Concede muy pocas entrevistas. No le gustan. Si por él fuera retrotraería su reloj a las cinco de la tarde del 17 de enero de 1996, antes de su secuestro.


– Eso no se olvida. Fueron muchas tribulaciones, muchas peleas... incluso con Dios; pero ¿qué me estás haciendo?, dame una salida, sea la muerte, sea la calle, pero llevo aquí un año y pico, no me dejas ninguna... No me obligues a hacerlo yo. Porque llegué a la situación del suicidio.


– Cuando salí de allí era una especie de personalidad esquizoide. Por un lado era Ortega Lara, el de los medios de comunicación al que yo odiaba. Pero por otro era José Antonio, el que estaba en su casa, sentado en el sofá, con su mujer, con su familia. Me costó muchísimo tiempo asumir que ambas personalidades eran una misma. Si antes había sido dueño de mi vida, a partir de ese momento muchos aspectos estaban saliendo al exterior y yo no podía controlarlos. Tenía que asumir eso.


–Seis meses. La primera vez que tuve que hablar de esto me costó horrores. Todavía me queda alguna secuela; por ejemplo, no puedo dormir con la persiana totalmente cerrada. Tiene que estar un trozo abierta, que vea luz. No soy claustrofóbico. Pero es indefectible, me vuelve la sensación de las medidas... cuatro pasos adelante, dos a la derecha, dos a la izquierda y cuatro hacia atrás.


– Fui yo. No quería protagonismo. Me encantaba mi vida anterior. Hay cosas ahora que no me gustan, pero he retomado el tren de la vida. Creo que me he reintegrado a la sociedad bastante bien, pero en el alma llevo cicatrices y profundas.


- Perdonar es lo que más me costó después de muchos años. Si vives odiando al final eso es un veneno que se transmite a tu propia familia. El día que yo conseguí perdonar me liberé de una pesada losa. Vivo más tranquilo desde entonces. No olvido, es distinto. Además, perdonar es una obligación de cristiano y católico. Soy más feliz.


– Más de diez años.


– Muchísimo. Los tres pilares básicos de mi supervivencia en el secuestroo fueron la familia, las creencias religiosas –rezar mucho–, y el método; es decir, aunque tuviera el cuerpo destrozado, como decía el poeta, «el alma en una nube y el cuerpo como un lamento», yo todos los días me levantaba, me aseaba, hacía estiramientos, leía, paseaba... Hubo dos cosas que jamás abandoné, hasta el último día, incluso cuando ya estaba en una situación terminal: la higiene personal y la oración.


– Fue una de las razones. También, que no me gustaba la deriva que estaba tomando España. La unidad y el sentimiento nacional es algo que llevo muy dentro. Me preocupa, no por nosotros, que tenemos casi 60 años, sino por lo que vamos a dejar a los hijos. Si unidos tenemos problemas para ser importantes en las instituciones europeas y mundiales, separados no vamos a ser nada.


– Sí, mucho. Me preocupa ese sentimiento de guerracivilismo que se aprecia en ciertos sectores de la izquierda. Lo que decía Machado, una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Eso, que parecía superado se vuelve a revivir en las nuevas generaciones que, por cierto, no han conocido la guerra ni de lejos; ni ellos ni sus padres.


– Mucho menos que antes. Ahora, por ejemplo, en el AVE, al venir para Sevilla, tres personas me han saludado. Me encuentro de todo; hay un pequeño porcentaje que me insulta.


– Facha, ¡viva ETA! Pero la mayor parte se alegra de que esté vivo.


– ETA ha conseguido después de declarar la tregua muchísimo más que matando. Están en las instituciones públicas, donde disponen de dinero, poder... A cambio no se les ha obligado a renunciar a las armas, ni disolverse, ni a colaborar con la Justicia. La verdad es que hemos hecho un mal negocio. Además, los terroristas se reservan el derecho a volver si algún día no se les da lo que piden. Se ha trabajado francamente mal. Me da pena esta situación. El día que ETA cumpla con las condiciones anteriores yo seré el primero en decir que el Estado sea generoso con los presos para que vuelvan a la sociedad.