Nuestra Señora del Santo Monte de Piedad de las Ánimas. El nombre de esta creación del padre Francisco Piquer es elocuente. Nos habla de la protección de María, del ahorro, la lismosna y del alivio. Sin embargo, Bankia, su lejano nieto, ha asociado su nombre extranjerizante a la modernidad, con sus ciegos excesos. ¿Qué ha cambiado en este tiempo?

Sabemos poco de la vida del padre Francisco Piquer. En el pueblo turolense que le vio nacer, Valbona, o quizás en el vecino Mora de Rubielos, comenzó a estudiar música, lo que junto con su vocación religiosa le condujo a Madrid, al monasterio de las Descalzas Reales. Allí entró en contacto con la orden franciscana, y por esa vía supo de los montes de piedad, que llevaban funcionando en Italia ya desde el siglo XIII.

Su función -la de los montes- consistía, sobre todo, en prestar grano y otros bienes primarios a pequeños agricultores y propietarios para que pudieran alimentarse mientras llegaba la cosecha. Los montes solo aceptaban el pago de lo prestado (mutum). En ocasiones se cobraba un pequeño interés en especie, pero habitualmente se aceptaba una prenda como garantía. Desde el Concilio de Nicea se había condenado el interés como usura, pero en Trento se abrió levemente la mano, pues se permitían pequeños intereses como compensación por el lucro cesante.

El padre Piquer quiso traer ese modelo a la España, y creó el Monte de Piedad, el 3 de diciembre de 1702, cuando España estaba asolada por la guerra de Sucesión y por una profunda crisis económica.

Llegaban fondos procedentes de depósitos sin interés y de las limosnas.También permitía el empeño o el depósito de los objetos valiosos de las familias pobres. Su función era el alivio de las penas de las almas del Purgatorio y de las penurias económicas de los vivos.

El Monte creció tanto que Piquer tuvo que dejar “los trabajos personales que le producian algún útil”. Puso en marcha los préstamos de pequeña cantidad, con garantía personal, mucho antes de que se acuñase el término “microcréditos” o de que se concediesen Premios Nobel de Economía.

En 1763, 24 años después de la muerte del padre Piquer, el Monte de Piedad de Madrid atendía ya a 15.000 personas. En el siglo siguiente, la entidad cambió su nombre y su carácter. En 1836 adquiría el nombre de  Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, bajo el impulso del marqués viudo de Pontejos o Mesonero Romanos, entre otros. Estaba auspiciada por la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Mesonero dijo entonces que la falta de unión entre el ahorro popular y el crédito público propiciaba la lógica unión entre el Monte y la Caja.

Las cajas de ahorros llevaban dos o tres décadas floreciendo en Gran Bretaña, en Alemania y en Francia. Tenían el respaldo intelectual de Jeremy Bentham, que en 1797 había pedido la creación de “bancos de frugalidad”, que recogerían los ahorros a largo plazo de las clases populares, lo que les permitiría participar del incipiente capitalismo y sostener su vejez.

Las leyes de pobres recibían, por entonces, duras críticas de la reciente ciencia económica. La función de las cajas era doble. Por un lado permitían un interés moderado, que alejaba a las clases populares de la depredación de la usura, como se entendía entonces.

Y, sobre todo, alejaba a los trabajadores de la trampa de la beneficencia, y les permitía construir un patrimonio, de forma lenta pero segura.

Este carácter social de las cajas estaba asegurado por la presencia de la Iglesia en la gestión. Pero fueron profesionalizándose y compitiendo cada vez más con los bancos hasta confundirse con ellos. Una confusión que, en los últimos años, ha sido general.