El 26 de junio de 1960, la BBC emitió, en el programa Face to face [Cara a cara], una áspera entrevista de John Freeman al escritor inglés Evelyn Waugh (1903-1966), quien con obras -todas ellas traducidas al español- como Decadencia y caída (1928), Cuerpos viles (1930), Merienda de negros (1932), Un puñado de polvo (1934), ¡Noticia bomba! (1938), Retorno a Brideshead (1945, la más reconocida internacionalmente) o Los seres queridos (1948) se había hecho un hueco entre las grandes plumas de la literatura británica del siglo XX... que no anduvo precisamente escasa de ellas.

Proveniente del anglicanismo, Waugh ingresó en la Iglesia católica en 1930, tras su divorcio de Evelyn Gardener. En 1937 contrajo matrimonio con Laura Herbert, con quien tuvo cuatro hijos. La fe estuvo siempre muy presente en sus novelas como elemento referencial, pero sobre todo en su propia vida, durante la cual mantuvo diversas polémicas con amigos y adversarios en torno a la Iglesia y a los aspectos más debatidos de la apologética.

Las reformas del Concilio: un "trago amargo"

No vio con buenos ojos la evolución de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II, en particular los cambios litúrgicos, que empezaron a prepararse en los años sesenta antes de la reforma de 1969, que no llegó a ver. En su correspondencia con el cardenal John Heenan, arzobispo de Westminster (1905-1975), lamentó que "la misa deje de ser el Santo Sacrificio para ser una comida de la cual el sacerdote es camarero... Más que cambios estéticos que le arrebatan a la Iglesia su poesía, su misterio, su dignidad, me alarman los cambios que se están sugiriendo en la fe y en la moral. Se está extendiendo una especie de anticlericalismo que intenta reducir el papel sacramental único del sacerdote".

Evelyn Waugh, con su familia.

No dudó en expresar el "trago amargo" que suponía para él ir a misa cuando empezaron las primeras acomodaciones de la liturgia al estilo anglicano que había abandonado, como la lengua vernácula ("si quieren tener versiones de la liturgia en el habla coloquial de cada uno, habrá cientos de miles de versiones") o la desaparición del silencio ("la ´participación´ no consiste en que escuchemos nuestras voces, sino en que las escuche Dios, sólo Él sabe quién ´participa´ en la misa").

Llegó a escribir en abril de 1965 una carta al célebre canonista Lawrence Leslie McReavy (1902-1990), perito en el Concilio Vaticano II y uno de los revisores del Código de Derecho Canónico de 1983, preguntándole si seguía vigente el criterio práctico, aprendido en los años treinta durante su formación como católico, que fijaba en tres millas la distancia que hacía obligatoria la asistencia a la misa dominical. ¡Su intención era fijar su residencia a una distancia mayor! "La nueva liturgia me parece una tentación contra la fe, la esperanza y la caridad, pero, Dios lo quiera, jamás apostataré", lamentaba.

Ateo durante la década de la juventud

En su desabrida entrevista con John Freeman (donde el mismo Freeman recuerda las circunstancias del encuentro), estos temas aún no están presentes. Cuenta que tuvo una infancia "absoluta y líricamente feliz", durante la cual fue formado, principialmente por su madre, en la religión anglicana: sus padres eran "piadosos anglicanos que frecuentaban el templo", y su nana fue una calvinista que también dejó huella en su formación moral. Evelyn compartió una visión religiosa de la vida hasta los 16 años.



Justo a esa edad le acometieron las primeras dudas. Fue cuando leyó An Essay on Man [Un ensayo sobre el hombre], de Alexander Pope (1688-1744), paradójicamente un católico en tiempos de persecución. La edición del poema incluía una serie de anotaciones que condujeron a Waugh a leer a Leibniz: "Era la primera vez que empezaba a pensarlo todo metafísicamente. A través de la Ilustración, comencé a cuestionar las verdades de la religión".

Por aquella época ejercía como monaguillo, y le comentó a uno de sus compañeros que Dios no existía. Animado por su camarada, decidió quitarse la vestimenta litúrgica y decirle lo mismo al capellán: "No le impresionó lo más mínimo, y tampoco hizo nada por convencerme de que Dios sí existe".

La conversión: racional, pero rápida

Perdida la fe, Evelyn continuó su formación y arrancó su carrera literaria. La conversión al catolicismo no llegaría hasta casi tres lustros después. Entró formalmente en la Iglesia el 30 de septiembre de 1930, tras un periodo de formación de tres meses en el que tuvo mucho que ver el célebre jesuita Martin D´Arcy (1888-1976): "Por supuesto, me había interesado desde mucho antes, leyendo libros por mi cuenta, etc.".

Debió ser, en cualquier caso, un proceso rápido, pues el mismo Waugh confiesa a Freeman que mientras escribía Cuerpos viles, que se publicó ese año, "aún era tan ateo como uno pueda serlo", y que no pisó una iglesia desde ese momento de la adolescencia hasta bien entrada la veintena, poco antes de su conversión.

 

La entrevista en la BBC, precedida por una presentación posterior sobre sus circunstancias. Los minutos más interesantes sobre la fe son del 15:25 al 18:25.

Pero no fue una conversión de las llamadas tumbativas. Freeman le pregunta si hubo una revelación repentina o fue un proceso gradual: "Bueno... creo que siempre, y digo ´siempre´, desde que tenía 16 años, supe que el catolicismo era el cristianismo, y que todas las demás formas del cristianismo sólo eran buenas en la medida en que se apartaban poco del bloque principal. Fue una conversión al cristianismo, más que al catolicismo en sí mismo".

Un fundamento histórico del Evangelio

Desde ese momento, asegura, jamás tuvo dudas, ni siquiera al "exasperarse" con el "comportamiento sorprendente de algún cura concreto". Al contrario. Cuando le preguntan qué le ha aportado la fe en cuanto a paz y tranquilidad, Evelyn responde: "Es difícil de explicar sin recurrir a un lenguaje piadoso. Simplemente admitiendo la existencia de Dios o la dependencia de Dios, ya entras en contacto con Dios. El hecho de que todo lo que es bueno en el mundo depende de Él... Es la esencia de todo".

Del mismo modo, cuando le interrogan sobre su novela sobre la emperatriz Santa Elena (250-329), precisa que no es tanto una novela sobre la santidad, como sobre el elemento apologético de que ella buscó y encontró la Cruz de Cristo: "El hecho de que había una Verdadera Cruz, un trozo de madera real, un hecho histórico, detrás del Evangelio".

Publicado en ReL el 23 de noviembre de 2014 y actualizado.