"Alrededor de tu mesa / partimos el vino y el pan..." Pero un mongol preguntará: ¿qué es el vino, que es el pan? ¿Y qué es una mesa? ¿Y todas esas cosas exóticas y extranjeras se necesitan para tratar con el Dios del Alto Cielo? 

Esperanza Becerra Medina, colombiana, misionera de la Consolata, lleva casi 6 años en Mongolia. “Yo, con mi aspecto, a veces me dicen 'pareces mongola'; el frío me saca los colores y lo parezco, y eso a mí me gusta". Pero Mongolia es otro planeta, es otro mundo, uno que no conoce a Cristo en casi nada, aunque no tan alejado de algunos aspectos bíblicos. 


  La hermana Esperanza, muy abrigada


Hace 25 años no había ni un católico en Mongolia. Además, con el comunismo, cualquier religión estaba perseguida, acosa y desprestigiada. Pero el Alto Cielo siempre estaba ahí, enorme, inabarcable. Y los espíritus: el Partido Comunista no puede controlar a los espíritus. 

Entonces llegaron tres misioneros católicos. Hoy ya son 70 misioneros, de 8 congregaciones y de 20 países distintos en Mongolia, un país tres veces más grande que España, con unos 3 millones de habitantes, la mitad en la capital. Hay ya unos 1.200 mongoles católicos, además de algunos inmigrantes católicos filipinos y coreanos.  Se congregan en cuatro parroquias en la capital, y otras dos más, a 200 y 400 km de distancia.




Es una iglesia diminuta, que nace de la nada, en una cultura muy distinta a la de los misioneros. Este año Dios la ha bendecido con algo nunca visto antes: por primera vez, hay un cura mongol, el padre Enkh, que completó sus estudios en Corea.

En los territorios misioneros de la Iglesia Católica, en las zonas misioneras de África, Asia, en selvas y montañas de América, hoy hay casi el doble de sacerdotes nativos que cuando cayó el Muro de Berlín: había unos 47.000 en 1989 y hoy son 88.000 en 2016. 



 
El padre Enkh puede traducir las palabras al mongol, pero ¿cómo traducir los conceptos, los símbolos? La hermana Esperanza es muy sincera: "Aún no lo sabemos, estamos empezando. Mira, la mesa, el pan, el vino... Ellos no tienen mesas, ni pan, ni vino. No comparten cosas importantes al comer, ni siquiera al tomar té. La comida se come rápido para que no se enfríe, y sin hablar. El té es para recibir al visitante y entrar en calor, no para charlar. No hay sobremesa, no hay horas de charla con café como en Colombia".

Hay cosas que los mongoles entienden bien. Por ejemplo, la hospitalidad, como la de Abraham con los tres ángeles. "Las tiendas donde viven, llamadas guer o guir, no tienen cerradura. En el campo cualquiera puede entrar en una tienda, y sin conocerte te invitarán a té, te calentarán, y luego te preguntarán el nombre. Incluso el más pobre te abre su té y te acoge". 



Los mongoles no son agricultores, no entienden mucho las parábolas sobre sembrar y cosechar. Pero son pastores y entienden muy bien al Buen Pastor que toma con cariño a las ovejas. "Ellos son muy tiernos con los corderitos, no los comen pequeñitos. Una vez conté que en Colombia comemos corderito asado y se horrorizaron, casi lloraban", explica Esperanza. 


¿Liberar de los pecados? "Sí, eso lo viven como un regalo del Cielo, y como una novedad; en su cultura, el sentirse perdonados no existe", explica Esperanza. A nivel cultural, "los mongoles no mencionan el pecado, por miedo a atraer más pecado". ¿Y a la hora de confesarse? "Pocas palabras, son de hablar poco. No tienen costumbre de hablar de sentimientos. Pero les gusta cantar". 



¿Y Dios? "Tienen claro que hay un Dios del Alto Cielo, que es grande y poderoso, y que, de alguna manera, quiere el bien del hombre. Pero no llegarán a decir que ese Dios ama a los hombres, siempre está por encima, no acompaña". Les asombra y alegra, por eso, descubrir que Dios ama gratuitamente, que siempre está dispuesto a perdonar, que Él ama primero.

Pueden entender sin problemas que Jesús fuera un maestro, que transmitía su sabiduría a sus discípulos. Entienden que viajara y enseñara, y que viajara con poco equipaje. "Los mongoles tienen pocas cosas, las esenciales, las que quepan en la tienda". Es un pueblo de tiendas y rebaños, como Israel. 


  Esperanza y otros misioneros de la Consolata, en el guer que sirve de parroquia

No se reúnen en la mesa ni para comer, se reúnen alrededor del fuego, de la estufa, para calentarse. ¿Puede el fuego de la tienda usarse para expresar al Espíritu Santo en la Iglesia, en la persona? "Quizá, es posible, tenemos que pensarlo, ¡es que estamos empezando!", responde Esperanza.


Los mongoles también entienden la vida consagrada. "Si en el taxi digo 'soy guilimá, una religiosa', me dicen 'ah', y entienden, porque en el budismo hay monjes, hay religiosos. Eso lo respetan mucho. Durante el comunismo los monjes estaban prohibidos, pero ellos siempre lo sintieron como algo propio". 



Los mongoles son parcos en palabras, "quizá también por el frío: todo es para ahorrar energía". Pero expresan su devoción con el cuerpo, con sus posiciones corporales al rezar, y se nota en los cristianos conversos. "Ante la Cruz, su posición de disciplina y respeto, es hermosa, muy devota", dice Esperanza. 

También aprecian la idea de que el misionero ha dejado su país, cultura, familia, todo, para ir a su tierra y aprender su lengua. Y se preguntan porqué, puesto que ven que no hay ningún beneficio económico ni social en ello. ¿Dónde está el negocio? "Te tantean un poco, con respeto, pocas palabras... y enseguida ven que no es por intereses, que estamos allí sirviendo a Algo Más Grande. Eso lo entienden". 


  Esperanza y otras misioneras de la Consolata, bien abrigadas


Desde la caída del comunismo hay libertad religiosa en Mongolia, pero la evangelización se hace en las casas y tiendas, siempre con formato de invitados y anfitriones. "Nada de procesiones en las calles ni actividades callejeras, todo en nuestros patios. Hay que ser muy diplomáticos y cuidadosos".

Encajados entre las poderosas China y Rusia, y tras décadas sometidos a los soviéticos, los mongoles son suspicaces y no quieren ser invadidos culturalmente. Las reglas de la cortesía y la hospitalidad deben respetarse. 

"Son muy supersticiosos", explica Esperanza. "A la guir hay que entrar en el sentido horario; no se puede alabar al niño, porque es invitar a que se ponga malo. No puedes silbar, porque eso atrae a los espíritus". 


Todavía es una cultura en la que los jóvenes y niños escuchan, obedecen y respetan a los mayores, como en la Biblia. Hay autoridad. "Una mirada del mayor y los niños callan. Miman a los bebés hasta los 3 años, pero tras la ceremonia de cortarles el pelo a esa edad, ya les dan encargos, trabajos, responsabilidades y disciplina". 

"Es un país de extremos. Por un lado les gusta estar apiñados, muchos en una tienda, muchos apretados en el autobús, la furgoneta... ¡hace tanto frío! Pero también les gusta el aire libre, el espacio abierto: salen de la ciudad siempre que pueden, a los espacios inmensos..." 


¿Qué mongoles se hacen católicos? Como en otros países de Asia, hay dos clases principales: los más pobres y los intelectuales en búsqueda espiritual. "Los misioneros hemos llegado, primero, para los más necesitados, los pobres y enfermos. Ya tenemos guarderías, un centro para niños Down, centro para jóvenes de los salesianos, cosas así. Ahí hay conversiones. Y vemos gente culta, con inquietudes, que nos pregunta por nuestra fe, nuestros libros..." 



Ahora que con el padre Enkh ya hay un sacerdote mongol, ¿qué puede pasar? Con el tiempo habrá más sacerdotes, habrá religiosos y religiosas mongoles algún día. Puede pasar de todo, porque "los mongoles son emprendedores", dice Esperanza. "Todo es posible bajo el Cielo", dicen ellos.

"Es el orgullo mongol, una cierta altivez para emprender: bajo el Cielo, yo puedo, dicen. Tienen determinación, piensan que quien se pone, e insiste, lo consigue. No se apresuran, tampoco se rinden". ¿Qué cosas puede hacer Dios con este pueblo, bajo el Cielo, como dicen ellos? Por eso, Esperanza anima a colaborar con las vocaciones nativas (www.vocacionesnativas.es), especialmente en este país donde hace 25 años no había ni un católico.  

 Enkh Baatar, único cura mongol nativo, en un mensaje para los católicos españoles