“¿Por qué un joven finlandés, sin ningún contacto con el catolicismo, experimentó de repente ese profundo interés por conocerlo?”. Esta fue la pregunta que le formuló en Roma el año 2010 el Papa Benedicto XVI al obispo de Helsinki, Teemu Sippo. La pregunta no era un mero ejercicio de sociología o antropología religiosa y, menos aún, el deseo de satisfacer una curiosidad. El entonces pontífice preguntaba por lo que había acontecido en la mente y el corazón de su interlocutor, un caso extraordinario que tuvo como escenario una de las sociedades más secularizadas del planeta, la finlandesa.
 
La respuesta del prelado nacido en 1945 en Lahti, sur de Finlandia, fue a la vez simple… y desconcertante: “No lo sé. Fue una gracia de Dios”.
 
Él mismo explica sus orígenes religiosos y las circunstancias que lo llevaron a, primero, interesarse por la Iglesia católica y, posteriormente, ordenarse sacerdote.

 
Segundo de cinco hermanos, creció en una familia luterana que giraba en torno a su abuela, una mujer cariñosa y buena, según recuerda, que los llevaba a la iglesia cada domingo.

“Teníamos que estar sin movernos, quietos como una estatua, en silencio y además –y eso era lo más difícil- sin estornudar. ¡Y ay de aquel que cuchicheara algo por lo bajo!”. A pesar de ello, asegura, le encantaba ir a los servicios luteranos pues “tocaban una piezas maravillosas en el órgano”.
 
Teemu Sippo, obispo de Finlandia (a la izquierda del Papa), y representantes de otras confesiones en una audiencia con el papa Benedicto XVI
 

Tras la muerte de su abuela, la familia se trasladó a Helsinki, en un momento de gran cambio social, pues de estar la sociedad finlandesa bastante apartada del resto de Europa, especialmente por su situación geográfica,  gracias a medios de comunicación como la televisión, comenzó a tener mejor conocimiento de otras culturas, mentalidades y religiones.

“Yo, en concreto, me interesé por la Iglesia católica. ¿Por qué? No lo sé. ¡No había visto a un católico en mi vida!”.
 
En 1965, cuando él tenía 18 años, la familia se mudó a Tampere. Allí, lejos de olvidarse del catolicismo, buscó más información. Sus indagaciones lo llevaron al único espacio católico que había en la ciudad, un pequeño oratorio, situado en el segundo piso de una casa de vecinos normal y corriente.

“Pulsé el timbre y me recibió el párroco, un religioso dehoniano que me enseñó la iglesia… Comencé a asistir a misa y, al año siguiente, en 1966, decidí ser católico. Y además, sacerdote”.


Iglesia de la Santa Cruz, en Tampere


Después de hacer la profesión de fe, le solicitó al párroco iniciar a la brevedad su formación eclesiástica. La respuesta del cura fue una pregunta: “¿Por qué no haces primero el servicio militar y luego hablamos?”.  Y así lo hizo.  Y regresó tiempo después para reiterarle su deseo. “Comprobó que no se trataba de un fervor momentáneo”, comenta.
 
El entonces obispo de Helsinki, un religioso dehoniano holandés, monseñor Verschuren, escucha con atención al joven converso y le propone realizar sus estudios en Alemania y tener allí una mayor experiencia más profunda de la Iglesia y del sacerdocio. Allí, atraído por la vida y el carisma del padre Dehon (un abogado francés del siglo XIX ordenado sacerdote en 1868 y que fundó una Congregación para promover la devoción al Sagrado Corazón, entre otras tareas, y que posteriormente devino en el instituto de los Sacerdotes del Corazón de Jesús), decide hacerse dehoniano.

“Para un joven finlandés de veintidós años como yo, católico desde los diecinueve, aquello suponía un reto casi inalcanzable: tenía que estudiar latín, griego, hebreo… ¡y alemán, para entender las clases sobre esas materias!”.
 

El 28 de mayo de 1977, el obispo Verschuren le ordena sacerdote en Helsinki y es destinado a la “Atenas de Finlandia”, la ciudad universitaria de Jyväskylä, en una parroquia, una de las cinco que había en todo el país (hoy son siete), y de la que dependía la mitad de Finlandia, con unos trescientos católicos de diversas razas y procedencias (habían filipinos, alemanes, africanos, sudamericanos… cada uno, por supuesto, con su propia cultura, mentalidad, lengua, tradiciones) que vivían en lugares muy alejados entre sí.  Era una tarea pastoral nada fácil de llevar a cabo.
 
Posteriormente, en la otra parroquia de Helsinki, San Enrique, y al ser el único sacerdote católico residente en el país, Teemu Sippo se convirtió en “el rostro para enseñar” del catolicismo finlandés.
 

“Tragué saliva, me encomendé al Señor, y dije OK”. Así recuerda su reacción quien entonces era uno de los primeros sacerdotes católicos finlandeses desde la Reforma protestante, cuando al acudir a la nunciatura, que estaba en Estocolmo, le comunican el deseo del papa de consagrarlo obispo (Verschuren había sido nombrado obispo auxiliar de Lublin, Polonia).
 
La consagración se realizó el 5 de septiembre de 2009, pero no en un templo católico sino ¡en una catedral luterana!, la de Turku, tras la autorización (previa sorpresa) de Roma. La ceremonia se retransmitió varias veces por la televisión.

“Era la primera vez, después de quinientos años, que se ordenaba en Finlandia un obispo católico nacido en el propio país. ¡El anterior fue Arvid Kurki, que murió en 1522!”, reseña con admiración Sippo.
 

Catedral luterana de Turku, Finlandia, donde en septiembre de 2009 fue consagrado obispo monseñor Sippo
 

Actualmente Finlandia cuenta con siete parroquias para un país que cuenta con menos del 0,2% de población católica. Hay dos en Helsinki y las otras cinco en otras tantas ciudades.
 
“Durante las últimas décadas Finlandia se ha convertido en un país rico. En lo espiritual, sin embargo, tenemos carencias notables”, apunta monseñor Sippo, y da algunos ejemplos: “Hay muchos niños católicos que no reciben una formación religiosa adecuada, y aunque procuramos que asistan a los campamentos de verano de inspiración católica, no nos resulta fácil porque aquí las distancias son enormes, y al haber tantos matrimonios mixtos, la transmisión de la fe tropieza con dificultades. Nos faltan sacerdotes, nos faltan vocaciones sacerdotales, nos faltan catequistas… Pero como estamos en las manos de Dios, disponemos en abundancia de lo único realmente importante: la gracia. Al fin y al cabo, eso era lo único con lo que yo contaba cuando pulsé el timbre de aquella puerta, en el segundo piso de una modesta casa de vecinos de Tampere”.
 
(Este testimonio, redactado por ReL, lo tomamos del recomendable libro de José Miguel Cejas, Cálido viento del norte).