Hildegard Burjan fue esposa, madre, política, filósofa, pionera del servicio social en Austria, fundadora de la Sociedad de Vida Apostólica Caritas Socialis y, sobre todo y en todo, testigo del amor de Dios ante los más pobres, y entre ellos las mujeres pobres y las que peor lo estaban pasando en el tiempo de entreguerras del siglo XX. Esta hija de judíos ateos se convirtió con 26 años y murió en 1933, justamente el año en Hitler subió al poder en Alemania.

Origen judío

Hildegard nació en el seno de una familia judía no religiosa de Sajonia. De hecho en su partida de nacimiento, en el lugar de la religión, los padres escribieron “ninguna”. La situación acomodada de su familia le facilitó el acceso a una educación universitaria, centrada en la literatura, la filosofía, la sociología y la economía alemanas. Primero estudio en Berlín y después en Zúrich, y nuevamente en Berlín, donde se doctoró en 1908, aunque un año antes ya se había casado con el empresario húngaro Alexander Burjan.

 Su acercamiento a la fe católica llegó durante su estancia en la universidad. Allí Hildegard experimentó un ardiente deseo de encontrar el verdadero significado de la vida y buscando la respuesta no cesaba de implorar: “Dios, si existes, manifiéstate a mí”. Lo cierto es que algunos profesores de Filosofía que estaban a punto de convertirse al catolicismo influyeron mucho en esa búsqueda de la verdad, y de ellos aprendió todo lo fundamental de la fe católica, así como la oportunidad de leer a grandes filósofos y teólogos católicos.

Hildegard Burjan con su marido Alexander en 1907

 El testimonio de las monjas

Pronto llegó el dolor a su vida. En octubre de 1908, un cólico renal le obligó a ingresar en el hospital St. Hedwig, en Berlín, pero todos los recursos médicos de la época no sirvieron para curarla. Mientras los médicos la desahuciaron, la atención personal y espiritual que le brindaron las Hermanas de san Carlos Borromeo que trabajaban en el hospital cuestionaron su increencia religiosa: “Lo que hacen las Hermanas, un ser humano, sostenido solo por sus propias fuerzas, es incapaz de llevarse a cabo solas”.

 El domingo de Pascua de 1909, tras ser desahuciada, comenzó paradójicamente su repentina e inexplicable curación. Hildegard siempre consideró su curación como un milagro, como una llamada de Dios a ver lo que realmente importaba: “Esta segunda y nueva vida debe pertenecer sólo a Dios”, dijo en aquel momento y pidió el Bautismo: “Quiero entregarme, consumir mi vida en el amor a los hermanos”.

 El bautizo tuvo lugar en el mes de agosto, y su marido se convirtió un año después, justo después de que Hildegard diera a luz a su única hija, Isabel. El nacimiento también tuvo su prueba en la fe, pues dado su historial médico, los doctores le recomendaron el aborto. La respuesta de la madre fue muy clara: “Nada puede convencerme de permitir esto. Incluso si tengo que morir, entonces se hará la voluntad de Dios”.

 Una vida dedicada a los demás

Esa segunda vida pronto empezó a tomar cuerpo. Con su formación académica, e inspirada por las enseñanzas sociales de León XIII, Hildegard se dedicó a mejorar la vida de las mujeres pobres de Austria, y de los pobres en general. Se distinguió por su espíritu solidario, por su sensibilidad hacia el sufrimiento de los más necesitados, pero, sobre todo, por su capacidad para buscar las raíces de los problemas sociales y atajarlos.

Ya en 1912 estaba implicada en conseguir un salario justo para las empleadas domésticas, incluidas las que acababan de dar a luz, aunque fueran madres solteras. Además les ofreció protección legal en caso de necesitarla, así como formación espiritual.

Y durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) puso en marcha diferentes campañas para ayudar a los huérfanos y las viudas, además muchas mujeres vivían explotadas en sus casas trabajando o cosiendo para grandes empresas. Ella las organizó en asociaciones para que trabajaran juntas, en espacios de trabajo adecuados y con calor durante el invierno, además de conseguir que su trabajo tuviera una remuneración justa y sus derechos fueran respetados.

Tampoco faltaron los comedores sociales: fundó la “Mesa de Santa Isabel”, donde mucha gente podía comer comida caliente y en un lugar caliente, y en donde cabía también la posibilidad de comprar comida a un precio verdaderamente económico.

Hildegard Burjan con un equipo de colaboradoras

 La primera mujer parlamentaria de Austria

El paso de la acción social a la política llegó poco después, pero no fue por interés personal, sino por petición de las autoridades de Viena, especialmente de la Iglesia, que veían en ella un personaje clave en la regeneración del país. De esta forma, en 1918, entró en la partido Socialcristiano, primero como miembro de la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Viena, y más tarde como diputada siendo la primera del país.

 En esta cámara trabajó con clara identidad cristiana defendiendo la justicia social, logrando leyes a favor de las mujeres trabajadoras, protegiendo el trabajo y los salarios de las empleadas del hogar, y erradicando del trabajo infantil. Su objetivo era fortalecer la familia y mejorar las condiciones de vida de las mujeres, primeras responsables del cuidado y educación de los hijos. Recibió el apoyo y el reconocimiento social, y el cardenal de Viena, Gustav Piffl, la calificó como “la conciencia del parlamento”.

Hildegar Burjan en el Parlamento de Viena en 1919

Fundadora de una sociedad de vida apostólica

No satisfecha con su propia labor, tuvo la inspiración de fundar en 1919 una sociedad de vida apostólica femenina llamada Caritas Socialis, cuyos miembros viven en pobreza, obediencia y castidad para trabajar, como su propia fundadora, por los pobres y los rechazados, especialmente mujeres y niños. El principio que inspiraba a estas mujeres, en palabras de la propia Hildegard, era la de ser a la vez Marta y María: “¿Es posible ser a la vez Marta y María? Seguro que sí, y éste es el gran ideal que queremos lograr: vivir entregadas completamente a Dios y completamente a la humanidad”.

 La sociedad de vida apostólica se fue nutriendo de muchas voluntarias de sus obras de caridad que vieron, al igual que ella, la necesidad de la consagración a Dios para ser misioneras de la caridad. En la actualidad están extendidas en Alemania y Brasil.

Beatificacion de Hildegard Burjan en Viena

Cristo en su vida

Pero si la imagen de “Marta” era clara y visible, no menos importante era la “María” que vivía en su interior. En medio de tantas actividades sociales y políticas, compromisos de esposa, madre, fundadora de asociaciones de mujeres trabajadoras… Hildegarda llevaba una profunda vida de oración y de encuentro con Dios: “Siempre llevo conmigo hojas sueltas del Breviario y rezo a menudo en las cafeterías o mientras mi marido lee el periódico”. “Las horas más felices para mí son las noches, cuando rezo el Breviario”, explicaba a sus hijas espirituales.

Siempre iba a misa temprano, y antes de las sesiones del parlamento acudía ante el Santísimo expuesto, pues en la Eucaristía descubría la fuente que la fortalecía constantemente y donde encontraba la solución a todos los problemas: “Así me da Dios las mayores gracias, se aclaran tantas cosas, y se resuelven los problemas más complicados”.

 Hildegarda murió el 11 de junio de 1933. Cuentan sus hijas espirituales que sus últimas palabras fueron: “Jesús, mi querido Jesús, haz buenos a todos los hombres, para que encuentres tu agrado en ellos”. Y su beatificación tuvo lugar el 31 de enero de 2012 en la Catedral de San Esteban en Viena.