Salvador Sánchez Gasca, originario de León, (Guanajuato, México) llegó a Estados Unidos como tantos “a trabajar en construcción hace 15 años”, aunque “mi vocación la tuve desde niño”.

Cuenta que, si bien el deseo de entrar al seminario siempre estuvo, “nunca había visto la oportunidad de entrar”. Con confianza en el plan perfecto de Dios, añade que “Dios tiene un tiempo para todo y creo que fue el tiempo exacto para entrar al seminario y todo se dio paso por paso.

Este plan perfecto de Dios muchas veces se cumple después de que Sus hijos enfrenten muchos retos. Este fue el caso del diácono Salvador quien cuenta cómo la vocación a temprana edad fue nutrida por mujeres de fe, pero también amenazada por las dificultades económicas y las distracciones del mundo.


- No recuerdo la edad que tenía, pero aún no sabía leer. En mi casa tenemos un librito para niños y yo iba con mi abuelita y le decía: ‘¿me puedes leer mi librito? ¡Era la Biblia! Me encantaba escuchar a mi abuelita. Me contaba las historias bíblicas y le decía: ‘Cuando yo sea grande quiero ser sacerdote’. Se ponía muy contenta, pero como que nunca lo creyeron ni mi abuelita, ni mis padres, aunque yo siempre decía: “¡quiero ser sacerdote!”


- Decían que costaba mucho ser sacerdote. Mi familia era de muy bajos recursos. Era muy difícil… Soy el cuarto de siete hijos… sabían que iba a costar algo. Ellos tenían que proveer para nosotros y gastaban en éste se iba a desbalancear todo”, cuenta recordando el reto que enfrentan muchos que ven la pobreza como un impedimento: “La pobreza, yo creo que sí. En México sí…”


Aun así, Salvador se vio apoyado espiritualmente por una señora soltera que era la sacristana y vivía en la Iglesia, o sea, detrás de la pequeña capillita, dedicada a Dios todo el tiempo como Ana de Fanuel, la viuda que vemos en el segundo capítulo de Lucas 2 quien vivía noche y día en el templo escuchando y proclamando la palabra de Dios. “Ella me influyó mucho también”, cuenta.

“Usaba un pañuelito como si fuera monjita y se encargaba de todo lo religioso del pueblo. Tenía su casita detrás. Ella luchó incansablemente para que se construyera la capilla – por conseguir el terreno, el material, todo. La llamábamos Tía Ramona”, relata con el. “Influyó muchísimo en mí. Me enseñó a rezar; me enseñó a cantar; me contaba historias hermosísimas cuando se iba a retiros; nos enseñaba a respetar a Jesús en el Sagrario y a rezar frente a él; y ella me daba la oportunidad de estar en el templo. Ella me preguntaba: ‘¿Cuándo vas a entrar al seminario? ¿Cuándo te vas a ir?’ Yo le decía: “Cuando termine la primaria”. ‘¡Qué bueno! Yo voy a estar rezando’, me decía. Pero nunca se me dio entrar al seminario…”, dice con cierta tristeza al recordar los retos que enfrentó.


Estando en la secundaria en México vio que su familia estaba en una gran necesidad porque su hermana había enviudado a los 21 años con un bebé, “una boca más en mi familia” y vieron la necesidad de trabajar sus hermanas y él. “Tenía 16 años cuando empecé a trabajar allá”, dice, “y cuando cumplí 17 ya no soportaba la situación en mi casa… Era difícil – la situación económica, los problemas, la relación con mi papá, con mi mamá también, con mis hermanos… la misma pobreza. No encontrar salida a los problemas hace que se vengan más y más problemas”, dice con la certeza del que lo ha vivido.

“Eran muchas trabas. No había posibilidad de hacer algún negocio, de hacer algo nuevo, nada. Simplemente seguir el mismo estilo de vida, vamos a vivir pobres y a ser pobres toda la vida. Me cansó esa situación”. La necesidad económica y dificultades lo motivaron a venir a trabajar a los Estados Unidos.


Comparte que nunca fue rebelde, “fui muy soñador: quería hacer algo de mí”. Pero al llegar aquí encontró otra realidad que mataba sus sueños “porque era trabajo, casa, trabajo… No había nada más”. La alegría se empezó a ir y en cinco años se acabó.

Empezó a preguntarse: “¿Qué voy a hacer de mi vida? No quiero morir como un simple trabajador de construcción. Estaba cansado, no podía mover bien mis manos ya porque eran cinco años de trabajo pesado; y los patrones son súper-exigentes. Siempre nos gritaban y humillaban –¡y eran mexicanos!” Cuenta que tomó una decisión: “Quiero cambiar mi vida, quiero hacer algo de mi vida”. Pero nunca se imaginó que regresaría este llamado al sacerdocio, por tanto, cuando regresó “¡lo tomé y no lo dejé!”, dice con palpable alegría.

En EEUU no siempre iba a Misa y cuando iba “no comulgaba porque no me confesaba porque sentía que “no tenía esa cercanía en la Iglesia,”. Cuando empezó a ir a la Iglesia se dio cuenta que entre tantos hispanos “había muchas más personas que pastores y pocos pastores que te pudieran entender”, especialmente en el Sacramento de la Confesión y en consultas personales.

Eso despertó nuevamente el llamado que Cristo le hiciera de niño. El deseo de servir dar un paso y formarse para ser sacerdote. También lo motivó su situación personal: “después de estar cinco años trabajando, tenía dinero, vivía bien, pero sentía un vacío muy grande. No iba a ningún lado”.


El Diácono Salvador cuenta que un día fue a un retiro “genial” con el grupo de jóvenes adultos de la parroquia Queen of Peace y algo cambió ahí: “Ahora estaba decidido a hacer lo que fuera: no sabía que iba a pasar; a lo máximo aspiraba ser Ministro Extraordinario de la Santa Eucaristía – pues eso era algo grande para mí. Pero un día un seminarista estaba ahí y me dijo: ¿Quieres entrar al seminario? , fue mi respuesta inmediata”.

El seminarista le buscó una entrevista con el padre Jorge Rodríguez y lo aceptaron en el seminario. Siendo seminarista de la Arquidiócesis de Denver, cursó estudios en Texcoco y Morelia antes de regresarse a Denver en su tercer año de filosofía donde también estudió inglés ya que “no entendía mucho inglés – y eso que ya había estado aquí antes – porque vivía con latinos y trabajaba con latinos”, una realidad que muchos inmigrantes sufren.

Sus estudios avanzaron y fue ordenado al diaconado transitorio. Durante sus años en el seminario teológico Saint John Vianney, el diácono sirvió en el Samaritan House y en la parroquia Christ the King, ayudando como maestro de Primera Comunión y enseñando a los acólitos y sirviendo en las Misas como diácono y bautizando de vez en cuando; al igual en la parroquia Saint Anthony of Padua desde agosto pasado: “Me toca de todo: tengo la clase de Confirmación, el grupo de Adoración Nocturna, el grupo del Movimiento Familiar Cristiano, sirvo en todas las Misas, bautizo cada ocho días a dos o tres niños, hago bendiciones de casas y acompaño al Padre a ungir a los enfermos”.

Comentando sobre el contacto entre futuro sacerdote y su grey, dice: “Creo que el seminarista y la parroquia deberían estar más en contacto: una parroquia que adoptara, que invitara al seminarista para que tuviera contacto con la parroquia y viviera la realidad”.


Al preguntarle cuál de estas experiencias le ha preparado mejor para el sacerdocio, responde con candidez: “Todo lo que he aprendido de mi párroco me ha ayudado muchísimo. El Padre Mark Kovacik, V.F. me ha enseñado a trabajar mucho, a tratar a la gente con caridad, a ver cómo puedes ayudar. Él está disponible para confesiones 24 horas”, dice Salvador con gran admiración. “La gente llega antes de Misa y dice, ‘¿me pueden confesar?’ Y él dice, ‘¡Claro!’ Dedican horas y horas a confesar”, un ejemplo que ciertamente marcará su ministerio sacerdotal.

Y los buenos ejemplos de sacerdotes trabajadores y santos los tienen desde sus días en México: “Cuando estaba en México”, cuenta, “la primera vez que serví de monaguillo (altar server) – tenía nueve o diez años – mi párroco me llevó una vez a llevar la Comunión y a darle la Unción y acompañar a un enfermo que estaba muy mal. Fui con él y ver con cuanto cariño trató al enfermo. El sacerdote era muy duro en general, pero al ver la compasión de él para los enfermos me cambió completamente el punto de vista que tenía de él; me encantó esa parte de él y yo decía a esa edad que quería ser como porque ya lo tenía en mi mente y corazón: un sacerdote del pueblo y para el pueblo. Un sacerdote enamorado – enamorado de la Iglesia, mi Esposa”, dice con la emoción y convicción, ya no de un niño de 10 años, sino de un hombre maduro de 33años de edad.

“No quiero ser un súper-teólogo ni un filósofo ni famosísimo ni nada: un sacerdote enamorado… eso es lo que quiero a final de cuentas”. Que así sea.

La mamá y el papá del futuro sacerdote Salvador Sánchez Gasca “están muy contentos” y vienen a su ordenación junto con la hermana que vive aquí. Una vez ordenado servirá en la parroquia Our Lady of Peace (Nuestra Señora de la Paz) en Greely. Su primera Misa la celebrará en Christ the King el mismo 14 de mayo a las 4:30 p.m. en inglés y su segunda Misa será en Saint Anthony of Padua el domingo 15 de mayo a las 2:30 p.m. en español.