La conversión es un proceso interior en el que se llega a la certeza de que realmente vas hacia algo mejor. Sin embargo, en ocasiones la llegada a la Iglesia Católica no siempre es fácil para quien da este paso por todas las circunstancias que pueden rodear a este hecho. Y si no que se lo digan a Linda Poindexter, que tras años de discernimiento abrazó el catolicismo aunque no sin antes superar algunas dificultades.
 
Esta estadounidense era la esposa de uno de las personas más importantes de EEUU, el contralmirante John Poindexter, consejero de Seguridad Nacional con Ronald Reagan y más tarde con George W. Bush, director de la Oficina de Proyectos de Investigación Avanzada del Pentágono. Pero a este hecho hay que sumar el importante detalle de que Linda era sacerdotisa episcopaliana justo en el momento de su conversión al catolicismo.
 
Varios fueron los motivos que le fueron llevando poco a poco hacia la Iglesia. La figura de la Virgen, la Eucaristía, el concepto de autoridad y su desagrado con las cuestiones morales que se estaban llevando a cabo en su confesión sobre el aborto o la ordenación de homosexuales fueron puntos culminantes.
 
En 1986 fue ordenada sacerdotisa porque tenía la inquietud de ayudar de manera más activa en su comunidad. Durante 13 años ejerció este ministerio. Sin embargo, ya en estos momentos comenzó a valorar ciertas circunstancias de sus hermanos católicos. Cuando se ordenó “me encontré frente a obligaciones contrapuestas: las necesidades de mi familia y las necesidades  de mi comunidad. Me resultaba complicado atender a unas y otras. Mis hijos ya no vivían en casa, pero me daba cuenta que la maternidad no acaba nunca. Cuando llegaron los nietos, fue duro no poder estar con ellos. Ahí comencé a entender la lógica del celibato sacerdotal como una auténtica bendición de Dios”.
 
Del mismo modo, Linda se sentía orgullosa de “poder decidir con independencia en lo doctrinal” pues “rechazaba recibir la interpretación de la Palabra de Dios de una persona o institución”.
 
Este pensamiento fue cambiando poco a poco tras observar cómo iba cambiando su iglesia. “Vi que la convención de la Iglesia episcopaliana se situaba siempre contra cualquier legislación restrictiva del aborto” 

por lo que ella empezó a preocuparse mucho “por una iglesia que no censuraba abiertamente el asesinato de niños inocentes”.
 
Poco a poco se le fueron generando cuestiones morales que no conseguía responder. “A principio sostenía que equivocadamente que no podía imponer mi propia moral a nadie, pero empecé a darme cuenta de que el aborto voluntario es siempre contrario al querer de Dios”, afirma Linda Poindexter. Asimismo, agrega que llegó a este convencimiento gracias  al testimonio de la Iglesia Católica y su compromiso con la vida. “A menudo daba gracias a Dios por el testimonio tan coherente de la Iglesia Católica en cuestiones de moral y de doctrina  y empecé a sentir un enorme respeto por el Santo Padre y a rezar por él”.
 
En ese punto perdió la paz y necesitaba hallarla de nuevo. La oración ya no era posible donde trabajaba. “Estando destinada a una parroquia (como sacerdotisa) me resultaba difícil orar en el mismo lugar de mi trabajo. Había una iglesia católica a pocos minutos y yo solía ir a orar. Me ponía una bufanda para tapar mi alzacuello. Recuerdo sentir un vago deseo, casi un anhelo: ojalá un día pueda ser católica”.
 
En ese templo, al entrar “hice la genuflexión y me arrodillé a rezar. Desde el primer momento sentí una paz y un bienestar enorme. Me pregunté si debía hacerme católica”. Poco a poco sus visitas a esta iglesia fueron haciéndose más frecuentes. “Iba a hurtadillas a la misa del mediodía y me estaba enamorando del catolicismo”.
 
En este caminar le ayudó como a tantísimos conversos la obra del cardenal John Henry Newnan, que hizo el mismo camino que ella. Muy pronto también sintió a la Virgen María como madre. “Compré varios libros sobre la Virgen y se me ocurrió la idea de rezar el Rosario. Me hizo un gran bien”, recuerda ahora Linda Poindexter.
 
De ahí pasó a conocer realmente la fe católica mientras aún era sacerdotisa episcopaliana. “Me compré un catecismo católico. ¡Qué gran regalo aquella exposición tan clara de la fe!”.
 
Su conversión estaba en marcha. “Comencé a asistir a misa una o dos veces entre semana y continué leyendo, rezando y reflexionando sobre mi posible conversión. Los domingos seguía yendo con mi marido a la iglesia episcopaliana, pero la liturgia se me hacía aburrida. No sentía ninguna devoción”.
 
El momento clave se produjo en el Adviento de 1998, en el que fue a misa todos los días y en el que “experimenté un aluvión de gracia”. La decisión estaba tomada. Linda Poindexter fue recibida en la Iglesia Católica en la Vigilia de Pascua de 1999. Dos años más tarde su marido también se hizo católico.
 
Linda dejó el sacerdocio y pasó  a ser una seglar en la Iglesia Católica. Ha podido volver a ser abuela mientras ahora desempeña un nuevo papel en la evangelización. Pero ahora disfruta sobremanera con la Eucaristía, “una presencia real de Cristo, tan evidente…”.