La familia de Mathilde parecía “normal”, pero era solo eso, una apariencia. La realidad que había detrás era muy otra: era maltratada con golpes y humillaciones, pero sobre todo, con algo que le dolía aún más: “La privación del amor de mis padres”.

El problema residía, sobre todo, en su madre: “Me repetía incansablemente que yo era mala, que estaba loca, que preferiría verme muerta, que solo ella sabía quién era yo realmente, que solo ella podía protegerme de mí misma”. Sus progenitores no consideraban que la estuvieran maltratando: “Es por tu bien, es porque te queremos”, le decían.

Impacto emocional

Algo muy “duro y angustioso” de soportar y que no trascendía fuera del entorno familiar. A la edad de 9 años, Mathilde empezó a desarrollar un TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo), como cuenta ella misma a Découvrir Dieu: “A consecuencia de lo que mi madre repetía sin cesar, me invadían los miedos a ser causa de una desgracia. Dedicaba tres o cuatro horas al día a comprobar todo lo que dependía de mí, para evitar que sucediese una tragedia por mi culpa”.

Al ir creciendo, esos abusos se incrementaron, y también sus problemas. En la adolescencia añadió al trastorno que ya tenía un trastorno de la alimentación: “Me costaba comer y vomitaba varias veces al día. A esto se sumaron ideas suicidas: no por dejar de vivir -porque yo quería vivir-, sino por dejar de sufrir… y también para escapar de mi madre. No veía otra forma de hacerlo”.

En este negro panorama había, sin embargo, una luz: “Lo bueno es que mi infancia, que –literalmente- habría podido engullirme, fue también misteriosamente un camino hacia Dios. Mis padres me habían bautizado y me llevaban habitualmente a misa".

El amor de Dios

"Así que yo oía hablar de Dios y de su amor por mí", cuenta: "Y cuanto más excluida me veía del amor de mis padres y más sufría, más me ponía a buscar el amor de ese Dios y a creer en él. Para mí, creer en ese amor era una cuestión de superviviencia, aunque eso no acababa con mis angustias ni me ahorraba tener que luchar ni transformaba a mis padres: mis luchas seguían siendo las mismas”.

Un día, Mathilde vivió una especie de transformación interior, que había venido larvándose en los años anteriores: “Comprendí que yo no era responsable de lo que mis padres me hiciesen, y sí lo era, sin embargo, de las cosas que yo decidía hacer. Comprendí que Dios me ofrecía la vida, pero que no podía decir ‘sí’ por mí, que era yo quien tenía que decir ‘sí’, decirle ‘sí’ a Él. Concretamente eso significaba renunciar a aquello que me destruía y poner mi confianza en Dios. Ahí estaba la auténtica sanación”.

Me aferré a Él”, continúa: “Le dejé un lugar cada vez mayor en mi vida. Fue así, encontrándome con Él en la oración cada vez más, todos los días, como pude seguir curándome y dejándome amar por quien hoy es mi marido desde hace veinte años”.

El último desafío

Quedaba un reto por superar: ser madre, algo que para ella resultaba “muy complicado”, como consecuencia de su propia experiencia personal. “Yo quería tener hijos, pero no quería ser madre, me daba mucho miedo”, reconoce: “Dejándome amar por Dios en la oración, sin embargo, pude curar pogresivamente mi TOC”… ¡y ser madre!

“Hoy aún quedan llagas en mi historia”, concluye: “Sigo siendo débil, pero sé con toda certeza que mi debilidad nunca sobrepujará Su fuerza y Su amor. Ya no temo ninguna desgracia”.