De Bombay a Vancouver surcando los océanos de todo el mundo, pasando por casarse, graduarse en Geología, ordenarse diácono permanente e incluso ayudar a los marineros frente a los piratas.

Son solo algunas de los relatos de la vida de Dileep Athaide, que actualmente atiende personal y espiritualmente a marineros de barcos tan grandes que los estadios de fútbol podrían parecer pequeñas zona de recreo a su lado. Tiene más de 70 años, pero el capellán nacido en la India cuenta en B.C.Catholic que es perfectamente capaz de lidiar con las dificultades propias de su labor y se siente "bendecido cada día". 

Apasionado profesor, casado y líder sindicalista

Cuando Athaide se graduó en Geología y Geología Marina en Canadá, descubrió que la enseñanza era su vocación. O al menos, una de ellas. Comenzó a dar clases de sociología, pero lo que realmente le “encantaba” era “enseñar cursos de geología y desastres naturales como terremotos y volcanes”.

Su pasión por la docencia y el entorno universitario le llevó a seguir su propio consejo de “hacer lo que te guste hacer” y no dedicarse a un campo por el dinero. Pronto, se involucró en organizaciones académicas y acabó siendo líder sindical universitario. Presidió la Unión Nacional de la Asociación Canadiense de Profesores Universitarios e incluso se presentó, sin éxito, a elecciones provinciales en varias ocasiones.

Sube cada día a barcos más grandes que tres campos de fútbol

Todo cambió tras la muerte de su esposa. “Siete años después, la archidiócesis de Vancouver recuperó la figura del diaconado permanente”. Criado y educado como católico desde su infancia, el ministerio religioso en el mar y los océanos estaba lejos de sus expectativas cuando comenzó la formación necesaria para el diaconado.

Después de ordenarse, le asignaron un diaconado parroquial durante tres años. Fue su puesto como coordinador de la capellanía católica marina de Stella Maris en Vancouver la que uniría su vida y vocación a la de miles de marineros de todo el mundo.

“Desde 2018, mi servicio de diaconado ha sido principalmente como capellán de puerto con Stella Maris, la red de apoyo a marineros más grande del mundo”, explica. “Mi base es Mission to Seafarers, una cooperativa de ministerio marítimo de capellanes portuarios”.

Además de sus conocimientos obtenidos en la universidad, explica que un capellán portuario necesita ser capaz de subir y bajar las amplias pasarelas de los cargueros y no tener miedo a las alturas de barcos tan grandes que pueden llegar a ser “más largos que tres campos de fútbol”.

El único requisito físico necesario para ser capellán portuario es "ser capaz de subir y bajar escaleras y no tener miedo a las alturas", cuenta el diácono Dileep Athaide.

Un capellán con casco, chaleco y botas

Llevo casco, chaleco de seguridad y botas con punta de acero. Y suelo usar distintivo para que las tripulaciones de los barcos puedan reconocerme como capellán”.

En su día a día, por su localización en el Pacífico, está en estrecho contacto con marineros  que son en su mayoría asiáticos. “Alrededor del 80% de las tripulaciones son filipinos o indios, y cerca del 90% de los filipinos son católicos. Los demás son de países como China, Taiwán, Myanmar y Vietnam, y los oficiales suelen ser japoneses o surcoreanos”.

Por ello, explica, es un añadido si hablas otros idiomas como hindi y tagalo (los grandes idiomas de India y Filipinas) además del inglés nativo del diácono. “Lo más importante es ser consciente de la cultura y estar abierto a reconocer las necesidades de todos”.

De ganarse a los marineros a hacer exorcismos

Athaide explica que, más allá de las asignaciones comunes a todos los capellanes, las suyas tienen muchas particularidades.

“Implica mucho cuidado espiritual y pastoral. No se puede subir a un barco con actitud de predicación”, afirma, y recuerda el mandato de su ordenación: escuchar, vivir y predicar. “En ese orden. Tienes que desarrollar una relación con la gente del mar, para que confíen en ti lo suficiente como para pedirte que reces por su madre o sus familias”.

En su día a día, el diácono aborda los barcos atracados para preguntar a los marineros cómo están, entregar pasteles, dulces y rosarios bendecidos, y ofrecer un oído atento u oración por cualquiera de sus preocupaciones.

Recuerda que “una vez, el capitán de un barco que había bendecido anteriormente me pidió ayuda para realizar una especie de exorcismo menor”. Un oficial de guardia sintió algo parecido a una presencia y escuchó un portazo. “Es posible que haya sido un espíritu enviado para probar su fe”, le dijo. “Aquí tiene una vela que fue bendecida en una peregrinación a Lourdes. Puede dejarla en el puente y pronunciar una oración si vuelve a ocurrir”. No volvieron a tener problemas.

La rapidez, antídoto contra los piratas

Otra de las particularidades respecto a otros capellanes es el peligro y las amenazas que supone la piratería.

“Es una experiencia aterradora para la tripulación”, destacó en Catholic Register. Entre enero y junio de 2019, 57 barcos fueron abordados, tres fueron secuestrados y nueve fueron atacados por piratas armados.

"La piratería y la amenaza de piratería pueden tener un efecto duradero en el bienestar y la salud mental de los navegantes", señala el diácono. "Nuestra experiencia atendiendo a la gente del mar muestra que una intervención rápida es esencial para minimizar el impacto [psicológico y anímico] de un ataque pirata, de forma que los tripulantes puedan volver al trabajo con confianza".

Otro de los aspectos que puede minar la estabilidad de la tripulación son la falta de permisos en tierra o los contratos prolongados, por lo que pueden estar hasta diez meses alejados de sus familias. “Ha habido más suicidios en el último año”, afirma el sacerdote, que ofrece la sala wifi de Stella Maris a los marineros para ponerse en contacto con sus familias. “Los capellanes predicamos y ayudamos a todos, no solo a los cristianos”.

Entre la asistencia diaria del capellán a los marineros, no pocas veces les ofrece alimentos, incluso ha llegado a ser "repartidor de pizzas" durante la pandemia. 

"¿Podría traernos pizzas?"

Como en todo, el Covid ha afectado profundamente la labor de la tripulación de barcos mercantes. También a la de los capellanes de puertos.

“Antes, mis visitas a los barcos duraban entre 30 y 60 minutos. Los marinos y oficiales siempre me dan la bienvenida para comer y charlar. Intento responder a sus necesidades pastorales y personales, y solía celebrar la Liturgia de la Palabra y administrar la Sagrada Comunión a bordo de los barcos”.

A veces, añade, los capitanes le pedían que bendijese los nuevos barcos. “Rezo, y distribuyo agua bendita para bendecir el puente, las áreas comunes, la sala de máquinas, las cabinas… Algo que aprecian realmente”.

También recuerda que en uno de los barcos que acababa de atracar, la tripulación no podía salir debido a la pandemia. “¿Podría traernos pizzas y comida india para los oficiales?”, le preguntaron. “Estaban muy agradecidos cuando me presenté con la comida, que le dio un descanso al cocinero”.

"Me siento bendecido al final de cada día. Es un trabajo muy gratificante". 

Una muestra del consuelo diario que ofrece el capellán Dileep Athaide a los marineros de Vancouver.