Gabriela era un ejemplo de lo que ha pasado en España en las últimas décadas con millones de católicos. Creció en una familia cristiana, e incluso se casó por la Iglesia y ha llevado a sus hijas a un colegio católico. Sin embargo, su vida pasaba como si Dios no existiese. Era una cristiana cultural que creía en Dios como una idea, pero que vivía alejada completamente de los sacramentos y de una vida de fe.

En una testimonio que publica Jóvenes Católicos, esta madre de familia habla de la impresionante conversión que experimentó y que vino propiciada por la preparación para la comunión de su primera hija. Este hecho la puso frente a un espejo en el que vio reflejada su incoherencia. Y a partir de ahí Dios entró en su vida con una potencia impresionante.

A los 13 años abandoné todo lo que me habían enseñado en casa y en el cole. Aparqué a Dios por pura comodidad. Yo ante todo lo que requería un esfuerzo me iba por el camino fácil, que para mí era hacer lo que me diera la gana y divertirme. Y pensaba que ser cristiana era un rollo. Decidí dejar a Dios como una idea y vivir mi vida”, relata Gabriela.

A los 23 años se casó por la Iglesia, pero ella misma confiesa que entre los 13 y los 30 años sólo pisó la Iglesia para casarse y bautizar a sus hijas. Pero fue a los 30 cuando se produjo un hecho que supuso un cambio total en su vida.

Su hija Cloe, la mayor de las tres que tiene, se empezaba a preparar para la Comunión. “Por primer vez empecé a ver mi incoherencia”, reconoce Gabriela.

En ese momento asegura que pensó: “Gabriela, te has casado por la Iglesia, has bautizado a tus hijas, has elegido un colegio cristiano, pero para que quieres que tomen la Comunión si realmente no vas a misa, no practicas”.

Ella seguía en su idea de la existencia de un Dios, pero lejano, abstracto y ajeno completamente a su vida.

Pese a todo, su corazón ya estaba inquieto ante lo que había experimentado con su hija.  Poco antes de la Semana Santa de 2010 recuerda estar sentada en su sofá sin hacer nada dedicándose a “vivir la vida”. Y si un libro no podía cambiar su vida, Dios se lo puso fácil porque se le presentó a través de la televisión.

“Dios preparó ese momento para mí. Estaba sola, encendí la tele y ahí estaba La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Yo miré al cielo, y pensé: ‘será que la tengo que ver’. Vi la película y por primera vez en la vida Cristo me abrió los ojos y me habló al corazón”,

Al ver al Señor camino del Calvario sintió unas punzadas en su interior. “Gabriela, si siempre has creído en Dios, Cristo ha pasado todo esto y me decía ‘te quiero, te regalo la vida eterna’…”, pensó esta mujer en aquel momento.

Ese encuentro con Cristo a través de esta película “empezó a estallar en mi corazón”. “De repente, mi vida cambió ese día. A los tres días, en el Domingo de Ramos, me confesé, era una explosión de alegría en el corazón y no podía dejar de llorar, de sentir que todos estos años que había pasado sin Él no importaban, que Él me esperaba”.

Pero llevaba tantos años alejada de la Iglesia que en realidad no sabía qué hacer para mantener ese fuego encendido. La lógica llevó a Gabriela a empezar a ir a misa los domingos.  Y con el paso de las semanas corrió el riesgo de considerarse ya “una cristiana hecha y derecha”. En su interior se decía: “estoy casada, ya voy a misa, no robo, no mato…”.

Pero de nuevo Dios se sirvió de la televisión para que extrajera otra lección. Veía con su madre una telenovela cuyos protagonistas eran musulmanes. “A mí me llamaba la atención cómo vivían con tanta coherencia su fe y cómo rezaban cinco veces, y me creó envidia”, relata.

Entonces recordó que su madre nunca había perdido la esperanza en que volviera a la Iglesia y siempre le había ido regalando evangelios, estampitas, libros… objetos que guardaba sin más en una caja en el armario.

Buscó aquellos recuerdos depositados allí durante años sin que nunca los hubiera mirado y de repente se fijó en un Evangelio. En vez de empezar por el principio lo hizo por el final donde aparecían oraciones y consejos para la vida cristiana. Y fue ahí donde su inquietud quedó respondida, pues halló la “Jornada del buen cristiano”. Gabriela asegura que “estaba como loca de contenta dando gracias al Señor que es bueno y nos responde”.

Ya tenía un plan para seguir: ofrecer por la mañana el día, rezar el Ángelus, bendecir la mesa… Eran “pequeños detalles” –agrega ella- pero que le llenaban de “muchísima alegría”.

“Entonces empecé a leer el Evangelio desde el principio. Ahí te das cuenta cómo el Señor habla, cómo se comporta y te enamoras de Él, porque es imposible no enamorarse”, cuenta emocionada.

Ya con las armas de la misa dominical, el Evangelio y su jornada diaria, Gabriela fue invitada por su madre a ir a una peregrinación al santuario mariano de Torreciudad. Allí se enamoró de la Virgen, y como no podía ser de otro modo con esta mujer, Dios volvió a realizarle un nuevo regalo a través de la pantalla.

En el autobús de vuelta de la peregrinación les pusieron una película de Eduardo Verástegui, y su madre le informó del gran testimonio del actor mexicano. Fue así como Gabriela descubrió el Santo Rosario, tan difundido por el artista. “La virgen se valió de este guapetón que rezaba el rosario diario, y así empecé yo también”, explica ella.

El siguiente paso en su camino de fe la llevó a la Adoración Perpetua. Iba de regalo en regalo. “Estamos en una época con mucha oscuridad, pena, tristeza… Pero tenemos la suerte y la gracia de tener a la virgen que nos consuela, pero lo que quiero decir es que no hace falta lo extraordinario, tenemos cualquier capilla de Adoración, cualquier Santísimo… son el cielo en la tierra”, exhorta esta mujer.

Tras años enamorada de Dios y de la Iglesia, Gabriela asegura que “Nuestro señor y la Virgen cuentan con nosotros para empezar una revolución de amor”. Y prosigue así: “entre tanta guerra, sufrimiento, odio… tenemos que ser testimonio y portadores de su luz, de su amor. Tenemos que llenar el corazón, dejar de vivir una fe de cumplimiento, exterior, vacía, una fe social y vivir una fe desde el corazón. Si el corazón no late no hay vida. Si la fe no se vive desde el corazón es una fue muerta”.