“He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez”.

Estas palabras de San Pablo cobran especial significado también en el mítico ciclista italiano, Gino Bartali, un gran campeón, un devoto católico y ahora 13 años después de su muerte ha recibido su último gran trofeo.
 
Si conocidas y sonadas han sido sus victorias y también su profunda fe como terciario carmelita y miembro de la Acción Católica, menos conocido fue por otro importante y secreto aspecto de su vida: el de salvar judíos durante la II Guerra Mundial.

Un total de 800 judíos italianos consiguieron salvar su vida
gracias a Bartali, que se jugó la suya para dárselas a ellos. Por esta hazaña, Israel ha reconocido al gran campeonísimo como “Justo entre las naciones”.
 
Gino Bartali era un héroe en Italia por sus gestas en el Tour de Francia y en el Giro de Italia pero todos ignoraban su vital labor en una resistencia formada por obispos, religiosos y laicos para ayudar a los judíos italianos. Y nadie lo supo porque él así lo quiso.
 
Únicamente un cuaderno con las exhaustivas anotaciones realizadas por Giorgio Nissim, un judío italiano que organizó la resistencia, ha dejado constancia de la inestimable entrega de un ciclista que ya era un mito en la Italia de la guerra y que arriesgó todo sin necesidad aparente.

Fue el hijo de Nissim el que muchos años después de que su padre falleciera hallará este importante documento y diese a conocer la historia de un gran hombre que ahora es justo entre las naciones.
 
Bartali quiso aprovechar los talentos que Dios le había dado para ponerlos a disposición del bien. Decidió negociar con ellos y no enterrarlos en el campo, tal y como dice el Evangelio. Y los frutos fueron cuantiosos.
 
Si su don era pedalear, él lo hizo más rápido que nunca, en las peores circunstancias posibles y haciendo jornadas extenuantes para hacer de correo urgente, jugándose la vida para así conseguir documentación para los judíos que iban a ser deportados y asesinados.
 
Entre 1943 y 1944, Bartali recorrió  en bicicleta en no menos de 40 ocasiones la ruta que unía Florencia con Asís. Trayectos de casi 200 kilómetros en carreteras minadas, destrozadas y con numerosas patrullas nazis. Iba y volvía en el día alimentado siempre por la Eucaristía, el elemento que no podía faltarle en cada viaje. Eran sus vitaminas para esta importante misión.
 
El engranaje de la red había sido muy mermado por los nazis. En ese momento entraron en escena los hermanos católicos. Cardenales, sacerdotes, religiosas de clausura, oblatos, franciscanos…todo un ejército al servicio del bien.

Cada uno podía aportar ciertos elementos a la hora de elaborar los documentos que salvarían la vida de tantos judíos. Pero faltaba quién los uniera, quién los llevara de un lugar a otro para completarlos. Y este era ni más ni menos que Gino Bartali, que para entonces ya había sido campeón del Tour.
 
La Policía sospechaba ya de él. Cuando ganaba no se dejaba intimidar por el régimen y dedicaba sus victorias a la Virgen,  de la que era un gran devoto, y no al Duce. Además, rezaba antes y después de cada carrera.

Estaba en la lista negra
pero no se atrevían a meter mano a un héroe nacional.
 
En el cuaderno que ha propiciado que Israel le reconozca con su máximo honor aparecía de manera detallada cómo eran las hazañas del ciclista italianos. Montado en su bicicleta y vestido con su suéter de lana y sus pantalones de franela para protegerse del intenso frío de aquel otoño negro, Bartali salía de su casa en Florencia y se dirigía a la iglesia del Colegio Eugeniano.

Allí le esperaba el secretario del cardenal Elia Dalla Costa, que le entregaba los documentos que debía llevar ocultos hacia Asís. Una carrera llena de trampas, pero a la que se disponía para vencer como siempre. A las 6.30 partía tras haber asistido a misa.

 
La gente le aclamaba por las carreteras y los militares no se atrevían a parar la efusividad del pueblo. Sin embargo, cuando alguna patrulla se atrevía no se achantaba y decía que estaba entrenando, aunque nadie entrenaba ya y menos por aquellas rutas.
 
Debía circular por carreteras secundarias para evitar las calzadas destrozadas y las numerosas patrullas. Además, existía el problema de las minas.

Era una auténtica contrarreloj. En la zona del Arezzo efectuaba una parada en el bar de la estación de Terontola, dirigido por un compañero de causa y allí tomaba aliento.
 
Después reanudaba la marcha a toda velocidad y como en un auténtico sprint acababa la ruta a una velocidad de 43 kilómetros por hora, en unas condiciones de la carretera deplorables y con una bici pesada. Pero las prisas apremiaban.
 
A la hora del almuerzo llegaba a Asís al convento de las clarisas de San Quirico. Allí le esperaban las hermanas Eleanor y Alfonsina, las mismas que tantas veces recibieron a un exhausto pero contento y orgulloso Bartali.
 
Una vez allí Bartali sacaba los documentos que llevaba escondidos. Estaban doblados en el tubo de la bicicleta y debajo del sillín. Allí imprimían los documentos para los judíos que estaban escondidos en los distintos conventos.

Y sin demorarse en el tiempo recogía nuevos documentos, los escondía igualmente y regresaba en otra peligrosa travesía hasta Florencia para seguir salvando a más judíos de la muerte.
 
En otras ocasiones, este ciclista no sólo pedaleaba sino que también se jugó la vida haciendo de guía para que los perseguidos por el nazismo pudieran escapar.
 
Nunca quiso hablar de esta gesta. Se la llevó con el a la tumba. “Quiero ser recordado por mis logros deportivos y no como un héroe de guerra, me he limitado a hacer lo que podía hacer mejor: andar en bicicleta”. Esto es lo que le dijo Bartali a su amigo Giorgio Nissim, organizador de esta red.

 
Si Dios da el ciento por uno, Bartali lo pudo experimentar. Le fueron dados unos talentos y él los utilizó bien. Su carrera como ciclista ya había sido exitosa pero lo fue aún más tras la Guerra. Dios le seguiría utilizando para otros menesteres.
 
En 1948, Italia vivía un momento de gran inestabilidad. En la posguerra el comunismo había ganado mucha fuerza y se estaba tomando la venganza por su mano en el país. Italia estaba al borde de una guerra civil. Gino Bartali estaba corriendo el Tour de Francia en esos momentos y vivía con gran preocupación aquella situación, lo que repercutía para mal en su rendimiento.
 
Hacía falta un milagro para evitar una guerra que habría sido una auténtica catástrofe. Y vaya si ocurrió. El líder democristiano Alcide De Gasperi le telefoneó y le hizo un encargo muy pero que muy concreto: debía ganar el Tour para unir al país.
 
Pese a que estaba bastante descolgado en la clasificación, Bartali obedeció y por el bien de su país atacó una y otra vez hasta que consiguió el maillot amarillo. De manera imprevista, en Italia hablaban de milagro, volvía a ganar el Tour de Francia. Todo el país salió a la calle a celebrarlo. Donde antes había disparos ahora había abrazos. La guerra se convertía en paz. Él como siempre, dijo que sólo hizo lo que debía. Por ello, ahora es un Justo entre las naciones.