Sandra Benítez es una sevillana de Dos Hermanas que experimentó una peculiar pero gran conversión a los 36 años cuando ya estaba casada y era madre de dos niños. Pasó del rechazo a la Iglesia Católica a buscar la verdad explorando la Nueva Era, la masonería y hasta religiones como el islam o el budismo. Finalmente, esta inquietud intelectual que le llevó a querer buscar la verdad le hizo descubrir precisamente a través de un libro musulmán una joya de la espiritualidad cristiana oriental, El Peregrino Ruso. Entonces supo que su lugar estaría en la Iglesia.

En una entrevista en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie, Sandra cuenta que creció en una familia católica meramente cultural que no iba a misa a los domingos, pero que sí creía en la Virgen y los santos. Por ello, en cuanto hizo la Primera Comunión su relación con la Iglesia Católica cesó completamente.

Alejada de Dios y rechazo a la Iglesia

Así fue creciendo y estudiando viviendo totalmente en el mundo. Con su entonces novio, y hoy marido, tenía planeado ya irse a vivir juntos pues para nada tenían intención de tener una boda religiosa. Sin embargo, el empeño constante y sin fin de su madre hizo que para contentarla finalmente contrajeran matrimonio en una iglesia.

“Dios estaba desaparecido en mi vida cuando nos casamos”, recuerda ella. Tuvo dos hijos, Alejandro e Ismael, y a ninguno de los dos lo bautizaron. Según Sandra, en aquel momento “éramos coherentes, Dios no estaba en nuestra vida y además había rechazo a la Iglesia. Yo creía en Dios, pero no creía en la Iglesia”.

Sobre aquella diferenciación que hacía entre Dios e Iglesia, esta Sevilla asegura que decir que se cree en Dios “no te compromete en nada, porque luego haces lo que te da la gana. Pero en el momento que aceptas que Dios entre de verdad te pone la vida patas arriba y esto ya es un compromiso. Una fe sin compromiso no es fe, es sentimentalismo”.

Un gran vacío existencial

Su vida aparentemente era muy buena. Estaba felizmente casada, su marido tenía un buen trabajo, iba todo bien entre ellos, tenían niños sanos…. Pero “entré en un vacío existencial, y no sabía por qué”, afirma ella.

Sandra cree que “hubo un momento en que ante la situación del mundo me rebelé contra Dios”. Y además cita un acontecimiento concreto que provocó en ella esa ira contra el Señor. “Fue cuando en un viaje a Estados Unidos, Juan Pablo II no quiso reunirse con las víctimas de la pederastia y me cogí un gran rebote”, recuerda.

Ese vacío fue yendo a más, era “el infierno”. Y aunque exteriormente todo parecía ir sobre ruedas, en su interior todo se venía abajo, “era como si mi vida no tuviera sentido”. Y una vez que tocó fondo fue cuando gritó a Dios: “¡Por favor, ayúdame, te lo ruego!”.

Nueva era, masonería...

En ese instante se despertó en ella una inquietud, en ese momento intelectual, de buscar la verdad. Y como era una gran lectora empezó a leer y a intentar hallar respuestas. “Las primeras lecturas que me fueron llegando eran las típicas de la Nueva Era. Para mi aquello fue espectacular, tan espiritual…”, afirma esta sevillana.

Numerosos fueron los libros con los que exploró la Nueva Era y de ahí pasó a la masonería hasta que en su búsqueda, pues no se quedó ahí, fue llegando a las religiones. Empezó a explorar a través de los libros el islam, el budismo o el hinduismo.

El libro que le lleva de camino a los santos y a la Iglesia

Pero su llegada al cristianismo tuvo un curioso camino. Fue leyendo un libro sobre el islam, Un santo sufí en el siglo XX donde descubrió El Peregrino Ruso, una de las obras sobre la oración más populares entre los cristianos ortodoxos.

Justo antes de ese momento estaba en un programa de Nueva Era con la cábala y el tarot. Y a través de este libro que derribó sus prejuicios contra el cristianismo se le abrieron ante ella las obras de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Afirma que su sed intelectual “el Señor me la iba saciando a través de las lecturas que tanto me gustaban y me fue llevando a los santos”.

"Dios da ahora sentido a mi vida"

Y claro en aquel momento tenía que enfrentarse a aquella afirmación que hizo: Dios sí, Iglesia no. “Dios me mostró claro que era en la Iglesia donde estaba la verdad. Entonces dije: ‘voy a ir a misa y a confesar’”. Nunca olvidará aquel día, un 31 de diciembre de 2006. Sandra tenía 36 años y cuando entró al confesionario lloró, lloró y lloró. “El hombre que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz”, le dijo el confesor, contento de ver cómo una oveja perdida volvía con el rebaño.

Desde el principio supo que en la Iglesia Católica estaba en casa. Poco a poco fue descubriendo la oración, la figura de la Virgen, la Eucaristía… Esta madre de familia andaluza afirma que “Dios da ahora sentido a mi vida” y que también todo lo que pudo leer en su búsqueda de Dios pero que era equivocado le está resultando en estos momentos muy útiles para proteger y ayudar a otros hermanos para que no sean engañados con falsas espiritualidades ni ídolos.