Gemma tenía 25 años, estaba embarazada y tenía dos hijos pequeños. En un instante su vida cambió. Como cada mañana despidió a su marido en casa antes de que se fuera a trabajar, pero ya no regresó. En la calle le esperaban dos terroristas de extrema izquierda de Lotta Continua que le dispararon varias veces por la espalda. Era el 17 de mayo de 1972 y así fue asesinado en Milán el conocido comisario de policía Luigi Calabresi. Su caso es muy conocido en Italia y ha llenado durante décadas numerosas páginas de los periódicos.

Su viuda quedó sola y desamparada con una situación familiar crítica, con dos niños pequeños y uno en camino. Cayó en un pozo oscuro del que sólo logró salir gracias a la ayuda de Dios.

Gemma Calabresi, profesora de Religión jubilada de 76 años, ha contado esta historia de dolor y sanación en el libro La crepa e la luce (Mondadori).

“Recuerdo el momento en que escuché por primera vez que Dios venía a mí: acababa de enterarme de la muerte de Gigi por don Sandro, el cura que nos casó. Me hundí en el sofá, nada ya tenía sentido, los objetos comprados junto con mi esposo, los muebles... entonces de repente vino una extraña paz interior, como si viera y escuchara todo lo que pasaba de lejos y sintiera que estaba acompañada”, relata en una entrevista con el semanario Credere.

El entierro de Luigi Calabresi fue multitudinario.

Esta mujer prosigue su relato afirmando que sintió una “sensación de fuerza absurda en ese momento”, y agrega que en aquel momento hizo algo inexplicable si no es a la luz de la fe: “incluso le pedí a Don Sandro que recitara un Avemaría por la familia del asesino. No vino de mí, lo sé con certeza: fue la presencia de Dios”.

Según ella, fue ahí donde recibió el “don de la fe”. Según cuenta, sus padres eran personas creyentes, ella era una de sus siete hijos y había sido educada en el catolicismo. “Yo era religiosa, pero por costumbre y para complacer a mis padres. Iba a misa, y con convicción, pero era una fe que aún no percibía como mía”.

Pero a partir del brutal asesinato de su marido la fe estuvo presente –asegura- en cada momento de su día día.

Evidentemente, la viuda de Luigi Calabresi recalca que la fe que no quita el dolor de la muerte y de la pérdida, pero sí “lo llena de significado” y, sobre todo, de “esperanza”.

He tenido muchos años oscuros, de tristeza y lágrimas: para animarme, pensé en esa experiencia maravillosa”, confiesa, pero aún así admite que “estaba lejos del perdón: casi me parecía que le estaba haciendo un mal a mi marido”.

Su madre fue una ayuda inestimable en este punto. Fue quien le sugirió la frase que apareció en la esquela de Luigi: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En su opinión, esa sería la levadura que iría fermentando más adelante.

Luigi Calabresi era ya un conocido comisario de la Policía en Italia.

Gemma lo recuerda así: “el camino empezó a aclararse para mí. Durante años había trabajado en la empresa textil de mis padres: después de la muerte de mi marido necesitaba estar cerca de mis hijos. Vino entonces mi madre, que siempre nos ha visitado mucho, para ayudarme. Un día me dijo: ‘Gemma, te he encontrado trabajo’. Era un trabajo de profesora de religión en la escuela primaria: fue un punto de inflexión, aprobé el examen, empecé y enseñé durante más de treinta años. Allí conocí a mi segundo marido, Tonino Milite, con él tuve a mi cuarto hijo, Uber”.

Pero también sacó una gran lección, aunque no fuera fácil. “En la escuela enseñé a los niños a hacer las paces y me decía a mí misma: ‘estoy hablando de lo que no sé hacer’. Estaba entrando en crisis, me parecía que los estaba traicionando. Recuerdo a un niño que un día me preguntó: ‘¿por qué cuando alguien muere solo se dicen cosas buenas de él? ¿Solo mueren los buenos?’. Le respondí que debemos recordar los ejemplos y gestos positivos de una persona: seremos juzgados por el amor que hemos dado al prójimo y no por nuestros errores”, le dijo al niño.

De este modo, Gemma se dio cuenta de que su vida chocaba con aquello que había dicho a su pequeño alumno. Entonces pensó que los asesinos de su marido eran algo más que los responsables de apretar el gatillo: “deben haber sido buenos padres, esposos, amigos, deben haber ayudado a otros: de repente les devolví la humanidad”.

Este hecho transformó su vida pues desde ese momento –señala- “no he vuelto a dar marcha atrás” haciendo propias las palabras de Jesús que su madre eligió para la necrológica de Luigi Calabresi.

Gemma, con los tres hijos que tuvo con Luigi Calabresi.

“Jesús habló como hombre y se volvió al Padre en busca de perdón, dejando al hombre un tiempo de camino. Vi que el Espíritu Santo me ama. Me sentí ligera y liberada, feliz. Pensé: ‘Jesús ya lo ha hecho en mi lugar, tendré mis tiempos, pero no estoy sola’”.

Gemma asegura que sus hijos “no han perdonado, ni yo lo espero. El viaje es personal. A veces me dicen: ‘Tal vez, mamá, a tu edad también lo habremos hecho’. Sin embargo se han convertido en personas que aman la vida, han seguido adelante y no tienen rencores ni odios. Esto ya es mucho”.

En cierto momento Gemma vio que podría ser positivo dar testimonio sobre su camino: “entendí que si compartía me fortalecería. Fue una llamada de ayuda. Conté mi historia y muchos contestaron, se acercaron a mí para compartir sus dificultades y preocupaciones. Sin los demás, no se puede ir a ninguna parte: el compartir alegrías y tristezas nos hace mutuamente más fuertes, nos hace sentir menos solos. En todos estos años he recibido muchas confesiones, cartas, caricias, abrazos de desconocidos: he sabido que muchos han rezado por mí y mi familia. La oración nos pone en comunión con Dios y nos pone en fraternidad entre nosotros: es algo hermoso. Siempre digo: ‘No lo logré. Lo hicimos’".

Publicado originariamente en ReL en mayo de 2021.