"Físico nuclear por formación, teólogo por pasión y filósofo por profesión". Así presentó el profesor Franco Nembrini a Aleksandr Filonenko, profesor de filosofía ucraniano, que despreciaba el cristianismo en su juventud, porque lo consideraba "aburrido" y "para débiles". 

Esto cambió cuando empezó a leer al matemático, filósofo y sacerdote ortodoxo ruso en el gulag Pavel Florenskiy, autor de Pilar y Fundamento de la Verdad, una de las grandes figuras del llamado "Siglo de Plata" de la cultura rusa, el de los grandes filósofos y literatos cristianos herederos de Dostoyevskiy, una generación truncada por la Revolución bolchevique. Filonenko dio su testimonio en el Meeting de Rímini, el encuentro anual de verano del movimiento Comunión y Liberación. Así lo recogió Tempi.it


»Nacido en «1968 en el mismo hospital que Gorbachov» y crecido como «un muchacho soviético modelo siguiendo todas las fases de la educación comunista», Filonenko, desde el principio, rechazó el cristianismo, considerado muy aburrido. «Nos habían enseñado que la religión sólo era una forma de compensación. Si estabas enfermo y débil, tenías necesidad de la muleta de la religión para caminar; si eras ateo, en cambio, no la necesitabas. Y yo me sentía fuerte».



»Pero algo cambia a los 20 años tras la lectura de la historia del padre Pavel Florenskiy, filósofo, matemático y sacerdote ruso condenado a diez años en un lager y después trasladado al campo de prisioneros de las islas Solovki, el primer terrible gulag comunista. «Leer cómo el padre Pavel había conseguido mantener su vitalidad de estudioso y creativo también en el lager me impresionó profundamente. Incluso había escrito a su familia antes de ser mandado a las islas Solovki: “Venid aquí porque es un lugar muy interesante”», cuenta el docente ucraniano, que hoy enseña y vive en Charkov. «No pude evitar plantearme la pregunta: ¿de dónde viene su vitalidad? Y cuando descubrí que venía de la relación con Cristo, pensé: “Si también él es un enfermo, un inválido, entonces también yo quiero estar con los inválidos y no con los ateos, que son infinitamente más aburridos”».




»Así empieza la búsqueda de «alguien a quien seguir para que me llevara a Cristo, porque no sabía cómo llegar yo solo». Y cuando por casualidad un amigo, en 1997, le hace escuchar una grabación de un discurso del metropolita Antonio de Surozh, fundador de la iglesia ortodoxa en Inglaterra, Filonenko entiende que la persona tan buscada podía ser él y decide ir a verle: «Después de conocerle acogí en mi corazón su mensaje: si quieres conocer a Cristo, debes estar disponible para un encuentro del cual nace la fe. La fe nace de la alegría causada por el reconocimiento de que Dios nos llama por nuestro nombre».

»De esos dos primeros encuentros y del abrazo del cristianismo ortodoxo brotaron otros muchos (entre ellos, el encuentro con «los amigos de Comunión y Liberación»), «que yo no busqué, pero que sucedieron».


»Así, por ejemplo, cuando un amigo le pide ayuda para algunos niños minusválidos para los que el Estado no había dispuesto ningún tipo de asistencia, Filonenko, que no habría jamás «imaginado que yo me ocupara de estas cosas», funda la asociación socio-cultural “Emmaus”.

«Había una muchacha con problemas graves que todos decían que era incapaz de estudiar. Cuando nos la presentaron, su único futuro era el de ser llevada a una casa de ancianos y vivir allí. Nosotros la ayudamos a estudiar, a pesar de que todos decían que era imposible: ha conseguido entrar en un instituto técnico y ahora ha sido aceptada en la universidad».

«Había otra», sigue contando, «que ya no tenía riñones y necesitaba diálisis cada dos días. Hablamos de una operación de seis horas. Todos la habían considerado siempre una chica mala, enfadada. Un día me pidió que mirara con ella su álbum de fotografías de familia, un álbum terrible con imágenes de personas alcohólicas y una casa destruida. No quería nada más de mí, sólo compartirlo y nadie lo había hecho antes de ese momento. De este encuentro yo entendí que el cristianismo es, simplemente, la posibilidad de compartir el destino entre amigos».

Un descubrimiento que puede parecer banal, «pero en nuestra sociedad enferma, la sociedad post-soviética, esta posibilidad es una revolución porque todos miran ya con sospecha la idea del “colectivo”. Todos son alérgicos».




»Lo mismo vale para el concepto de “padre”: «En nuestra historia reciente hemos tenido padres malos y terribles. Hoy nadie quiere saber nada de ellos. Yo había intuido que se necesita un padre, pero no sabía qué era la “paternidad”, al menos hasta que Dios no nos mandó a Franco Nembrini». «De hecho, es él», continua Filonenko, tras haber lanzado una mirada de complicidad al profesor sentado a su lado, «quién nos ha hecho entender que padre es aquel que testimonia por qué vale la pena vivir. Y aunque se equivoque no importa, porque los hijos perdonan. Pero hay una sola cosa que es difícil perdonar, y es la falta de esperanza».


»De este modo, partiendo de los encuentros «inesperados» que le han ocurrido, Filonenko afronta en Ucrania la “emergencia hombre”, consciente de que «nosotros, los cristianos, somos los que podemos volver a dar un rostro a las personas, haciéndolas salir del anonimato», pero sabiendo también que «esto no es algo que se puede organizar»: «Por esto rezo siempre al Señor para que haga de mí sus brazos, pero dándome siempre alguien a quien seguir».

»Pero Filonenko no ha venido al Meeting para enseñar nada: si estoy «tan contento de estar entre vosotros esta mañana es por lo que dice San Pablo a los Corintios: “No es que pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino que contribuimos a vuestro gozo”. Yo he venido a compartir este gozo con vosotros».

(Traducción de Tempi.it de Helena Faccia Serrano)