Beatrice Fazi es una presentadora italiana de 50 años que consiguió la fama gracias a su faceta como actriz, especialmente por su papel como Melina en Medico in famiglia, versión de la exitosa serie española Médico de familia.

La suya es una historia de fuerte conversión y además nada sencilla. En su juventud hubo un aborto provocado y un gran sufrimiento posterior. Tras conocer a Dios apostó firmemente por Él, y una prueba fundamental la vivió cuando conoció a su marido, entonces un abogado abiertamente ateo y además divorciado.

Durante años rezó e hizo todo lo posible por su conversión, hasta que un día llegó, igual que la nulidad para Pierpaolo, lo que les permitió por fin casarse. Hoy son una familia con cuatro hijos, Marialucia, Fabio, Giovanni y Maddalena, y profundamente creyente.

En estos momentos, Beatrice Fazi es presentadora y el rostro más conocido de TV2000, la televisión de los obispos italianos.

Tras su propia experiencia personal, Fazi defiende en una entrevista con el semanario Credere la importancia del matrimonio en un momento en el que la institución está en crisis y la mayoría de las parejas prefiere únicamente convivir desechando el sacramento.

“El valor añadido del matrimonio es que haces una elección. Es como trazar una ruta: te vas de viaje y decides que quieres llegar allí. Llegaremos a la meta tal vez masacrados, cojos, con una insolación, pero tú seguirás a mi lado. Este es el sentido hermoso del matrimonio, que te hace quedar ahí, a su lado, incluso cuando sientes que estás luchando contra molinos de viento… Hablo por experiencia”, comenta.

En momentos de crisis en el matrimonio Beatrice recomienda “mirar hacia atrás y admirar el camino recorrido hasta ese momento: cada vez que lo hago, veo un camino maravilloso. Por supuesto, en él está mi sangre, y también la de mi esposo y mis hijos, porque es duro y todavía estamos aprendiendo a ser padres y mis hijos a ser niños. El amor es un misterio. Pero es una buena aventura…”.

Beatrice también habla del miedo que existe al compromiso y del hecho de que haya parejas que quieran casarse pero viviendo en casas separadas debido a las heridas que arrastran del pasado.

“Una parte de mí entiende esa elección. Hay días que yo misma me mudaría porque, con cuatro hijos y un marido, mis espacios personales prácticamente no existen. Vivir juntos, sin embargo, es un regalo porque te da una mirada al otro que de otro modo no tendrías: ninguna mujer conocerá jamás a mi marido como yo que vivo con él. Compartir destruye las máscaras y te muestra a la otra persona tal como es, en sus fragilidades, y esa es la única manera de amarla de verdad: todos los días siempre violas su intimidad y él siempre viola la tuya. Los dos estamos indefensos. Sin embargo, nos amamos y seguimos adelante. Entonces, sí: es difícil vivir juntos, pero vale la pena", responde.

 

Por otro lado, la presentadora italiana resalta la importancia de la dirección espiritual para el matrimonio. En su opinión, “antes del matrimonio, pensamos en pura teoría, luego pasamos a la práctica… y luego eres tú, con tu código y tu historia quien tiene que medirse con la nueva vida juntos. La dirección espiritual es, por tanto, una muleta preciosa: un apoyo que tiene en cuenta quiénes sois, así como la etapa de la vida que estáis viviendo. La dirección espiritual que recibo ahora que tengo 50 años es completamente distinta a la de hace 20 años porque he cambiado, y conmigo mis problemas también”.

La maternidad ha supuesto para ella una complicada conciliación entre el trabajo y su vida personal, pero también cree que existen desafíos espirituales vinculados al hecho de ser madre.

Así explica su punto de vista: “Los niños son las primeras personas que me obligan a dejar de lado mi ego. Otro gran desafío es aprender a amarlos sin proyectar en ellos mis expectativas y, sobre todo, no hacer que los niños se conviertan en un ornamento del culto a mí mismo, algo que mostrar con orgullo. Pero también hay desafíos espirituales que se reflejan en la sociedad. Por ejemplo, la familia es el primer lugar donde te entrenas para cuidar al prójimo. Un gesto banal como poner no solo tu propia taza en el lavavajillas, sino también las que otros olvidan en el fregadero, te enseña a percibirte como miembro de una comunidad. Por eso me enfado muchísimo cuando mis hijos no lo hacen...”.