Los hay que creen, y también los hay que no creen en nada más que en sí mismos. “Deseo que la Providencia vele por Francia”, declaró Valéry Giscard d’Estaing al salir. Se habla todavía, especialmente en la izquierda, de la frase de François Miterrand: “Creo en las fuerzas del espíritu y no os las quitaré”.
 

A veces, como en todo hombre, hay tras el rostro público de estos políticos que nos gobiernan algo más profundo, más íntimo. ¿Una fe? A veces sí. Todo depende del inquilino del Elíseo. A este tema espinoso y poco abordado, la fe de los presidentes de la V República Francesa, Marc Tronchot ha decidido dedicar su último libro, Les présidents face à Dieu (Calmann Lévy) [Los presidentes ante Dios, n.d.t.]


Entrevistado recientemente en Europa 1, el autor se ha prestado al juego de esbozar un perfil rápido de la fe de los presidentes de la muy laica república francesa.

¿De Gaulle? Creyente, evidentemente, pero con tendencia a dar al César y a Dios lo que les pertenecen. “El general De Gaulle comulgaba en viaje oficial –confía el autor- por solidaridad con las comunidades cristianas minoritarias o subyugadas: Polonia, Rusia, Turquía. Es un signo, un mensaje”.

“Pero en 1962, con Konrad Adenauer, no comulgó en la misa de la reconciliación franco-alemana en la catedral de Reims, cuando Adenauer lo hizo”, añade.


¿Y el actual presidente de Francia? “Se podrían encontrar ciertamente fotos de François Hollande como monaguillo, pero la distancia que ha tomado respecto a la religión es una elección que ha hecho en su alma y conciencia”.


Las convicciones religiosas de Miterrand son difíciles de discernir, cuando nunca han desaparecido sino que han resurgido durante la enfermedad que le afectó.

“Hay que haber escalado la roca de Solutré con François Miterrand y decirse que al día siguiente de cada lunes de Pentecostés él iba a la comunidad de Taizé. También Miterrand y el exseminarista Léotard hablaban de cosas profundas cuando tenían oportunidad”.


Pero algunas revelaciones de esta obra os sorprenderán: “Miterrand era en primer lugar un buscador, y él iba a buscar muy lejos. Yo no me esperaba terminar su capítulo en brazos de santa Teresa de Lisieux”, explica.

“Había pedido un servicio a Jean Guitton, un amigo al que consultaba desde hacía mucho tiempo: hizo desviar varias horas el vehículo que llevaba de Lyon a Lisieux el relicario de santa Teresa”, continúa.
 
“Y François Miterrand descendió y entró en el vehículo para tocar el relicario de santa Teresa, la santa del pasaje, que dijo que todo va a continuar. Eso tranquilizó a Miterrand, quien, como todos los políticos, tenía miedo de que no hubiera nada después, algo muy humano”.


La obra de Marc Tronchot también desvela la faceta creyente de Georges Pompidou, y su “particular enfoque espiritual”.

“Nació entre Jaurès y murió con cantos gregorianos. Se casó con una mujer educada entre las ursulinas, y la religión va a volver con la familia, los hijos, los niños pequeños, sin haber tenido nunca este lado creyente”, explica.

Él tiene una opinión sobre la iglesia, demasiado o no lo bastante moderna, le gusta el latín para el oficio pero encuentra el ritual pasado de moda”, continúa el escritor.

“La relación con la religión es en el fondo una revelación que Malraux, agnóstico, le va a permitir”. Su misa funeral se celebró en latín, siguiendo las voluntades expresadas en su testamento. Pero se descubre, en este libro investigación, que la cruz que adorna su tumba es en realidad una iniciativa de su hijo.