Armand David era un joven francés de la Congregación de la Misión que una  vez ordenado fue enviado a China como misionero. Allí se jugó la vida como tantos otros compañeros para extender a Cristo en el que era todavía un país muy desconocido para Occidente.

Sin embargo, no sólo llevó almas a Dios sino que tuvo una misión también muy importante por la que todavía es recordado. Este padre paúl dio a conocer al mundo las maravillas de la creación y descubrió cientos de especies de mamíferos, pájaros, reptiles, peces, plantas e insectos. Hallazgos que le han hecho ser reconocido por la ciencia gracias a sus descubrimientos tras sus aventuras por el interior de China.
 
De hecho, varias especies de animales llevan su nombre en su honor como el ciervo del padre David e incluso Occidente conoce al gran oso panda gracias a él. De no ser por él estaría extinguido hace décadas.
 
El padre David llegó a China en 1869. Allí compaginaba su misión y su amor por la naturaleza y los animales. Tenía un espíritu similar a San Francisco de Asís con respecto a todo lo creado. En Sichuan comenzó a escuchar las historias de un “oso blanco” que vivía en el interior de los bosques en las montañas y pronto el gusanillo de la curiosidad se le despertó.
 
Con el espíritu aventurero que le caracterizaba él y su guía se adentraron en las montañas. Vivieron de todo y a punto estuvieron de morir pero finalmente los lugareños de las montañas les ofrecieron cobijo. En la caseta de uno de ellos observó petrificado la piel de un oso panda. Las historias eran ciertas. Un mes después vio un oso panda adulto. “No se ve feroz y se comporta como un pequeño oso”, escribía. Sus hallazgos fueron enviados a Francia. Nunca antes en Occidente se había visto esta especie. Allí en un primer lugar este animal fue denominado el oso del padre David. El nombre actualmente no se mantiene pero no ocurre lo mismo con otras especies.
 
Sin embargo, estuvo a punto de no volver tras este hallazgo. Grandes fiebres provocadas por el tifus le mantuvieron en cama durante días y retrasaron su camino de vuelta hacía las provincias chinas más pobladas. Pese a ello regresó sin estar completamente recuperado haciendo largas caminatas por las montañas.
 
Los naturalistas franceses estaban entusiasmados con sus grandes hallazgos. En una Francia en la que la fe estaba ya más que cuestionada las aportaciones de la Iglesia a la ciencia , en este caso a través del padre David, abrían este debate desde otra perspectiva y mostraban al mundo que ciencia y fe no estaban reñidas.
 
A pesar de sus descubrimientos científicos el padre David amaba la misión y se dedicó igualmente en cuerpo y alma a los chinos. Tal y como recoge una carta enviada a su superior cuando apenas contaba con 26 años explicaba que su verdadera ambición era dedicar su vida a llevar el Evangelio a los chinos y “seguir trabajando en la salvación de los infieles”. En su estancia en el gran país asiático aprendió chino y trabajó codo con codo con los sacerdotes nativos.
 
Pero la vida de Armand David fue una aventura de película al más puro estilo Marco Polo. Sus conocimientos de ciencia adquiridos en la universidad habían convencido a su orden para que utilizara sus talentos en los descubrimientos biológicos. Así hizo tres grandes y largos viajes en los que hizo numerosos descubrimientos.
 
Estuvo siete meses en el interior de Mongolia. Otros dos años estuvo viajando desde Yangtze hasta el Tíbet y otros dos por las provincias montañosas de Shanxi y Shaanxi.
 
En uno de estos viajes el padre David consiguió salvar a una especie que ya entonces estaba en peligro de extinción. Es el ciervo del padre David. Un extraño animal que los chinos definían así: “tiene el cuello de un camello las pezuñas de una vaca, la cola de un burro y la cornamenta de un ciervo”. Al enviar algunos ejemplares a Europa logró evitar su extinción. Actualmente quedan unos 2.000 por todo el mundo.
 
En Mongolia igualmente descubrió una especie que ahora está en miles de hogares de todo el mundo: el jerbo. Este animal parecido al hámster fue enviado en 1866 a París por este padre paúl. Más tarde, 20 parejas reproductoras se convirtiera en los padres de tantos y tantos jerbos que existen como mascotas en la actualidad.
 
La ardilla voladora, el mono tibetano o el mono dorado son solamente algunas más de las especies que hoy en día conocemos gracias a este sacerdote y a una orden que supo ver la importancia que este amante de la naturaleza mostrara al mundo las maravillas de la creación, otra forma de dar a conocer a Dios y su obra. En 1900 fallecía habiendo mostrado al mundo sólo una minúscula parte del legado que Dios dejó al hombre.