La Hermana Mª Brunilda de la Santísima Trinidad es carmelita en el convento de las Maravillas en Madrid. Cuenta su historia de vocación, que incluye un periodo de alejamiento de la fe y años de afinar en su discernimiento. Este es su testimonio en primera persona.

A los 17 años vivía yo en Puerto Rico, pues mi familia es de allí, aunque yo nací en La Coruña. A esta edad fue cuando tuve una fuerte experiencia de Dios que cambió mi vida. Antes yo creía en Él, pero no le conocía. Ocurrió en una Pascua juvenil, cuando estaba rodeada de jóvenes que cantábamos juntos.

Es algo que no se puede describir. Sólo puedo decir que sentí que Dios pasaba por mi alma y me decía “TE AMO”.

A partir de entonces, Dios pasó a ser el primero en mi vida. Este se podría decir que fue “el primer paso”, pues no sentí la vocación a la vida contemplativa entonces.

Me interesé mucho por la lectura espiritual y acudía asiduamente a la iglesia. María, nuestra Madre fue quien me ayudó a dar los primeros pasos. Sentí fuertemente su amor y su cercanía. Deseaba ser su esclava y sabía que entregándome a Ella me entregaba y agradaba a Jesús.


Poco tiempo después, vine a vivir a España y entonces sentí la llamada a entregarme más radicalmente al Señor. Ante su Amor mi alma deseaba entregarse sin reservas.

En nuestro tiempo muchas personas se resisten a la llamada de Dios. En mí no fue así, en un primer momento. Yo quería entregarme, concretamente en las misiones. Pero mi juventud y mi carácter impulsivo no me daban la razonable prudencia, y esto lo veían las religiosas con las que llegué a hablar, que me animaban a sopesar más mis motivaciones.


Entonces apareció un rival, un chico del que me enamoré y dejé a un lado ese Amor fiel que me quería totalmente para él, para entregarme a uno vano y muy limitado. No podía resistirme a tener experiencias nuevas para mí, como la de tener un novio. Este chico no era creyente y me alejé de Dios.

En esta situación mi alma no tenía paz ni libertad y vivía esclava de mis pasiones, aunque seguía añorando ese Amor único y eterno de Dios al que sentía que traicionaba.

Después de pasar tiempo en aquella situación, mi añoranza de Dios tomó formas concretas. Empecé de nuevo a asistir a la Eucaristía y a confesarme. Decidí ponerlo todo en manos de Dios sabiendo que Él actuaría. Y así fue.

Dios quitó ese falso amor que obstaculizaba nuestra unión, Después de un dolor que purificó mi alma, volvió la paz a mi vida por la amistad con Dios.

Entonces me di cuenta de que toda mi vida debía ordenarla cara a Dios, incluyendo las amistades que encontré en la parroquia. Esta amistad nos hacía no sólo compartir las sanas diversiones, sino también la fe.

En el mundo de hoy es muy importante para los cristianos estar unidos, formando comunidad y mantener viva nuestra fe; pues hoy más que nunca, los valores del mundo no son los valores de Dios.


Fui descubriendo que deseaba entregarme en una vida más íntima y escondida. Quería entregarme en una vida de oración oculta y dedicarme exclusivamente a Él. Y pensé en la vida contemplativa.

Fue entonces cuando descubrí el Carmelo y conocí a las Monjas Carmelitas. Después de unos meses en los que nos fuimos conociendo, pude entrar a hacer una experiencia de varios días. A través de luces y sombras fui descubriendo que ésa era la vida a la que Dios me llamaba y unos meses más tarde entré definitivamente en este Monasterio de Nuestra Señora de las Maravillas de Madrid.



La vida de la carmelita es una vida consagrada a la oración y viviendo en clausura descubrimos la libertad que da el poder vivir dedicadas exclusivamente a la alabanza divina, en esa continua presencia amorosa tan deseada, que es la del Dios Vivo. Como dijo Juan Pablo II, no debemos tener miedo de darnos a Jesucristo: Él no quita nada sino que lo da todo.