Cada año, decenas de misioneros pierden la vida anunciando el Evangelio. Según Agencia Fides, solo en 2020 fueron asesinados 20 de ellos por todo el mundo y en los últimos veinte años la cifra se dispara a los 535. Muchos otros viven al borde de la muerte cada día con tal de transmitir la fe y afirman que algo así solo se podría hacer "por vocación".

Es el caso de Valentín Sánchez y Ana Gómez, un matrimonio salmantino con siete hijos, casados desde hace casi medio siglo y misioneros "de toda la vida", desde hace décadas, cuando decidieron dejarlo todo para llevar la fe y la formación a las tierras de Paraguay y Perú.

María Pedrosa, de Tribuna Salamanca, se ha hecho eco del vibrante testimonio pronunciado por el matrimonio tras el regreso a su hogar.

Ana, que también ha dedicado su vida -laboral y misionera- a la docencia, relata que la vocación de su matrimonio nació al sentir "la llamada de Dios para ser sus testigos en los confines del mundo, testigos de Su amor, de la experiencia de Cristo y de hacer partícipes a los demás de que Dios no se olvida de sus hijos".

Valentín y Ana han pasado dos años en Paraguay y seis en Perú, pero también han sido misioneros locales en la sierra salmantina.

"No hemos descansado. El ser misionero es para toda la vida y, aunque hayamos vuelto, somos misioneros. Nuestra función es anunciar a Uno que ha muerto y resucitado", comenta Valentín.

Y cómo la Iglesia ha hecho a lo largo de la historia, junto con la fe, también este matrimonio lleva la educación.

"Además de anunciar a Cristo he sido profesora. He enseñado y transmitido los conocimientos humanos, muy importantes en estas naciones pobres materiales y de espíritu", explica Ana.

Pero su experiencia misionera ha ido mucho más allá de los apacibles muros de una escuela.

El matrimonio, con siete hijos, cuenta que esperaron a que todos se independizaran, trabajasen o se casasen para irse a Perú entre2014 y 2020. Antes estuvieron dos años en Paraguay, entre 1978 y 1980, donde vivieron con sus pequeños experiencias aterradoras.

Ana Gómez y su marido, Valentín Sánchez, han dedicado su vida a transmitir la fe "en los confines del mundo", aunque pudiese costarles la vida. 

Terremotos, ametralladoras y cuchilladas

"Fuimos con dos de nuestros hijos y el tercero nació allí, pero nos tuvimos que volver porque estaban todas las dictaduras. No es agradable ver a tus hijos escondidos porque tienes helicópteros y ametralladoras apuntándote. Así que volvimos. Y cuando tuvieron sus vidas, nos volvimos", explica.

Durante su estancia, el matrimonio se alojaba en casas parroquiales, en las que hacían la misma vida que los lugareños. "En Perú se come mucho arroz, como aquí el pan. Te cuesta pero se pasa. La compensación es la calma, la paz, la tranquilidad, la alegría y la presencia de Dios que te acompaña y salva de todo", relata Ana.

Y cuando dice "de todo" es de mucho más que de la monotonía de comer arroz cada día. "La experiencia es que cuando no ha sido nuestra hora, Dios nos ha salvado de asaltos, de cuchilladas, de todo", menciona.

Su marido Valentín también hace referencia a los terremotos de Perú y a las "cosas peores" que vivieron en Paraguay. Y sin embargo, jamás lo han vivido como un trabajo o como misioneros obligados.

"Nuestro sueldo no es dinero, no se puede comparar un trabajo con esto. Implica un montón de cosas que dan sentido a la vida, lo vives con alegría, con paz y no te da miedo nada. Cuando Dios está con uno no hay miedo, no hay problemas, nos da sentido a la vida. Algo así se hace por vocación, y cuando es vocación, no cuesta", finaliza.

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