Isabel -no es su nombre real- ha hecho llegar a ReligionEnLibertad su testimonio de acercamiento a la fe después de practicarse dos abortos y volcarse en prácticas de New Age. Un vídeo sobre los daños de la Nueva Era, un Retiro de Emaús y el acompañamiento de Proyecto Raquel, que ayuda a mujeres que han abortado, lograron acercarle a Cristo, sanar sus heridas emocionales y transformar su vida y su relación con su marido. 

El Proyecto Raquel (www.proyecto-raquel.com) tiene ya décadas de experiencia en muchos países ayudando a mujeres heridas por el aborto. En España está presente en 25 diócesis. Su nombre remite a la Biblia: "Se escuchan gemidos y llanto amargo: es Raquel que llora inconsolable por sus hijos que ya no viven. Pero dice el Señor: Reprime tus sollozos, enjuga tus lágrimas... hay esperanza de un porvenir” (Jr 31, 1517).

"Si sientes un dolor profundo, ansiedad, autoestima baja, desearías que nunca hubiera ocurrido... salir adelante después de un aborto es posible", invitan en Proyecto Raquel. En Barcelona se puede contactar con Proyecto Raquel en el 603462038 o el e-mail projecteraquelbarcelona@gmail.com .


Tengo 40 años y un pasado del que no me siento orgullosa pero la grandeza del Señor ha hecho que mi vida tome otro rumbo y pueda compartir con otras personas mi experiencia tras realizar el Proyecto Raquel.

Mi marido y yo tenemos tres hijos maravillosos. En la actualidad disfruto de mi familia y de la vida que el Señor me ha dado, pero eso no siempre ha sido así.

Hace poco más de dos años mi vida era muy diferente. Antes de que el Señor entrase en mi vida andaba siempre buscando respuestas a mi existencia.


Yo intentaba llenar un vacío existencial, mi sentimiento de falta de amor, con compras compulsivas, viajes caros, robos, mentiras y otras malas prácticas. Entre ellas, dos abortos, que me han marcado la vida.

Hace poco más de 14 años me quedé en estado. Llevaba poco más de un año casada. Mi marido lo que más deseaba era ser padre pero yo no me veía preparada en ese momento para ser madre. Yo tenía 25 años recién cumplidos y el hecho de ser madre lo sentía como una gran losa sobre mí.



Cuando supe que estaba embarazada me entró una especie de ataque de pánico y sin consultarlo con mi marido decidí pedir hora en una clínica abortiva en la zona alta de la ciudad. Así enseguida “se solucionó” ese “pequeño inconveniente”. No se lo conté más que a un par de amigas íntimas

Durante muchísimos años el recuerdo de esa vida que no llegó al mundo quedó guardado como en una caja fuerte. No sentía remordimientos y me justificaba pensando que no eran más que unas pocas células sin vida propia. No creía que esa decisión traería secuelas a mi vida, pero años más tarde descubrí que sí.


Un año después, volví a quedar en estado. En esta ocasión sí decidí tener a mi hija que ahora tiene 13 años.

Pasaron casi dos años cuando de nuevo volví a estar embarazada, en esta ocasión de un niño, que ahora tiene 11 años.

Y al poco tiempo de nacer mi segundo hijo descubrí con asombro que volvía a estar embarazada. Cuando me enteré de que estaba en estado se lo conté a mi marido y en esta ocasión de mutuo acuerdo mi marido y yo decidimos que no era el momento de traer una nueva vida al mundo. 

Con la mayor frivolidad y falta de entendimiento abortamos esa vida.

Yo ya no estaba tan convencida de abortar, pero siento que me dejé arrastrar por la opinión de  que aquel no era un buen momento para tener otro bebé.


Se puede decir que éramos una familia que vivía con comodidades materiales. Aparentemente lo teníamos todo.

Pero la realidad es que en nuestra casa reinaban los gritos, la falta de orden y la indisciplina. Tristemente, cada uno iba a la suya.

Yo no era una auténtica madre. No es que no me ocupara de ellos y los mimase muchísimo. Pero en aquella época lo primero era yo, lo segundo yo y si quedaba algo era para mí. A mis hijos les faltaban normas, límites y que su padre y yo fuéramos a una en su educación. Nos dedicábamos a discutir sobre quien lo hacía peor y a echarnos los trastos a la cabeza sin buscar soluciones ni pensar en ellos.

Como matrimonio, vivíamos en mundos paralelos, convivíamos en un mismo espacio pero cada uno hacía su vida. Seguíamos juntos después de 15 años casados, pero yo sentía que aquello no funcionaba como matrimonio ni como familia.


Al cabo de los años el recuerdo de los abortos y el mal de conciencia fueron haciendo mella en mí. Empecé a sentir que debía reparar aquel mal, pero no sabía cómo hacerlo.
 
Una amiga me habló de las “constelaciones familiares”, una especie de terapia alternativa. No dudé ni un instante en hacer una sesión y a pesar de que curiosamente el día que había quedado para hacer la constelación me surgieron varios imprevistos, finalmente asistí a la cita. Salí de la sesión más confusa y preocupada que antes porque todo aquello me pareció extraño y turbio pero no sabía bien qué era lo que me provocaba aquella sensación.



Al poco tiempo yo tenía mi mesita de noche atestada de libros de la nueva era. Era casi una experta en terapias alternativas y había acudido en infinidad de ocasiones a tarotistas, reiki, constelaciones familiares, cartas astrales y todo tipo de cosas que por aquel entonces me resultaba un mundo increíble y fascinante.


Gracias a Dios, el Señor irrumpió en nuestras vidas hace ahora un par de años. Una noche me puse a ver vídeos y zapeando fui a caer en un vídeo en el que hablaba un religioso sobre los peligros de la Nueva Era. Lo vi hasta el final. Ese vídeo hablaba sobre las prácticas esotéricas que yo misma había hecho.

Esa noche me costó mucho dormirme. Ese vídeo me abrió los ojos y empecé a buscar más sobre el tema. Ese se puede decir que fue el principio de mi conversión.

A raíz de ahí fue como si el Señor me llamase diciéndome “hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora vas a ir por el buen camino y vas a dejar atrás todas las malas prácticas”.
Poco después, limpié la casa de todos los objetos y libros que fueran en contra de la fe cristiana. La verdad es que no me costó nada hacerlo y a partir de ese momento empecé a leer la Biblia. Desde entonces es mi libro de cabecera al que acudo frecuentemente.


A finales de invierno del 2017 decidí participar en un Retiro de Emaús. Una de las charlas la hizo una chica que dio su testimonio sobre el aborto. Su testimonio me tocó de manera especial y fui a hablar con ella para expresarle mi agradecimiento.

Fue entonces cuando me habló del Proyecto Raquel, donde escuchan y acompañan a las mujeres que sufren porque han abortado.

Yo no había oído hablar jamás de ese proyecto así que me estuvo explicando que ella lo había hecho y que le había ayudado mucho. Ese mismo día me presentó a otra servidora de Emaús, y ella me facilitó un teléfono.


Al poco de volver del retiro decidí llamar al teléfono que me habían dado. Hablé con una persona de Proyecto Raquel, que me acompañó durante sus 10 sesiones de duración.
Cada lunes a las 16:00 durante poco más de 3 meses
nos fuimos viendo en una iglesia de Barcelona.  Al principio me mostré un poco escéptica, porque esa herida no sangraba y yo creía que todo estaba bien. Pero poco a poco, conforme pasaban las semanas fuimos entrando en materia y en cada sesión se trataba un tema concreto y cuando acabábamos siempre había deberes de reflexión para la siguiente sesión.

Sorprendentemente, en esos momentos de reflexión empezaba a emanar el dolor de esa herida que estaba guardada en lo más hondo de mi ser. Pero, por otro lado, sentía que esas heridas iban sanando, me sentía en paz conmigo misma y la relación con mi marido parecía mejorar.

Las semanas y los meses me fueron pasando muy rápidamente, siempre anhelaba que llegase la semana siguiente para encontrarme con mi tutora en el proyecto porque sentía que necesitaba perdonarme y sentir el perdón.

Cuando finalizó el proyecto hicimos una misa por Pedro y Paloma, que es como decidimos bautizar a nuestros hijos,  que están en el Cielo y que a buen seguro nos cuidan y protegen desde lo más alto.


Cuando ya habían pasado unas semanas empecé a sentir dentro de mí un sentimiento de contradicción interior por llevar el Diu (dispositivo intrauterino). Pensaba que si el Señor me quería enviar más hijos yo no era quién para impedírselo. Un día, con 39 años, decidí quitármelo. Recuerdo perfectamente que, al salir de la consulta, tras retirarme el DIU, me sentía liberada y feliz. Hacía años que no tenía esa sensación y fue muy reconfortante.  

¡Para mi sorpresa no pasaron ni dos meses desde que salí de la consulta de la ginecóloga hasta que llegó la sorprendente noticia de que nuevamente estaba embarazada!  

Actualmente estamos felices con la llegada de este pequeño milagro que se llama María y que a buen seguro nos colmará de alegría y satisfacciones. ¡Alabado sea el Señor!

Isabel

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