Daniele Natale era uno de los discípulo más queridos por el Padre Pío. Este fraile capuchino, que falleció en 1994 y cuya causa de beatificación se abrió este 2016, estuvo en el Purgatorio tras haber sido declarado muerto en un hospital. Pero por intercesión de la Virgen volvió a la vida sin que ningún médico lo pudiera explicar.

Tal y como recoge Cari Filii News, Ramón Ángel Pereira E.P. cuenta en la web de los Heraldos del Evangelio la historia de este fraile, su muerte, sus visiones de Dios, del Purgatorio y de cómo la Virgen se mostró amorosa para que volviera a la vida:

Tarea nada fácil describir el estado de alboroto en que se encontraba la clínica Regina Elena, de Roma, aquel día de 1952. Había sido internado fray Daniele Natale, religioso capuchino de 33 años de edad, para someterse a la extirpación de un tumor canceroso en el bazo. El Dr. Ricardo Moretti se negaba a realizar la delicada operación por lo avanzada que estaba la enfermedad, pero la insistencia del paciente lo llevó a hacer un intento in extremis.


Tristemente, los temores del médico se confirmaron: fray Daniele entró en coma tras la intervención quirúrgica y falleció tres días después. Una vez emitido el certificado de defunción, parientes y conocidos acudieron junto al cuerpo sin vida del capuchino para rezar por él. Hasta aquí, nada anormal. Todo ocurrió dentro de la rutina de cualquier centro hospitalario.

El alboroto empezó, o mejor, estalló, tres horas después de haber sido declarada la muerte del religioso. Súbitamente, ¡el cadáver se desprendió de la sábana que lo cubría, se levantó con decisión y se puso a hablar!… Todos salieron corriendo de la sala aterrorizados, gritando por los pasillos. Una agitación sin par se apoderó del hospital. Y no era para menos.




El mismo fray Daniele narra, con la sencillez de los relatos evangélicos, lo que le pasó en ese intervalo de tres horas:

“Me presenté ante el trono de Dios. Vi a Dios, pero no como juez severo, sino como padre afectuoso y lleno de amor. Entonces comprendí que el Señor todo lo había hecho por amor a mí, que había cuidado de mí desde el primero hasta el último instante de mi vida, amándome como si fuera la única criatura existente en la tierra.

“También me di cuenta, sin embargo, de que no sólo no había correspondido a ese inmenso amor divino, sino que lo había descuidado completamente. Fui condenado a dos o tres horas de Purgatorio. ‘Pero, ¿cómo? -me pregunté- ¿Sólo dos o tres horas? ¿Y después permaneceré para siempre junto a Dios, eterno Amor? ‘. Di un salto de alegría y me sentía como un hijo predilecto”.


“La visión desapareció y me encontré en el Purgatorio.
 La pena de dos o tres horas me había sido impuesta, sobre todo, por faltas contra el voto de pobreza. Eran dolores terribles que no se sabía de dónde venían, pero que las almas sentían intensamente. Los sentidos que más habían ofendido a Dios en este mundo sufrían mayores tormentos.

“Era algo increíble, porque allí uno se siente como si tuviera cuerpo, conoce y reconoce a los demás, como pasa en el mundo. No obstante, los pocos momentos de castigo transcurridos me parecían una eternidad. Lo que más hace sufrir en el Purgatorio no es tanto el fuego, bastante intenso realmente, sino el sentirse alejado de Dios. Y lo que más aflige es el haber tenido a disposición todos los medios para salvarse y no haber sabido aprovecharlos.

“Entonces fui a buscar a un fraile de mi convento para pedirle que rezara por mí.Éste, sorprendido porque oía mi voz, pero no me veía, decía: ‘¿Dónde estás? ¿Por qué no te veo?’. Yo insistía y, al ver que no tenía otro medio de conseguirlo, intenté tocarlo; sólo en ese momento me di cuenta de que estaba sin cuerpo. Me contenté con insistir que rezara mucho por mí y me fui”.


La situación en la que el capuchino se encontraba parecía que no se correspondía al veredicto recibido durante su juicio particular.

“Me dije: ‘¿Cómo es esto? ¿No deberían ser sólo dos o tres horas de purgatorio…? ¡Y ya han transcurrido 300 años!’.

“De repente se me apareció la Bienaventurada Virgen María y le imploré: ‘¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios, obtenme del Señor la gracia de regresar a la tierra para vivir y actuar sólo por amor a Dios!’. También noté la presencia del Padre Pío y le supliqué: ‘Por tus atroces sufrimientos, por tus benditos estigmas de la Pasión de Cristo, Padre Pío, ruega por mí a Dios que me libere de estas llamas y me conceda continuar en la tierra lo que me queda de purgatorio’.

“A continuación no vi nada más. Observé que el Padre Pío hablaba con la Virgen. Unos instantes después Ella se me apareció de nuevo, inclinó la cabeza y me sonrió… En aquel preciso momento retomé posesión de mi cuerpo, abrí los ojos y estiré los brazos; luego, con un movimiento brusco, me deshice de la sábana que me cubría. Estaba muy contento. ¡Había recibido la gracia!”.


“Los que me velaban y rezaban, asustadísimos, salieron corriendo de la habitación en busca de los médicos y enfermeros. En pocos minutos la clínica estaba toda alborotada. Todos creían que yo era un fantasma. El médico que había certificado mi fallecimiento entró precipitadamente en el cuarto y, con lágrimas en los ojos, dijo: ‘Sí, ahora creo. ¡Creo en Dios, creo en la Iglesia, creo en el Padre Pío!’ “.


Después de este episodio, fray Daniele retomó su vida de apostolado, como fiel discípulo de San Pío de Pietrelcina, quien le había hecho esta categórica promesa: “Donde tú estés, también estaré yo. […] Lo que tú dices, también lo digo yo”. Vivió cuarenta y dos años más y sintetizó en esta corta oración su ardiente deseo de salvar almas: “Envíame, Señor, todos los sufrimientos que os plazca, pero haced que un día encuentre en el Paraíso a todas las personas a las que me acerqué”.

Y cuando alguien le manifestaba cualquier duda acerca del Purgatorio, sabía exponer con claridad la doctrina de la Iglesia, pero, sobre todo, podía agregar su testimonio personal: “¡Vi ese fuego! ¡Sentí el terrible ardor de esas llamas! ¡Mucho peor que el fuego, sufrí el pavoroso tormento de estar separado de Dios!”.

Ante los castigos del Purgatorio, los sufrimientos del Siervo de Dios Fray Daniele Natale en esta tierra se volvieron dulces y tolerables.