Miguel de la Quadra-Salcedo murió el 20 de mayo del 2016 a los 84 años. Fue primero atleta y después un conocido aventurero y reportero de Televisión Española en los años 60, 70 y 80. Más tarde dirigió el famoso programa Ruta Quetzal, que llevaba jóvenes de España e Iberoamérica a descubrir las maravillas de sus países. 

A Miguel de la Quadra-Salcedo le gustaba oír la misa en latín, consideraba que respetaba mejor su carácter de misterio, mientras que la misa en español la sentía "muy de este mundo". Así lo explicó en esta entrevista.

En el libro de 2001 El último explorador, una biografía sobre él escrita por Antonio Franco y Antonio Pérez Henares,explica una experiencia peculiar que vivió en Pekín, país al que viajó para uno de sus reportajes en 1963.



Allí llegó hasta una iglesia para escuchar misa. Era en latín y parecía perfectamente católica. Sólo después descubrió que aquella comunidad pertenecía a la Iglesia patriótica separada de Roma y la comunión con el Papa.

Hay que recordar que esta escena ocurre en 1963. Juan XXIII había convocado el Concilio Vaticano II, que estaba en sus primeros pasos, pero el Papa moría ese año. En China, el régimen comunista llevaba 14 años en el poder, había expulsado a todos los misioneros extranjeros en los años 50, pero aún no había llegado la Revolución Cultural, una ola de represión que empezó en 1966 y durante 10 años provocó la muerte de al menos 1,7 millones de personas y 4 millones de encarcelados o trabajadores forzados. 

A continuación se reproduce el texto íntegro extraído del libro.

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Llegué al hotel muy contento porque había callejeado con libertad y había conectado de alguna manera con el pueblo chino. A la mañana siguiente, a las 5.30 de la madrugada, me levanté y vi a lo lejos un edificio que me hizo suponer que era una antigua iglesia; consulté mi plano y vi que correspondía el sitio a la Iglesia del Sur, iglesia Non Tang, en el número 79 de la calle Sheng Cheng jie.

Un taxi, y pronto estuve en la puerta. Llamé al timbre y me abrió un hombre de unos cuarenta años, que me miró con extrañeza; yo no sabiendo qué hacer, me persigné en latín; él sonriendo me hizo entrar a través de un patio de árboles hasta la iglesia.


Un joven Miguel de la Quadra, reportero en los años 60

La fachada es de piedra gris clara, que está rematada por una cruz. El interior, como todas las iglesias del mundo, no denegan interés en la decoración.

Arrodillados en los bancos había cinco mujeres y tres hombres, casi todos ancianos, alguno de ellos tenía el rosario en la mano.

Presidía la iglesia una estatua de la Inmaculada, y, como si el tiempo volviera a atrás salió un sacerdote vestido con casulla, manípulo y estola, y poniéndose de espaldas a los fieles, empezó a decir misa en perfecto latín, con cierto acento italiano; era una misa preconciliar [anterior al Concilio Vaticano II]. Dio la comunión a cinco de los ocho asistentes y después del “ite misa est”, pude hablar con él.


Era un padre lazarista y hacía a las veces de obispo de la diócesis de Pekín. Yo, como no hablaba chino y esta vez no tenía intérprete, tuve que recurrir a mi latín de bachillerato y empecé una conversación que copio en mi bloc de notas con todas las faltas de ortografía latina:

-“Guale est numerus fidelium católici in tuta China?”  

Me contestó que tres millones.

-“¿Vestra eclesia est catolique, apostólique romana?”

Obispo:

-“Non ego sum católicum, apostólicum non romanun. Non reconoscemus autoritatem episcopum romanum et vaticanum” (no reconocemos la autoridad del Papa ni el Vaticano, pero somos católicos apostólicos).



-“Cum videtis futurum eclesiae vestre?” (¿Cómo veis el futuro de vuestra iglesia?)

Me contestó:

“Fiat voluntas Dei”.


El latín del obispo era bastante parecido al mío. No comprendía bien por qué no hablaba mejor y por qué durante la misa tenía que seguir tanto la lectura del misal.

No quiso contestarme a la pregunta de si había todavía obispos extranjeros en China y qué había sido de ellos.

Me explicó que aquel sitio había sido la residencia donde vivió y murió el famoso ex jesuíta Mateo Ricci. Fue la primera iglesia construida en Pekín y su primitivo nombre fue Tian Zhu Tang (Templo del Señor del Cielo) y tenía una capilla especial para mujeres, porque hasta pasados doscientos años, a principios de 1800, los sacerdotes no pudieron hacer que pasaran juntos a la misma capilla los hombres y las mujeres.



En 1861, la iglesia fue entregada a los padres lazaristas franceses, dedicada a la Inmaculada Concepción. Me explicó el obispo que el artículo 88 de la Constitución china hace que exista en esta nación libertad de culto, con la condición de que las comunidades religiosas cumplan las leyes del estado y no dependan de extranjeros.

Después de oír misa fui al hotel para, con las cámaras, dar vueltas por Pekín y recoger escenas humanas en las calles.

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La biografía sobre el explorador no detalla lo que pasó después con esta iglesia emblemática, pero tenemos fotos de cómo durante la Revolución Cultural tres años después, en 1966, todos sus ornamentos interiores fueron quemados y saqueados y sus estatuas e imágenes destruidas a golpe de martillo en la calle. Estas son las fotografías tomadas a la entrada de la Iglesia del Sur, popular por ser el santuario del gran explorador y misionero Mateo Ricci.

Anthony E. Clark, un investigador sobre ese periodo, explica en Catholic World Report que durante la Revolución Cultural las iglesias históricas de Pekín fueron vaciadas y confiscadas para usos diversos: la Iglesia del Norte se usó como escuela de grado medio, la del Sur (la que visitó el explorador español) se empleó como fábrica de procesamiento, y la Iglesia del Oeste fue un almacén para hierbas chinas tradicionales. 





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(En el siguiente vídeo Miguel de la Quadra-Salcedo cuenta a los presentes, entre otras cosas, cómo rescató el sagrario ubicado en el templo de la casa general de las hermanas Misioneras Dominicas del Rosario apresadas y martirizadas durante la guerra del Congo en 1964)