue posible debido a la construcción de una capilla muy bonita -también con muchas dificultades- pero que al final el Señor hizo un milagro y parece que es como un platillo volante que ha aterrizado en medio de la cárcel. Estás dentro y no te imaginas que estás en una cárcel.

Así, en un lugar de desconfianza total se da el milagro moral: “mirad cómo se aman”. Jesucristo destruye las barreras que nos separan. Y muchos bendicen a Dios por haber ido a parar a la cárcel y haberse encontrado con el amor de Jesucristo. Y en algún caso no quería salir, cuando su familia pagaba el rescate, para no dejar “su” comunidad.

Al principio celebraban la Eucaristía en una sala donde llevaban a los presos con problemas mentales.

Y todo esto con el hándicap de que, al ser centro preventivo, muchos son trasladados a cumplir condenas cuando ya son condenados a otros centros, y no hay una estabilidad en la comunidad, pero tiene la ventaja de que así muchos han tenido una experiencia de Jesucristo que ya no olvidarán y le acompañará siempre.

-Y ahora, ¿qué es lo que más te ha llamado la atención?

-Lo más impresionante es que en los últimos tres años ha sido un equipo formado por presos el que ha evangelizado, formándose una nueva comunidad, y me he quedado impresionado del paso del Señor a través de estos hermanos.

- ¿Cuál es la fórmula de ganarse la confianza de los presos?

-Es que se encuentren con Jesucristo. Y te estarán eternamente agradecidos. Esto para mí es consecuencia de ser fiel al carisma del Camino Neocatecumenal. Y el Señor sale garante de todo lo demás.

- Supongo que en esta misión en la cárcel habrá habido dificultades…

-Todas. Cambios de directores cada dos meses... Últimamente la capilla la han estado utilizando para aislar a los nuevos ingresos hasta ver si tenían Covid o no. Pero el Señor ha ido delante de nosotros allanándonos el camino.

José Manuel Santos, con los presos, celebrando la llegada de los Reyes Magos a la prisión.

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El padre José Manuel Santos lleva treinta años como sacerdote y casi todos ellos como misionero en Guatemala. A continuación ofrecemos su testimonio de conversión tras una juventud rebelde, con drogas y sexo, así como fue surgiendo su vocación. Nos los cuenta así él mismo:

“Vi mi vida como cuando uno tiene un accidente, que la ve pasar entera”

Soy el mayor de seis hermanos, sentía rebeldía hacia mi padre porque hablaba más con mi hermano segundo, y esto yo no lo aceptaba. Todo por mis celos y envidias de querer siempre ser. Esto me quitaba el sentido de la vida. Escuché las catequesis en La Paloma a los 16 años (las catequesis del Camino Neocatecumenal). Me ayudaron. Pero volví a las andadas, dejé la comunidad, los estudios de arquitectura. Me fui a las Canarias, mis padres no sabían ni dónde vivía, caí en la droga, en la sexualidad.  El Día de los fieles difuntos del año 1979 la gente llevaba flores a las tumbas de sus difuntos y yo pensaba que me las tenían que poner a mí, porque yo me encontraba más muerto que ellos.

Una vez a la semana iba a tocar la guitarra a Las Palmas para sobrevivir. Residía en una aldea de Gran Canaria que se llama Santa Lucía. Y en las Palmas busqué una iglesia. Y un anciano carmelita me dijo que Dios me llamaba. Y me preguntó si en la aldea donde vivía, en la montaña, había cuevas. Le dije que sí, que ahí vivían los guanches. Y me dijo que le buscase una, porque él quería ir a hacer una experiencia un fin de semana ahí a leer la Biblia, como ermitaño.

Justo donde yo vivía había una montaña llena de cuevas muy peligrosas, pues se desmoronaba todo. Y se habían encontrado esqueletos de guanches y la gente las llamaba ‘las cuevas de los huesos’, y nadie quería pasar por ahí, decían que había fantasmas. Ahí le busqué una cueva a este pobre viejito. Y entonces, cuando se lo dije, me dijo que fuera yo a ella. Dejé a mi novia, a mis amigos, y me fui con la Biblia. Estuve cuatro meses solo sin ver prácticamente a nadie. Vi mi vida como cuando uno tiene un accidente, que ve toda su vida. Así vi el daño que había hecho a mis padres, que no sabían ni dónde estaba. A mis hermanos, con mi mal ejemplo. A las chicas. Y que había clavado a Jesucristo en una cruz. Y que me perdonaba. Y esto me producía un dolor de corazón intensísimo.

José Manuel Santos, con San Juan Pablo II cuando fue enviado a la misión en 1994.

También me di cuenta de que con nuestras acciones abrimos y cerramos puertas a nosotros mismos y a los demás para la Vida Eterna. También me solían salir muchas veces lecturas al azar apocalípticas, sobre el fin del mundo. Y tenía la certeza de que algo muy gordo iba a pasar. Y yo he rezado durante cuarenta años que no sea necesario una corrección amorosísima pero dolorosísima para que la humanidad no se precipite en una carrera irreversible hacia el infierno.

Volviendo a lo anterior, el Señor me dio una segunda oportunidad. Pude volver a casa de mis padres, pedirles perdón, y a mi comunidad de La Paloma. Tenía yo 23 años. A los 27, hubo un encuentro en Roma con San Juan Pablo II, donde Kiko Argüello pidió vocaciones para entrar en un seminario. A mí no me gustaba ser cura, y menos meterme siete años en un seminario donde yo podía ser el abuelo de todos. Y además se me caían los libros y pensaba que iba a hacer el ridículo más espantoso. Pero también pensé que cuando he hecho lo que me daba la gana no he sido feliz, y cuando me he fiado de Dios, sí. Y entré en el seminario conciliar de Madrid en el año 1984.

El pasado 20 de abril del año pasado nos reunimos 17 presbíteros en la parroquia Santa Teresa de Calcuta para celebrar nuestros 30 años de ministerio sacerdotal. Y además pienso que es el mayor regalo que Dios me ha hecho para redescubrir este gran regalo del bautismo. Y en el año 1994 el cardenal don Ángel Suquía me dio su bendición para salir a la evangelización como misionero itinerante del Camino Neocatecumenal.