En los inicios de la Guerra Civil española, el mundo entero vivió pendiente de la suerte del Alcázar de Toledo. Allí se habían refugiado, huyendo del terror implantado por los milicianos en la ciudad, cientos de civiles junto con la guarnición de la Guardia Civil y varios militares, a las órdenes del coronel José Moscardó. (Pincha aquí para leer cómo recordó aquel episodio Juan Pablo II en 1982.)

Entre el 22 de julio y el 27 de septiembre de 1936, resistieron más de dos meses de ataques infructuosos de infantería, artillería y aviación del bando frentepopulista, e incluso el chantaje que costó la vida al hijo de Moscardó, ofrecida a su padre a cambio de la rendición.


Diálogo entre el coronel Moscardó y su hijo, tal como lo reflejó la película italoespañola de 1940 "Sin novedad en el Alcázar", dirigida por Augusto Genina. El intercambio de palabras es real y está documentado.

Cuando la fortaleza, totalmente en ruinas, fue liberada por las tropas nacionales, entre los heridos se encontraba un joven de 20 años, Antonio Rivera Ramírez, quien había perdido un brazo en combate y moriría el 20 de noviembre víctima de la septicemia. En 1962 se abrió su causa de beatificación, que fue cerrada el 27 de febrero de 2016 en su fase diocesana. Actualmente continúa en Roma con el estudio de los milagros recogidos en la postulación.

Homilía del arzobispo de Toledo, Francisco Cerro, el pasado 23 de noviembre en la parroquia de San Julián con motivo de la misa en memoria del Siervo de Dios Antonio Rivera.

Antonio Rivera Ramírez nació el 27 de febrero de 1916 en Riaguas de San Bartolomé (Segovia), hijo de un médico gallego. Sus padres, José y Carmen, formaron un hogar firmemente católico. Antonio fue el segundo de cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas: la mayor, María del Carmen, fue carmelita descalza; la tercera, Ana María, entregó toda su vida al apostolado social; el menor, José Rivera (1925-1991), fue sacerdote y también tiene abierta una causa de beatificación.

Antonio estudió Derecho y tras licenciarse preparaba oposiciones de registrador de la propiedad. Fue un dirigente local y nacional de gran relevancia de las Juventudes de Acción Católica, y al estallar el Alzamiento Nacional el 18 de julio de 1936 acudió voluntariamente al Alcázar para unirse a sus defensores.

El sacerdote Jorge López Teulón, bloguero en ReL, es autor de una biografía de Antonio Rivera: Antonio Rivera, apóstol para nuestro tiempo (pincha aquí para adquirir un ejemplar), prologada por el entonces arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez Plaza.



Con ese motivo conversamos con el autor sobre la historia singular de este joven que un día puede ser elevado a los altares. López Teulón nos habla de la transformación especial que, en el contexto de una vida que estuvo desde su infancia consagrada a Dios, experimentó meses antes de morir.

-¿Qué sucedió?

-A primeros de marzo de 1936 hace los últimos Ejercicios y de aquí arranca un cambio total en él. Su hermana Carmen afirma que puede calificarse como una conversión.

-¿En qué consistió esa conversión?

-En la afirmación de una clara vocación a la santidad heroica y en que el ideal apostólico cobra aires de altura y supone para él una entrega absoluta. Le leo de sus propias notas: “He de dar a mi vida un tono heroico en el cumplimiento de mis obligaciones y en pequeñas y continuas mortificaciones. He de darme por completo”. Vuelve de los Ejercicios plenamente decidido a esta entrega total. Siente la necesidad de una donación más plena no sólo para cumplir la voluntad de Dios sino para cumplirla en “plena penitencia”, que debe ser no sólo por sus pecados sino por los pecados de los otros

  -¿No pensó ser sacerdote o religioso?

-No descartó la posibilidad del sacerdocio en su vida, pero nunca se le mostró en este sentido la voluntad de Dios. Siempre tuvo una clara inclinación afectiva al matrimonio, pero mantuvo continuamente un perfecto dominio de su temperamento sentimental y apasionado.

-Quiere decir en su comportamiento con las chicas...

-Sí. En sus relaciones con las jóvenes, generalmente estudiantes de la Federación de Estudiantes Católicos, mostró siempre una actitud ejemplarísima por su sencillez y caballerosidad cristianas. 

-¿Por qué esa vocación al matrimonio?

-Miró siempre el matrimonio como medio de santificación, como una vocación de vida perfecta en el mundo y por este motivo se fijó en su prima, Rosa Ramírez, como futura esposa, por ofrecer la máxima garantía en cuanto a un matrimonio santo.

-¿Llegaron a ser novios?

-Poco después de salir de los últimos ejercicios espirituales, en marzo de 1936, estableció relaciones definitivas con su prima. Reconociendo todo lo que este estado puede suponer de tendencia a lo humano, se prepara con más oración. Vive su noviazgo con el más puro amor humano y sobrenatural, sueña para el mañana con un hogar austero compatible con una consagración al apostolado social.


Antonio Rivera, en una calle de Madrid.

-¿Qué pensaba ella?

-El día que se puso en relaciones con Rosalía, el 4 de mayo, ésta le dijo: “Tenemos que formar un matrimonio santo”. Y Antonio contestó: “Tenemos que ser unos novios santos; quizás el matrimonio no llegue nunca”.

-Él se había iniciado en la vida política en las Juventudes de Acción Popular...

-En los primeros momentos de la República, estimó un deber intervenir en política, para lo que también sentía una inclinación vocacional. En momentos de peligro como consecuencia de huelgas revolucionarias, con otros jóvenes acudió a los conventos con el propósito de defender a las religiosas.

-¿Por qué lo dejó?

-Con motivo de haber sido nombrado presidente de la de la Unión Diocesana de los Jóvenes de la Acción Católica renunció a sus actuaciones políticas para trabajar por España en un plano más elevado.

-Mantuvo, pues, su proyección social...

-Esto dice un testigo: "Tenía una idea clarísima de los designios providenciales de nuestra Patria en la Historia; había asimilado muy bien la doctrina de la Hispanidad. Recuerdo oírle hablar de la misión de España, verle enfocar todo lo de la Patria en Dios y darme cuenta de lo importante que eso era para él”.

-¿Cómo se fue involucrando en la Acción Católica hasta convertirse en uno de sus líderes?

-Al fundarse la Juventud de Acción Católica, su primer consiliario, el siervo de Dios Antonio Gutiérrez Criado, buscó a Antonio para la nueva organización, en la que desempeñó primero el cargo de bibliotecario. Tuvo un papel destacadísimo como presidente de la comisión organizadora de la Asamblea Nacional de la Juventud de Acción Católica celebrada en Toledo en octubre de 1933. A continuación de esta asamblea fue nombrado presidente de la Acción Católica en su rama de juventud llamada entonces Unión Diocesana de la Juventud Masculina de Acción Católica.

-Que es cuando optó por la dedicación exclusiva a ese apostolado...

-Sí, fue entonces cuando dejó la presidencia de la Federación de Estudiantes Católicos y cesó en sus actividades políticas en Acción Popular. Perseveró en este cargo de presidente diocesano hasta su muerte, formando parte también del Consejo Nacional de los Jóvenes de Acción Católica.

-¿Conoció la obra del padre jesuita Ángel Ayala?

-Sí, perteneció también a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, que influyó mucho en su formación y a la que siempre estimó como asociación muy formativa y de utilísima actuación apostólica en aquellos tiempos. Esta asociación distinguió a Antonio también con una estima especial y le nombró secretario diocesano teniendo sólo veinte años de edad, cosa insólita. Pero renunció al cargo por parecerle al Consiliario ser más útil en la juventud de Acción Católica.

-Cuando estalla la Guerra Civil, acude enseguida al Alcázar de Toledo. ¿Por qué?

-Según su padre, hubo dos motivos: fue al Alcázar por defender a España, pero en el fondo de este amor a España estaba el amor a la religión, a la que defendía cuando luchaba con las armas contra el comunismo.

-Hubo allí bastantes voluntarios de Acción Católica...

-Más de treinta, con quienes formó un Centro de Vanguardia. Celebraban reuniones, círculos y actos de piedad en común, en especial con motivo de algunas fiestas como la de Santiago. Se llegó a tener meditación colectiva diaria además de otros actos generales como el rosario o la salve cantada en la Capilla del Alcázar.

-¿Por qué tomó las armas?

-Llevaba siempre presente el sentido de responsabilidad, como presidente de Acción Católica, para dar ejemplo en todo y de un modo singular en el valor. Pidió armas y se incorporó al puesto que le destinaron. Cuando Andrés Marín quiso incorporarle a la enfermería para atender a los heridos, Antonio lo rechazó: “Yo he venido aquí como combatiente”, dijo. Cuando pidieron un fusil en la sección de tropa, puesto peligrosísimo, Antonio respondió inmediatamente: “Yo voy”.

-¿Podía compatibilizarlo con la vida de piedad?

-No dejaba de asistir a ninguno de los actos de piedad dentro del Alcázar, atravesando una zona a la descubierta con mucho peligro. Y en las guardias acompañaba a los que tenían que quedarse de vigilantes para atenderles en su vida espiritual en los momentos de peligro.

-¿En qué contexto dijo aquello de “Tirad, pero tirad sin odio”?

-Antonio veía constantemente a Dios en el prójimo y lo amaba con un amor entrañable con la rúbrica de su temperamento fogoso y apasionado. Cuando se trataba de los agresores, él disculpaba siempre a las personas aunque no estuviese de acuerdo con los hechos y con la doctrina. Siendo esta postura mucho más apreciable y valiosa en momentos que como aquellos, cuando gran parte de la juventud defendía la represalia como un procedimiento de defensa.

-¿Él no?

-En cierta ocasión se estaba tratando este tema en un grupo de jóvenes, porque pasaba por debajo de las habitaciones una manifestación marxista. Antonio se oponía a la licitud de la represalia, entonces le dijeron: "¿Si llega la guerra tú no lucharás?". "¿Por qué no?", dijo Antonio. "Porque es imposible luchar y no odiar". Antonio contesto: "Si tengo que luchar, mataré sin odio".

-Y lo hizo...

-Meses después en el Alcázar hizo realidad esta doctrina pudiendo repetir su célebre frase: “Tirad, pero tirad sin odio”, con que aconsejaba a sus amigos armonizando el heroísmo en la defensa de la patria con el amor cristiano a los enemigos.

-¿Cómo fue herido?

-El 18 de septiembre, tras la explosión de una mina, una de las ametralladoras quedó abandonada y era urgente su rescate para evitar que, cayendo en manos del enemigo, este la utilizara contra los que heroicamente resistían. Antonio Rivera, aunque no solo, fue, con enorme valor, a recuperarla. Una bomba de mano le hirió en el brazo izquierdo, que le quedó pendiente de un hilo. Se retiró a la enfermería mostrándose el brazo roto, con un reguero de sangre a su paso. El coronel Moscardó y cuantos le vieron quedaron impresionados por los “Vivas” a Cristo Rey y a España que Antonio decía con toda su alma.

-Lo perdió...

-Tuvieron que amputarle por completo el brazo. Rivera renunció a la anestesia, porque quedaba muy poca, y otros podían necesitarla.

-¿De qué murió?

-Liberado el Alcázar, fue trasladado a su casa. Tuvo una septicemia, que entonces era incurable. Sufrió muchísimo. Cuando se le preguntaba cómo estaba respondía: “Me estoy muriendo”, a la vez que preguntaba: “¿Qué queréis del cielo?”. A las siete menos veinte de la tarde del 20 de noviembre de 1936, después de un cuarto de hora de agonía, entregó su alma a Dios. Tenía al morir veinte años. Fue cubierto con el hábito de cofrade del Cristo de la Expiación.

-¿Cuando surgió el apelativo de "El Ángel del Alcázar"?

-Según el testigo Luis Moreno Nieto, murió con el semblante sereno y una ligera sonrisa. "No le faltaban motivos para morir contento", dice. Los amigos le velaron en oración esa noche y al día siguiente, y para entonces ya se le conocía como El Ángel del Alcázar. Surgió espontáneamente, símbolo de la fama de su santidad, a la que colaboraron muchos ensayos, biografías y artículos sobre él.

-¿Puede su beatificación verse dificultada por su condición de combatiente?

-Respondo con las palabras de su primer biógrafo, el sacerdote Santos Beriguistaín: “No fue sin duda un azar que Antonio fuera combatiente. Dios dispone las cosas y esto fue providencialísimo. Mártires tiene la Iglesia a millones; soldados santos que conviertan la brutalidad de la guerra en un derroche de caridad, que no pueden perdonar a los enemigos porque no han sentido contra ellos ni un movimiento de odio, que hagan de la obediencia militar una virtud tan excelsa que pueda servir de ejemplo a los monjes más observantes, que den un tono constante y heroico a su actuación sin jactancias ni vino, que sepan mantener su paz y su sonrisa inalterables en un ambiente de psicosis de guerra, santos así no tiene tantos la Iglesia y santos hacen falta, más que nunca, ahora”.

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Artículo publicado en ReL el 18 de noviembre de 2016 y actualizado el 5 de enero de 2020.