El cambio, inesperado y magnífico, de la Iglesia católica arrancó el pasado 13 de marzo en la Capilla Sixtina. Una hora después, al salir al balcón, el Papa Francisco daba una sorpresa mayúscula al mundo entero. Era la segunda de su vida. La primera tuvo lugar el 21 de septiembre de 1953, hace justo seis décadas, pero aquel día sólo se enteró un joven estudiante de 16 años: Jorge Bergoglio.


El pasado 18 de mayo, víspera de Pentecostés, el Papa revivió aquel momento inolvidable durante un encuentro con varios miles de novicias, novicios, seminaristas y vocaciones jóvenes de movimientos eclesiales en la plaza de San Pedro. Allí les contó lo sucedido en la iglesia de San José, de su barrio de Flores, cuandoestudiaba Ingeniería Química.
 
«Era el 21 de septiembre de 1953. Tenía casi 17 años. Era el Día del Estudiante, que para nosotros es el comienzo de la primavera. Antes de ir a la fiesta, pasé por la parroquia. Me encontré con un sacerdote que no conocía y sentí la necesidad de confesarme».
 
Los jóvenes escuchaban embelesados un relato cada vez más íntimo: «No sé lo que sucedió. No sé por qué aquel sacerdote estaba allí. No sé por qué sentí ese deseo de confesarme. Pero la verdad es que alguien me esperaba. Me estaba esperando desde hacía tiempo».
 
«Después de la confesión -continuó- sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había sentido una voz, una llamada. Estaba convencido de que tenía que ser sacerdote. El Señor nos espera primero. Él nos «primerea» siempre».
 
Jorge Bergoglio era un muchacho espigado, de sólo 16 años, y no contó lo sucedido absolutamente a nadie. Así pasaron tres años. Terminó los estudios de perito químico, empezó a trabajar en un laboratorio de análisis de alimentos y, cuando su familia esperaba que se matriculase en Medicina, Jorge reveló el secreto a su padre: quería ser sacerdote, quería irse al seminario.
 
Mario Bergoglio lo entendió enseguida. En cambio, la reacción de la madre, Regina, fue muy distinta. Lo relató la hermana del Papa, María Elena, a la agencia Rome Reports: «Mamá se había enojado mucho cuando Jorge le dijo que quería ser sacerdote. Era el primer hijo que abría las alas. Que volaba. Le hubiese costado lo mismo si le decía que se casaba o que se iba a otro país. Era el despegue del hijo… Le costó. Y después, feliz, superfeliz. Pero dar el sí a que el nene se fuera de casa le costó muchísimo».
 
El cardenal de Buenos Aires lo recordaba en un libro-entrevista con Sergio Rubin y Ángela Ambrogetti, «El Jesuita», publicado en 2010: «Primero se lo dije a papá, y le pareció muy bien. Más aún: se sintió feliz. Después él se lo dijo a mi mamá, que, como buena madre, había empezado a presentirlo…».
 
Con una expresión cariñosa argentina, Jorge Bergoglio comentó que «la “vieja” se enojó mal. Cuando entré al seminario mamá no me acompañó, no quiso ir. Durante años no aceptó mi decisión. No estábamos peleados. Sólo que yo iba a casa, pero ella no iba al seminario».
 
Después de informar a sus padres, Jorge dio la noticia a su «barra de amigos» durante un encuentro. Reaccionaron con alegría, pero con nostalgia por perderle. Un par de chicas lloraron. Alba Colonna, que estaba allí, recuerda que «Jorge era un gran bailarín de tangos. Le gustaban mucho». En las fiestas de cumpleaños, los amigos bailaban toda la noche del sábado en casa de alguno de ellos, y después iban a la misa de ocho de la mañana del domingo.
 
En el Seminario Metropolitano tuvo sus dudas. Lo contó, cuando era cardenal de Buenos Aires, durante los debates televisivos con el rabino Abraham Skorka, publicados en el libro «Sobre el Cielo y la Tierra».
 
«Cuando era seminarista -relata- me deslumbró una «piba» que conocí en el casamiento de un tío. Me sorprendió su belleza, su luz intelectual… Y, bueno, anduve «boleando» un buen tiempo y me daba vueltas la cabeza». No podía rezar, pues, cuando lo intentaba, «aparecía la chica en mi cabeza. Tuve que pensar la opción otra vez.Volví a elegir, o a dejarme elegir por el camino religioso. Sería anormal que no pasara por este tipo de cosas».
A los veintiún años, una grave infección pulmonar estuvo a punto de costarle la vida. En el hospital Sirio Libanés sus compañeros le cuidaban día y noche, e incluso le proporcionaban transfusiones de sangre de persona a persona, como se hacía entonces.Le extirparon la parte superior del pulmón derecho, y logró curarse.
 
Su director espiritual, el salesiano Enrique Pozzoli, le acompañó en ese periodo difícil en el que Jorge Bergoglio maduraba un segundo aspecto de su vocación. Lo reveló el jueves en una entrevista con «La Civiltá Cattolica».
«Había entrado en el seminario, y quería algo más, pero no sabía lo que era», relata. «Me atraían los dominicos, y tenía amigos dominicos. Pero al fin elegí la Compañía, que llegué a conocer muy bien, al estar nuestro seminario confiado a los jesuitas. De la Compañía me impresionaron tres cosas: su carácter misionero, la comunidad y la disciplina. Y esto es curioso, porque yo soy un indisciplinado nato».
 
En esa entrevista, el Papa se define en dos frases: «Soy un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos. Soy alguien que ha sido mirado por el Señor». Su lema de obispo y de Papa, «Miserando atque eligendo», recuerda la vocación de Mateo, cuya fiesta es precisamente el 21 de septiembre.
 
Muchas veces ha ido a la iglesia romana de San Luis de los Franceses, «a contemplar el cuadro de la vocación de san Mateo, de Caravaggio. Ese dedo de Jesús apuntando así… a Mateo. Así estoy yo. Eso es lo que yo soy: un pecador al que el Señor ha dirigido su mirada… Y esto es lo que dije cuando me preguntaron si aceptaba la elección a Pontífice».