El 25 de diciembre de 2000, Begoña León Alonso, embarazada de siete meses, se sintió morir. Ingresada de urgencia en el hospital madrileño Gregorio Marañón, el médico titular vio que había sufrimiento fetal, por lo que pasó directamente al quirófano, donde le practicaron la cesárea.

Nació una niña, que, según el cirujano, «estaba sana y bien». Pero respecto a Begoña, no había esperanza. Había sufrido una subida de tensión altísima llamada eclampsia y no creían que el corazón aguantara. Además, se le añadía un fallo hepático y tenía hemorragias internas. Fue ingresada en reanimación: sufría el extraño y grave síndrome de Hellp.

Begoña se moría: «Yo oía decir, “corre, corre, que se nos va...» Pero no podía hacer nada», recuerda.

En ese momento de extrema gravedad fue cuando una amiga, María Josefa González Cueva, «muy devota del Hermano Rafael», comenzó a rezar por ella. «Gracias a ella yo ya conocía al Hermano Rafael, me había dado alguna estampa y la novena, que rezaba mi madre», relata Begoña. La petición de oraciones por Begoña se extendió y llegó hasta la Trapa de Dueñas, el que fuera hogar del hoy santo Rafael Arnáiz, «donde los monjes también me encomendaron».

Los médicos aseguraron a sus padres que era cuestión de horas: «Cuando pasó todo, los médicos me llegaron a decir que en aquellos momentos no daban por mí ni medio real», asegura. La mejoría comenzó a partir del 6 de enero. Fue rápida, completa, y duradera y, según los médicos, científicamente inexplicable. «Yo lo atribuyo a un milagro, pero no por el hecho de ser creyente, que lo soy, sino porque ningún médico ha sabido darme una explicación científica. Los médicos son reacios a hablar de milagros, nunca me han dicho “esto ha sido obra de Dios”, pero tampoco “te curaste por esta razón”, porque, hoy por hoy, no la tienen.

«Cuando salí del hospital y les di las gracias, me dijeron “nosotros no hemos hecho nada, Begoña, has sido tú”. Yo estoy convencida de que fue el Hermano Rafael», asegura. Cuando supo que el milagro había sido reconocido, y que la canonización era un hecho, se le pusieron «los pelos de punta»: «Siempre pienso, ¿por qué yo, por qué Dios me ha hecho este regalo a mí? Es una satisfacción y un orgullo, mis hijos rezan San Rafael Arnáiz», confiesa con emoción. Y todos juntos asistieron el 11 de octubre de 2009 a su elevación a los altares por Benedicto XVI. Juan Pablo II lo había beatificado en 1992.

Pinche aquí para leer la vida de San Rafael Arnaiz (el Hermano Rafael).