Patrick Klekas está estudiando teología en el seminario Saint Patrick y Artes en la Universidad en Menlo Park California. Pero hace unos años sus intereses eran muy distintos, tocando en una banda de rock & roll. Esta es la historia de cómo todo cambió, contada por él mismo.


por Patrick Klekas 

Hace seis años, la furgoneta en la que viajábamos mis compañeros de banda y yo nos dejó tirados en la parte de Jersey del Túnel Holland. Aunque estábamos a unas 2.500 millas de nuestra casa en el norte de Nevada, asumimos con naturalidad que esto era otro pequeño bache en nuestro camino hacia el estrellato del rock & roll, y que teníamos que aguantarnos.

Tras varios inútiles intentos de conseguir una grúa en la hora punta, acabamos aceptando el hecho de que no conseguiríamos actuar en Manhattan esa noche. Sin embargo, como aspirantes a estrellas de rock, nuestra ligeramente esperanzada arrogancia nos mantuvo de buen humor. Lo único que sentíamos -porque hubiera sido buena prensa para nosotros-, es no habernos quedado tirados dentro del túnel. Pensábamos que la atención que hubiéramos recibido por habernos quedado tirados dentro del túnel Holland en la hora punta de Nueva York bien hubiera valido la pena el cabreo de unos cuantos miles de neoyorquinos.
 
Cuando recuerdo esos días me pregunto qué estábamos haciendo allí. Una relativamente desconocida banda rock, cuyos miembros estaban en la última adolescencia o primera juventud, suena algo así como una fiesta sobre ruedas, que es lo que era a veces. Nuestra musica era divertida, pero superficial.

Buscábamos la experiencia perfecta que habíamos oído en las canciones con las que crecimos, de las bandas que idolatrábamos. Podían ser las frases pegadizas y llenas de tacos de una canción de los Blink 182, o una balada de Brand New, o la inteligente letra de un tema de los Third Eye Blind: más que otras, estas bandas y sus canciones hablaban de los años en que nuestra angustia, al final, desaparecería.


 Patrick Klekas (con rizos morenos y chaqueta a rayas blancas y negras) y su banda rock-punk Girlfriend Season


Según ellos, el modo más fácil para conseguir estas experiencias era evitando las expectativas. La vida consistía únicamente en buscar el siguiente subidón emocional o la experiencia que sobrepasara a la anterior.
 
Muchos de los que tenemos entre 18 y 35 años -para que tengáis un giro post-moderno de San Agustín-, sencillamente diríamos que "nuestros corazones están inquietos hasta que descansan en la experiencia siguiente". Después de todo, siempre se nos había dicho que la vida de un adulto trabajador consistía en tener responsabilidades aburridas y obligaciones familiares molestas.

El tema de Blink 182, What's My Age Again?, nos dice que "cuando tienes veintitrés años no le gustas a nadie". Por consiguiente, ¿por qué seguir cumpliendo años? El himno de Brand New Soco Amaretto Lime proclamaba que "seguiríamos teniendo dieciocho años para siempre, para seguir estando así siempre". La imagen era clara: permanecer joven para siempre.


Vídeo de lanzamiento de un disco en 2010 de The Girlfriend Season, la banda de Patrick; su lema "Tienes que vivir mientras eres joven"

Las experiencias, aunque ésta no sea una lista exhaustiva, consistían en una relación amorosa, un momento inolvidable y/o una noche de borrachera.
 
Pero la música rock no era la única instigadora de la rebelión juvenil: las películas, los programas televisivos y las familias desestructuradas, todos tenía parte en ella.


Lo que nos atraía de la música era su accesibilidad. Podíamos escucharla en la seguridad de nuestras habitaciones, en nuestros cascos, en nuestros coches, y en el Warped Tour de cada verano

[El Warped Tour es un festival de música y de deportes extremos que se celebra anualmente en los Estados Unidos y en Canadá].


Patrick Klekas con su guitarra en su época rock-punk

Para nuestros impresionables oídos, esta música nos decía que, con el tiempo, encontraríamos a esa persona que sería la cúspide de la felicidad y el cumplimiento del amor.

El éxito de Oasis, Wonderwall, nos aseguraba que esta persona sería "la que me salvaría". Sin embargo, el amor debe estar acompañado por momentos que se repiten y que son inolvidables.
 
La música que mi banda escribía seguía este estilo. Lo máximo en la vida era encontrar la experiencia final y con nuestras melodías inteligentes y pegadizas intentábamos resumir todo esto. Sin embargo, en su esencia, esa música es utilitarista. Se centra sólo en la búsqueda individual de satisfacción y cualquier medio es válido para conseguirla.

Al contrario de los juglares y de los trovadores de la antigüedad, que se inspiraban en sus fundamentos de caballería y en los Novísimos (Muerte, Juicio, Infierno y Gloria), nuestra inspiración estaba arraigada en la obsesión de uno mismo. Por lo tanto, la mayoría de los rumores que se oyen acerca de las bandas de rock que están de gira son verdad.


Las noches en vela envejecen, pero los conciertos divierten. Cada día te despiertas en una nueva ciudad, con muchas y nuevas tentaciones. Hay "groupies" disponibles; y drogas también. Desde locales cerrados en Portland hasta sets acústicos al borde de la carretera en Filadelfia, intentábamos realmente vivir la vida.

 
Patrick, a la izquierda, con su banda y unas admiradoras


Sin embargo, a pesar de estar rodeado por todo esto, yo seguía esperando la aventura última, la que tranquilizaría mis deseos y me realizaría completamente.

A posteriori, las cosas empezaron a cambiar para mí, poco a poco, en algún momento entre nuestro concierto en San Francisco y el de Phoenix. Después de que un miembro de la banda nos abandonara para correr detrás de una alegre rubia en San Francisco, y de casi echar la pota en un gran concierto house en Phoenix, empecé a darme cuenta de que tal vez mi búsqueda de la plenitud nunca acabaría.
 

Si hay que atribuirle algún mérito a esto, podemos decir que el mérito está en el potencial de esta generación de ser florecientes platónicos. Muchos de nosotros vivimos sólo para perseguir la Forma última de experiencia. El problema es -como diría una persona decentemente versada en Platón - que estas Formas son inalcanzables en este lado del Reino. Aquí está el problema: la incapacidad humana de captar lo que no puede ser poseído.

Intentar llenar nuestro anhelo universal de infinito con lo finito nunca ha dado satisfacción a nadie. El resultado es que en este búsqueda incosciente de la Forma última de experiencia, los rollos son cada vez más frecuentes, los momentos inolvidables se convierten en momentos que deben ser siempre mejores y las fiestas son cada vez más salvajes.
 
Cuando se espera que la libertad incontrolable e incontrolada llene el abismo infinito de la persona humana, no sólo consigues sexo, drogas y rock & roll (y, probablemente, también una enfermedad de transmisión sexual, antidepresivos y un corazón roto), sino que consigues también el nihilismo, que es la visión prevalente según la cual la moral, los valores y la dignidad de la persona humana se pierden y, con él, la ausencia de una base metafísica. No hay verdades últimas.

Con el tiempo, este nihilismo origina un sentido personal de vaciedad debido a la imposibilidad de encontrar significado en el sexo, las drogas y cualquier otra cosa que te prometa una canción punk rock. Por lo tanto, todas estas experiencias que pensabas que te llenarían lo único que hacen es dejar a la persona más vacía y sola de lo que estaba antes.

 
En el capítulo uno del tercer libro de las Confesiones, nos encontramos a San Agustín llegando a Cartago. Es aquí dónde se da cuenta que, en su salvaje vida de joven adulto, no estaba buscando el amor de otra persona, sino que estaba enamorado del amor: la Forma de amor. "Amaba amar", escribe. "Buscaba qué amar, amando amar, y odiaba la seguridad" (de la traducción realizada por Agustín Uña Juárez, Editorial Tecnos, ndt).

Agustín había personificado el eros y éste era el mayor bien por él buscado. No tenía ninguna amada que reivindicara nada. Estaba enamorado por el placer de amar, de sentir, de experimentar.
 
Antes de darse cuenta de esto, y de convertirse, no estaba preparado para entregarse a alguien. Y aquí está, probablemente, la epidemia de mi generación: estamos enamorados del eros. Estamos enamorados de la experiencia y de todos los sentimientos que vienen con ella. Sin embargo, este amor no nos exige nada, no espera nada de nosotros; es una perversión del amor, porque no es un amor comprometido; es un amor que busca sólo el placer.

Por consiguiente, si uno vive en un perpetuo estado de adolescencia, no debería sorprenderse si su única compañía son unos jóvenes Agustines que odian la seguridad y se hunden en el vacío que conlleva el nihilismo.
 
Siendo el neoplatónico que era, San Agustín fue capaz de ver el deseo humano universal hacia lo transcendente. Esto le llevó a darse cuenta de su propio deseo y que buscar la Forma de experiencia no era algo que podía satisfacer con gran cantidad de relaciones sexuales y guitarras eléctricas.

Más bien, era un deseo que sólo podía satisfacer con algo infinito. Su búsqueda de la plenitud, como la de todos, encontró su dirección sólo cuando reconoció que su deseo infinito encontraba la plenitud en Dios. Por lo tanto, dejemos constancia clara de esto con la frase más famosa de San Agustín: "Nuestros corazones están inquietos hasta que descansan en ti, Señor". En medio del vacío que sentimos, tal vez esto pueda servirnos como modelo para salir de él.
 
Sólo reconociendo nuestra incapacidad de satisfacer, nosotros mismos, nuestros deseos más profundos podremos empezar a satisfacerlos de nuevo. Una vez aceptado esto, nos llevará tiempo llevarlo a cabo y acostumbrarnos. Puede que haya momentos en los que necesitemos sentarnos, incómodos, y luchar contra el vacío que causa en nosotros el nihilismo. Reconocer nuestra necesidad de trascendencia nos da esperanza para no sucumbir a este vacío.

Al contrario, nos muestra que tenemos grandes abismos en la profundidad de nuestro ser que nunca podrán ser satisfechos con nada creado. Cuando tenemos esta conciencia y, en última instancia, cuando nos convertimos, recibimos destellos de lo Divino, con todos sus misterios; es entonces cuando el nihilismo empieza a desaparecer.
 
En nuestra gira llegamos hasta Cleveland donde, cerca del Lago Erie, está ubicado el Salón de la Fama del Rock & Roll. Era imposible no visitarlo. Esos oscuros altares no me impresionaron nada mientras paseábamos entre ellos; los dedicados a los Rolling Stones y a The Doors estaban encaramados en toda su pompa y glamour.

Y lo mismo sucedía con las tristes historias de las muertes infames de antiguas estrellas del rock: Kurt Cobain, Jimmy Hendrix, Bon Scott de los AC/DC, Janis Joplin y Jim Morrison.

Aunque esto no se aplica al destino de cada una de las estrellas del rock que ha alcanzado la cima de su fama, sí demuestra que intentar llenar la vida con sexo, drogas y rock & roll lo único que hace es que el vacío sea más profundo. Y explica también por qué la vieja banda de música favorita de tu padre se ha reunido una vez más para su gira final.
 
Salí al poco rato del museo y caminé solo y sin rumbo fijo por las calles del centro de Cleveland. Entonces me topé con las puertas abiertas de la catedral de San Juan Evangelista. Allí, en el altar, estaba el ostensorio que custodiaba a Nuestro Señor, escondido y humilde en una pequeña hostia blanca. No había nada de glamour allí: ni máquinas de humo ni juegos de luces; sólo la simple hermosura, siempre antigua y siempre nueva. Me senté en el silencio y la quietud durante un rato. Y, mirando hacia atrás, ese fue mi momento de conciencia.


 Catedral de San Juan Evangelista en Cleveland

Ciertamente, sigo teniendo mis luchas, dejé mis días de pre-conversión agustina en la catedral ese día. Por lo tanto, cuando cantes las canciones nostálgicas de las bandas de punk rock y la búsqueda de experiencias te deje deseando encontrar un significado, debes saber que el deseo de infinito y de transcendencia está a tu alcance y que hay una razón para seguir esperando en medio del vacío.

(Publicado originariamente en Crisis Magazine, traducido del inglés por Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)