¿Cómo afrontar las duras pruebas de la vida, el sufrimiento, la soledad y la muerte? Tatiana Smon es un ejemplo de cómo agarrarse fuertemente a Dios en medio de la oscuridad cuando siendo madre de tres hijos y estando embarazada de un cuarto, con síndrome de Down, perdió repentinamente a su marido, Facundo Delpierre, al sufrir un infarto en plena calle en Madrid.

Un abismo se abría en la vida de esta joven argentina. Se quedaba sola para criar una familia numerosa y esperando un bebé que necesitaría una atención especial. “Al final Dios lleva las riendas de cada uno y hay que dejarse abandonar en Él, aunque cuesta mucho”, cuenta en el programa Testigos de Esperanza de la Fundación Euk Mamie.

"Gracias por el don de la fe"

Poco más de un año después de la muerte de su marido, Tatiana afirma que da “gracias por el don de la fe que Dios me ha dado y que hay que seguir pidiendo porque hay veces que no me creo muchas cosas, pero sé que Él está ahí y nos sostiene”.

Tatiana comienza el relato de este testimonio cuando se enteró de que estaba embarazada. Hasta ese momento ella y Facundo tenían tres hijos varones, “y le había hecho una promesa al Padre Pío que si era niña tenía que peregrinar a San Giovanni Rotondo”.

El ofrecimiento para abortar

En la ecografía del tercer mes de embarazo hicieron una analítica de sangre en la que salían unos niveles muy elevados. Los médicos del hospital le dieron tres posibilidades: que el bebé tenía síndrome de Down, malformaciones o problemas cardiácos. “En ese momento me ofrecieron descartarla”, cuenta esta madre.

Tatiana había ido sola a esta prueba y llamó a su marido para que fuera al hospital porque los médicos no paraban de darla información destinada en gran medida para que abortara. “Vino Facundo y le empezaron a contar. Él me dijo: ‘ni caso, no hagas ni caso, ni escuche lo que dicen’”.

Y siguieron adelante con el embarazo descartando el aborto y aceptando que su hijo pudiera nacer con alguna dolencia o discapacidad. Poco después volaron a Argentina para ver a la familia y una semana después de haber regresado a España se produjo el fallecimiento de su marido, con tan sólo 45 años.

La repentina muerte de Facundo

Facundo Delpierre era un católico entregado y evangelizador que había experimentado una fuerte conversión en el pasado. Era profesor en las universidades Francisco de Vitoria y San Pablo-CEU de Madrid como experto en educación. Y los fines de semana iba a la Casa de Cristo Rey, lugar al que acudía el sábado que sufrió el infarto que acabó con su vida.

Aquella mañana, cuenta Tatiana, una vez que Facundo ya se había ido a trabajar los niños fueron a la cama y juntos le enviaron un ‘selfie’. “Mis amores”, fue la contestación de él, y la última que les dio.

A la vuelta de casa tras haber jugado, la Policía llamó a Tatiana y le comunicó que su marido había tenido un desvanecimiento en la vía pública. Tras dejar a los niños con una vecina se fue corriendo con los agentes.

Agarrada fuertemente a Dios en el sufrimiento

Todavía estaba vivo cuando le vio. Estaban intentando reanimarle. “En el hospital me puse a rezar el Rosario hasta que vinieron a buscarme tres personas y me iban contando. A las 15 horas se le paró el corazón definitivamente”, recuerda.

En aquel momento –añade Tatiana- “no pude reaccionar mucho, lo primero que vino a mi mente fueron mis hijos y mi niña de la que estaba embarazada. No me entraba en la cabeza, pensaba que me iban a decir que estaba en coma y que se repondría”.

“Pensaba que iba a ser de mi vida y la de los chicos. Pedí a los médicos que me llevaran donde estaba él. Cuando le vi le hablaba y me salía pedirle perdón por todo lo que le había fallado”, añade esta madre de cuatro hijos.

"Dios lleva las riendas"

Como ella misma reconoce ahora, “al final Dios lleva las riendas y hay que dejarse abandonar en Él, aunque cuesta mucho”. Y es que una vez que había fallecido Facundo había que comunicar la noticia a sus hijos.

Tatiana explica que “tuve que tomar coraje y hablé individualmente con cada uno. Primero con el mayor, me lo llevé a la habitación y le dije: ‘a papá se le ha parado el corazón y Dios se lo ha llevado con Él’. No entendía y se puso a llorar y me decía: ‘mamá, ¿cómo puede ser?’. Después hablé con Andrés, que fue el que más lloró y decía que por qué Dios era tan malo que se había llevado a su padre. Le dije que Dios no es malo, que simplemente tiene los caminos preparados para cada uno y era el momento, su hora. Y con el pequeño Juan, que ahora tiene cuatro años, fue todo lo contrario. Dijo: ‘mi papá está en el cielo, y empezó a lanzar besos al cielo y se fue corriendo’”.

En 2013, Facundo relataba en Cambio de Agujas su testimonio de conversión

La bendición de María José

Anclada en la oración pasaron los meses y llegó la pequeña de la casa, María José, que nació con síndrome de Down. “Me enteré finalmente el día del parto, ya daba por descartado que tuviera algo y no pensé más en eso hasta que el día del parto el obstetra me dijo que tenía síndrome de Down.

“Es muy buena, se porta muy bien y estamos haciendo estimulación temprana. Es parecida a su papá”, cuenta orgullosa. Y recuerda que “le pedí a Dios y al Padre Pío que me mandaran una niña y me dio a la mejor”.

"Estamos en Sus manos"

Con la perspectiva de estos meses en los que primero enviudó y poco después fue madre, Tatiana afirma que “doy gracias por el don de la fe que Dios me ha dado” y dirigiéndose a las personas que puedan estar pasando por una situación similar les aconseja que “si tiene fe,  cree en Dios, en la Virgen y vive de la Eucaristía, se hace más llevadero porque además se tiene la esperanza de que este no es nuestro hogar, sino que estamos de paso y vivimos para la eternidad porque para eso fuimos creados”.

Ahora sí pienso que estamos en sus manos (de Dios), porque no tengo nada pero a la vez tengo mucho”, concluye Tatiana.