Isabelle Rousselin era una joven en búsqueda. Tras acabar de estudiar y empezar a trabajar como profesora no sentía que esta fuera su vocación ni sabía que camino tenía que llevar en la vida. Ella misma reconoce que “estaba realmente perdida”. Y tras una aventura extraordinaria al fin encontró el camino a seguir muy lejos de su París natal y de su vida acomodada.

Proveniente de lo que ella llama un “entorno privilegiado”, esta joven francesa creció en el oeste de París siendo la segunda de seis hijos de una familia católica. Estudió Inglés y todo parecía ir sobre ruedas en su vida. Pero había un hueco en su corazón que no lograba llenar.

En un reportaje publicado La Croix, esta joven relata cómo llegó de vivir en París a ser monja de un convento católico de rito oriental como es el melquita en una ciudad como Belén, en el corazón de Tierra Santa.


La joven Isabelle, ahora Jeanne desde que profesó sus votos, explica que durante mucho tiempo “sentía en el fondo de su corazón” el deseo imperioso de ir a Jerusalén. Y así fue como en julio de 2006 cogió su bicicleta y empezó a pedalear durante semanas desde su París natal hasta la ciudad santa de Jerusalén. 

Al fin llegó tras recorrer más de 4.000 kilómetros pero antes de parar en Jerusalén pasó por Belén recorriendo el muro que separa Israel de los territorios palestinos. Allí descubrió un monasterio que le llamó poderosamente la atención. Era el monasterio greco-católico de Emmanuel, llevado por unas religiosas benedictinas y que estaba situado cerca del puesto de control israelí.

Como si hubiera sido providencial, esta joven afirma que “la señal estaba en árabe y francés” por lo que llegó sola hasta este pequeño monasterio pues hasta ese momento andaba perdida. Allí fue recibida por la hermana Martha, la religiosa más joven de la comunidad y la dio la bienvenida tras varios meses recorriendo Europa y parte de Asia.


El muro que separa Israel de los territorios palestinos está muy cerca del monasterio de Emmanuel, situado en el lado palestino


A continuación quiso visitar la ciudad que tanto anhelaba ver pero quedó abrumada por la tensión que se vivía en ese momento en Jerusalén por lo que se refugió en la iglesia del Santo Sepulcro. Allí pudo rezar y leer la Biblia.

Poco a poco la paz empezó a inundar su corazón y el orden llegó a su vida. Ya no se encontraba tan perdida. Tras este rato de oración que resultó providencial para su vida volvió al monasterio que se había encontrado en Belén.

Tras cruzar el muro hacia el lado palestino entró de nuevo a este monasterio. Reconoce que en aquel lugar quedó tocada por la paz que allí se palpaba y por la simplicidad de la forma de vida de las hermanas. La liturgia que vio también la cautivó pues era extraña para ella que provenía del rito latino. Así asistió a la liturgia bizantina realizada en griego y también en árabe.


En este monasterio benedictino encontró lo que había estado buscando toda su vida, su lugar en el mundo. Volvió a Jerusalén y en la ciudad santa fue donde decidió que su vocación era entregar completamente su vida a Dios y a los que lo rodean, concretamente a la precaria comunidad cristiana árabe de la zona de Belén.

Su familia respetó completamente su decisión sabiendo que ella había encontrado realmente la felicidad allí. De este modo, el 16 de agosto de 2013 Isabelle hizo los votos y recibió el nombre de Joanne.


Estas religiosas reciben a numerosos peregrinos y a cristianos tanto católicos como ortodoxos de Belén

Ahora, ella es un puente entre los cristianos de Oriente y de Occidente en un convento benedictino que ha adoptado el rito melquita y cuya principal misión es permanecer. Al monasterio acuden cristianos de Belén tanto católicos como ortodoxos y grupos de peregrinos. Y sin pretenderlo se han convertido en un foco de ecumenismo en una zona vital para el cristianismo.


Este monasterio cercano a Belén fue fundado en 1963 por tres religiosas benedictinas después de la petición que realizó el entonces arzobispo melquita Georges Hakim para que hubiera allí unas religiosas que rezaran por los cristianos de Tierra Santa. 

Para estas religiosas el rito melquita, en griego, era completamente nuevo por lo que tuvieron “aprender todo” otra vez. Lo mismo que le ocurrió a la hermana Jeanne. Pero los frutos han sido inmensos y descubrir esta liturgia ha sido una gracia para esta joven francesa.

Estas religiosas explican que las principales características de su vocación se insertan en la gran tradición monástica de los padres de la Iglesia y de la Iglesia melquita mediante “la renovación de la vida en el Espíritu, los lazos de hermandad con nuestros vecinos árabes, la oración por la unidad de los cristianos, la recepción de peregrinos de todas las creencias y un hotel para retiros”.