Ella tiene un rostro radiante, enmarcado por una cabellera rubia y larga, sujeta detrás de las orejas en las que brillan unos pendientes de perlas. La piel rosa y roja, más que joven parece no tener edad. Silvia no deja de sonreir mientras mira emocionada a quien tiene delante, como si estuviera impaciente por ofrecer lo que la da ese aspecto tan radiante después de haber cuidado de su marido Ugo, enfermo de ELA, durante seis años y que el 31 de diciembre de 2015 volvió a la casa del Padre mientras en las iglesias de medio mundo se rezaba el Te Deum para dar las gracias a Dios junto a ella.

Pero, ¿por qué gracias?

"O estás loca o Dios existe y lo puede todo": esta es la alternativa ante la cual Silvia y Ugo han puesto y siguen poniendo a quienes les conocen. Silvia habla en plural y en presente "porque mi marido está aquí, de otra manera, pero está. Si no fuera así, no podría creer que cada día el Pan se convierte en el cuerpo de Cristo".

Silvia hace la premisa de que su historia es una historia de gran preferencia, donde la preferencia no está vinculada a las circunstancias sino al Señor que las visita: "Mi vida ha estado marcada por este encuentro con mi marido que ha cambiado todo de manera inesperada, inesperada pero maravillosa".


Firme mujer de fe sólida, nativa de Chioggia (ciudad situada en la provincia de Venecia, ndt), Silvia se casa con el milanés Ugo en 2005 después de haber entendido que "Dios nos había destinado el uno para la otra, desde la noche de los tiempos, para hacernos santos". Se conocen en Parma durante un breve viaje con amigos comunes. "A primera vista no hubiera dado un centavo por él: me parecía un hombre solitario y cerrado y pensé que tenía que ayudarle a hacer amistades".

En realidad Ugo sabe muy bien lo que quiere y le pide el número de teléfono: "Después supe que se lo había pedido también a otra chica, pero al final me llamó a mí porque usábamos la misma compañía telefónica y la llamada le costaba menos". Silvia se rie de lo que define la voluntad de Dios, "que se desarrolla también en pequeños detalles".

Empiezan a llamarse y aunque Silvia estaba pensando en otros caminos, una tarde, mientras está hablando con Ugo por teléfono, comprende que están llamados a estar juntos para siempre.

"Ugo quería casarse enseguida, pero yo lo rechacé". Frente al no él no se inmutó: "Tú eres la mujer con la que tengo que casarme; no importa, te esperaré". Un año después, en mayo de 2005, se casan por la Iglesia. "Ese día no estaba en absoluto nerviosa; era totalmente consciente del paso que estaba dando. Pronunciamos los votos matrimoniales con conciencia: pensé que ni siquiera la pobreza sería una objeción, porque Dios existe y es bueno".

Silvia lo presiente y, proféticamente, durante la celebración canta lo que después se convertirá en carne:

"Ahora sé que su amor es grande,
que Él me amará y me amará para siempre
y sé que Él será fiel
y que me seguirá en cada camino que yo tome,
que yo tome.
Y la luz de mis pasos será mi Señor.
Él me asegura que fatiga y dolor no existen
sin una, sin una esperanza.
Por esto yo le sigo y Él es mi Señor".




Aproximadamente dos años después nace Riccardo: "Era el 11 de febrero, aniversario de las apariciones de Lourdes, como confirmando una preferencia y una responsabilidad".

La vida sigue normalmente: "Pensamos en comprar una casa más grande y pedir una hipoteca a pesar de que no teníamos mucho dinero".

Poco antes de trasladarse, junto a la noticia del segundo embarazo, llega la de la enfermedad: "Atribuía el cansancio de mi marido al estrés del trabajo, pero el neurólogo fue tajante: "Seguramente tiene la ELA. No haga proyectos a largo plazo porque le quedan como máximo cinco años y si quiere participar en una carrera, hágalo ya, porque dentro de poco no podrá correr".

Sin embargo, ante la sentencia Ugo está tranquilo: "Ya se había autodiagnosticado y ante la perspectiva de la enfermedad se había desmayado en el trabajo. Pero después elegimos confiar y afrontar la situación día a día".

El periodo más duro es el inicial: en septiembre de 2009 nace Letizia y el 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, Ugo ingresa en el hospital por insuficiencia respiratoria. "Salió del hospital un mes más tarde, en silla de ruedas".


Silvia, después de haber pasado treinta días entre el hospital, el jardín de infancia de Riccardo y su casa, donde amamanta a Letizia, se encuentra de repente sola con dos niños y un marido necesitados de todo: "Recuerdo muy bien una noche en la que Riccardo lloraba entre mis brazos, Letizia gritaba por el hambre y Ugo tenía que ir al baño. Fue desconsolador pero importantísimo para entender que nosotros, solos, podemos incluso dar la vida pero no podemos hacer nada".



Silvia tiene aspecto dócil pero es muy fuerte y se entiende el porqué: "He aprendido la humildad, es decir, a pedir todo, mirando a mi marido y el esfuerzo enorme que hacía, dado su carácter, para pedir ayuda para cada cosa. Había que vestirle, acostarle, lavarle: parece inhumano pero no lo es, porque todos necesitamos todo aunque creamos lo contrario".

Ella, que se define testaruda, está convencida de que para estar en pie le sirvió "reconocer que no podía nada si no me apoyaba totalmente en Quien todo lo puede: una vez entendido y aceptado esto, nuestra vida se llenó de maravillas".


Silvia explica qué significa concretamente apoyarse totalmente en Dios: "Pedí y toda la comunidad parroquial respondió: el momento más difícil de la jornada era a partir de las 18. El cuidador se iba y yo tenía tres personas a las que tenía que alimentar, lavar y acostar". Así, cada tarde de dos a cuatro personas entraban en su casa para cocinar: "Tiramos las llaves de casa y yo estaba maravillada de esta disponibilidad, descubriendo que los que nos ayudaban lo hacían por egoísmo: nos explicaban la esperanza que recibían".

Muchos jóvenes van a aprender a vivir y a amar en casa de Ugo y Silvia, "pero el apoyo más importante era ese misterioso, que no puedo identificar con unos rostros concretos, pero que pasaba por todos los que se unían a la cadena de oración, por lo que sabíamos que teníamos por lo menos un rosario al día sólo para nosotros: no puedo explicar de otro modo el milagro de la alegría con la que afrontábamos una cotidianidad tan dura".

En 2011 Ugo tiene una crisis y debe elegir entre dejarse morir o aceptar la ventilación y la alimentación asistidas: "Quería vivir, por lo que nos encontramos en casa con nuevas maquinas que había que gestionar. Acompañados afrontamos también esto".


Para explicar la tenacidad de su familia, Silvia elige un episodio: "En marzo de 2015 iba a tener lugar el encuentro de Comunión y Liberación en Roma con el Pontífice. Le pregunté a Ugo si quería ir, me dijo que sí, pero ya no quedaban hoteles adaptados para alojarnos. Intenté otro tipo de alojamiento, pensando que si también allí nos rechazaban significaba que teníamos que quedarnos en casa.

En cambio, el director cogió el teléfono y me dijo: "No permitiré que por un problema técnico usted se tenga que quedar en casa. Tienen que venir al encuentro con el Papa".

Dos días antes de la audiencia los dos esposos emprenden el viaje en una camioneta, junto a sus hijos y dos amigos: "Fue literalmente un regalo tras otro de Dios, que se mostraba a nosotros de nuevo a través del rostro de nuestros amigos. Mi familia y yo fuimos investidos de nuevo por Su preferencia".

Efectivamente, no fueron sólo Silvia y Ugo los que recibieron "todo a cambio de pequeños y enormes "síes", que para Dios que no mide son idénticos", sino también sus hijos: "En casa el padre es mi marido, no le he sustituido. Él era la autoridad, a él le pedían el permiso para todo".

Riccardo ha cogido de él su fuerza y de su madre la esperanza que, el día del funeral, le hizo decir a una amiga que no se preocupase por el retraso, porque "hoy festejamos a mi padre, por lo que nos ha guardado el sitio en primera fila".

Unos meses antes de morir, para celebrar los diez años de su matrimonio, Silvia y Ugo eligen renovar las promesas matrimoniales. "Que Ugo me haya dicho ´sí´ de nuevo me ha conmovido porque me amaba a pesar de mis muchos errores. Habíamos alcanzado un nivel de amor y de donación que deseo para cada esposo".

Hay una posibilidad de anulación de sí mismo total, según Silvia, "que lleva incluso a no necesitar ni siquiera una mirada para entenderse: nos convertimos en una sola cosa. Recuerdo cuando mi marido ya no podía ni siquiera mover los ojos para comunicar con la pizarra electrónica. Estaba en la cocina y resoplé: "Vale, sí, lo he entendido Ugo, un momento". Mi madre me miró desconcertada. Ugo no había hecho ningún ademán, pero yo había entendido que me necesitaba".


Las complicaciones peores, predichas por los médicos, y que habrían podido durar todos los años de la enfermedad, llegaron a partir del 25 de diciembre: "El 30 el médico me dijo claramente que llamase a los amigos que quería saludar, confesándome que raramente había visto una tenacidad similar. Y la tenacidad estuvo también en el sí a la muerte".

El 31 de diciembre, en el hospital, hay una peregrinación continua: "La gente se iba consolada. Y cuando Ugo expiró pensé: todo se ha cumplido, es decir, todo lo que teníamos que hacer juntos en esta etapa sobre la tierra ha sido hecho".

Silvia, cuyos rasgos están cada vez más transfigurados, explica: "Me siento una privilegiada, porque me he sentido como la Virgen cuando lleva a Cristo hasta la Cruz con dolor, pero también con esperanza".

¿Y ahora? "Con Ugo presente, aunque de manera distinta, y apoyándome a la compañía de Dios sólo tengo que seguir diciendo sí a lo que se me pide desde que me levanto de la cama, en el trabajo, ocupándome de mis hijos, sabiendo que es así como el Señor me salva a mí y al mundo. No tengo miedo".

Porque como ha vuelto a cantar Silvia en el funeral, donde alguno ha pensado que era una novia:

"Ahora sé que su amor es grande, 
que Él me amará y me amará para siempre
y sé que Él será fiel 
y que me seguirá en cada camino que yo tome, 
que yo tome. 
Y la luz de mis pasos será mi Señor. 
Él me asegura que fatiga y dolor no existen 
sin una, sin una esperanza. 
Por esto yo le sigo y Él es mi Señor".


(Traducción del original italiano en La Nuova Bussola Quotidiana por Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)