La vida de la italiana Angela Croce parecía perdida entre violencia, droga y desesperación.

"He vivido treinta años bajo el signo de la droga, sexo de usar y tirar, y desviación", explicó ella misma ante el Papa Francisco en el encuentro de nuevos movimientos del 18 de mayo de 2013, en víspera de Pentecostés.


"Nací sin ser deseada viviendo en un ambiente marcado por sucesos difíciles que desencadenaban riñas e incomprensiones", señala.

"Lo que rompió definitivamente mis delicados sueños de joven fue una violencia sufrida a los 12 años. Empezó así mi imparable descenso a los infiernos empezando a drogarme para no sentir el dolor. Nadie se dio cuenta de nada".

La violencia llevó al dolor, el dolor llevó a la droga; la droga se camuflaba tras una apariencia normal.


"Aparentemente todo andaba bien, pero poco a poco me apagaba perdiendo las ganas de vivir. Construí una fortaleza inexpugnable en torno a mi corazón. Crecían en mí dolor y rabia, mucha necesidad de amor transformada en soberbia y presunción".

"Mi única compañera era la heroína. Luego fue la cocaína, en una escalada de dinero y poder en el campo inmobiliario".

Angela reconoce que "estaba dispuesta a todo por el dinero y la consideración. Pero ¿a qué precio?"

"Al precio de usar a las personas para luego tirarlas cuando ya no me servían", admite.


"Yo no conocía límites, pero el vacío interior me estaba corroyendo. Me sentía cada vez más terriblemente sola".

Bajo la apariencia de éxito en los negocios, había un vacío llevaba al suicidio. Y lo intentó, afirma, cinco veces.

"Por cinco veces intenté acabar con todo, pero no lo logré. ¿Por qué? me preguntaba. Porque no había descubierto todavía que Alguien había pensado en mí desde la eternidad y me había amado hasta el punto de darse a sí mismo por mí".


Todo cambió cuando conoció el movimiento Nuevos Horizontes, muy extendido en Italia, que se dedica a la evangelización en la calle. 

Decidió dar una oportunidad a esas personas y a Dios.

"Me decidí a entrar en comunidad, donde encontré a una verdadera familia que me ha acompañado paso a paso en un camino rehabilitador basado en el Evangelio".


"Desde aquél momento, mi vida cambió: he conocido el infinito amor de Dios a través de los hermanos que acogieron conmigo mi grito de dolor y soledad".

A medida que desaparecía la soledad y el vacío, llegaba la "experiencia de alegría y perdón", y la "capacidad de volver a donar gratuitamente mi existencia".

"El Amor puede hacer milagros ¡porque Dios es Amor!", dice hoy Angela. 

"Jesús se ha abajado en mis infiernos y los ha transfigurado con su inmenso Amor. Quiero gastar cada momento de mi vida en ser instrumento de la alegría de la Resurrección", concluye su testimonio.