El pasado 24 de junio fue ordenado sacerdote Matthieu de Laubier en París a manos del cardenal Vingt Trois. Este parisino de 51 años representa un perfil de nuevo sacerdote cada vez más común en la Iglesia Católica, sobre todo en los países occidentales.

Las llamadas “vocaciones tardías” cada vez son más frecuentes en los seminarios y representan un porcentaje más alto del total de seminaristas. Son personas que han llegado a la vida religiosa tras haber trabajado durante años y haber tenido idas y venidas en su vida. Llegan al Seminario tras ser convencidos por Dios de que el mundo no le ofrecía la felicidad que encontraría entregando su vida a él.

Muchos de ellos además renuncian a grandes cargos en empresas y carreras de éxito.  Laubier es un ejemplo de ello al igual que lo fue recientemente en España  Alberto Núñez, que dejó su puesto de ejecutivo en una multinacional del Ibex 35 y que ya es religioso jesuita.


“Siempre he tomado las carreteras secundarias”, dijo Matthieu de Laubier antes de ser ordenado, pues está seguro  de que no tomó la ruta más directa para entrar en el seminario. Antes tuvo una activa vida laboral y social.
Fue periodista especializado en política para el diario France Soir y dejó su profesión como corresponsal para dedicarse a la música como cantante de ópera, donde actuó en algunos de los mejores escenarios.  Y su sueño de toda la vida era ser actor.


De Laubier, durante un concierto en 2010 poco antes de ingresar en el seminario

Sin embargo, pese a esta trayectoria que acabó desembocando en el seminario él ve una unión: “Hay una unidad en este camino. Este es el servicio de voz que no es el mío y el deseo de contar”. De ahí que la música y el periodismo le ayuden ahora a gritar la palabra de Dios a todos los rincones.

Sobre la vida que llevaba antes de entrar al seminario, Laubier aseguraba a Le Parisien que “era feliz como un rey. Estaba en la mejor etapa de mi vida. Al mismo tiempo, era un gran egoísta. Me faltaba algo fundamental”.
Ese vivir para él mismo se traducía en que era “un soltero intermitente” y aunque llegó a comprometerse a los 40 años, finalmente no llegó a casarse.


Pero fue la muerte de su padre en 2010 la que le hizo mirar a Dios, lo que llevó por primera vez a considerar la posibilidad de ser religioso aunque en ese momento se decía que “la llamada no era necesariamente para ser sacerdote”.

Un día, recuerda este nuevo sacerdote, estaba rezando “y de repente me sentí lleno de una alegría…Recé: ‘si tú me pides que deje todo por ti, diré que sí’. Al día siguiente llamé a la diócesis para pedir una cita con el encargado de las vocaciones”.


Meses después, Matthieu de Laubier ingresaba en el seminario pero lo hacía diez después de la fecha prevista puesto que todavía tenía algunos compromisos de su vida artística y tenía que cantar con los músicos de la Ópera de París en un festival.

Tras pasar un año en el Seminario de París fue enviado a Bruselas otros dos. Al regresar compaginó sus estudios con su servicio en la parroquia de Nuestra Señora de la Cruz. Fue ahí donde el proceso de discernimiento tuvo mayor importancia en su elección de ser sacerdote. “Al final esa vocación se afirmó”, aseguró en un vídeo publicado por la diócesis parisina.


De Laubier, el día de su ordenación en la catedral de Notre Dame


Durante los cuatro años que ayudó en esta parroquia como seminarista centró su atención en los catecúmenos. “Es un punto de observación extraordinario porque son adultos que provienen de todos los horizontes y recorridos completamente diferentes. Hay que presentarles la fe, darles gusto y acompañarlos en su conversión de vida”, dijo.

En septiembre de 2016, Laubier fue ordenado diácono. “Tengo 51 años, este es el momento de la vida donde entregamos lo mejor. Eso me ha costado un poco, no lo voy a ocultar. Dejar la vida profesional donde ya sabemos aplicar el conocimiento, pero no me arrepiento ni un segundo”, expresó. 

Y por fin, el pasado mes de junio llegaba a la autopista tras pasar su vida por carreteras secundarias siendo ordenado sacerdote junto a otros 13 diáconos y el cardenal Ving Trois les dijo:  “Su potencial personal no es el que ahora define su vida, como si la vocación al sacerdocio se tratara de una predisposición genética. Es su llamado y su consagración lo que le da sentido a su historia personal previa y que les define una nueva personalidad”.